Claustrofobia (Por Ana)

¿Quién no ha querido ser en alguna ocasión un superhéroe o una superheroína? Yo sí, siempre, siempre he deseado tener poderes, poder hacer cosas que los demás no alcanzasen a imaginar, ayudar a las personas cuando existieran problemas. Por eso mismo, siempre he pensado que en momentos complicados (un robo, un atraco con rehenes, un incendio) yo sabría comportarme como una señora heroína y conseguiría, no solo pasar la situación con dignidad, también siendo la que impone calma y consigue que todo se resuelva para bien.

Pero todo héroe o heroína tiene su propia críptonita y yo tengo que reconocer que yo hay un tipo de situación que me puede, que me supera, y en la que pierdo toda la dignidad y, la mayoría de las veces, hasta el sentido: las situaciones en las que tiene algo que ver la claustrofobia. Y en este verano que ya se acaba he tenido unos cuantos momentazos relacionados con esta terrible fobia: metros que se paran, resonancias magnéticas horribles, aviones que no despegan…

Pero el momentazo del verano es el os paso a relatar. No sé si alguna vez he contado que trabajo a tomar viento fresco de mi casa y no tengo coche, así que cada día me cojo un metro, hago un transbordo, cojo el tren y luego el metro ligero (sí, hijos mío, soy pobre, tengo que trabajar y pasar por este calvario…en cuanto pase la crisis y seamos todos ricos otra vez, ya me han visto). Pues la tarde de junio de la que hablamos, a la vuelta decido saltarme el metro y coger un autobús. El autobús me deja en una parada en la que tengo que subir un montón de bonitas escaleras para subir a casa o bien (aquí se ve mi carácter pillo y resolutivo a la hora de ahorrarme esfuerzos) entrar dentro de un centro comercial y coger un ascensor que me deja a cincuenta metros de casa. Pues allá voy yo, directa al ascensor, secándome el sudor y soñando con esa cervecita con patatas que me espera en casa…tan fresquita, ran rica, que me va a hacer olvidar el día de trabajo, el largo camino, y si me descuido, hasta mi nombre.
El ascensor llega y noto que en ese momento alguien corre para cogerlo. Como sois unos chicos y chicas listos, ya os estaréis figurando lo que pasó, sobre todo por lo que os he contado anteriormente. ¿Cuál es la peor situación imaginable para alguien que sufre de claustrofobia? Que se le pare el ascensor. Sí señores, pero como yo soy el rigor de las desdichas, no fue solo esto, no. Retrocedamos unas cuantas líneas. Me quedé en que alguien corría para coger el ascensor. Pues no era un alguien, era todo una familia, y no una familia cualquiera, era la familia de Los Soprano. Os pongo en antecedentes: Los Soprano es, aparte de una de las mejores serie de todos los tiempos, la que mejor ha retratado a la mafia y a su familia. Pero si no habéis visto esta joya (aparte de corregir cuanto antes este error) podéis visualizar a cualquier familia mafiosa de cualquier película. Allí estaba el capo con sus 120 kilos, su pelo canoso peinado a raya bastante escaso por detrás. Vestía el señor pantalones con tirantes que se veían asomar bajo una americana de cuadritos pequeños (perdonad mi ignorancia, no sé si se llama príncipe de Gales). A su lado su hijo y sucesor, bajito, moreno, igualito, igualito a Joe Pesci, con eso está todo dicho.

La mujer de Joe Pesci era la viva imagen de la horterada, uñas postizas, pelo cardado y teñido de un rubio imposible. Y para contemplar la estampa, la hija, una Lolita de unos 16 años que seguro que tiene engañados a sus padres con el tema de la virginidad.
Ahí estábamos todos, dentro del ascensor, apretujados. Pulso el botón del 2 y ellos el del cuatro. De repente el ascensor pega un bote y paramos. En ese mismo instante yo empiezo a sudar, pero todavía me queda algo de dignidad y pienso para mí misma: “no pasa nada, alguien vendrá y nos sacará de aquí…¡¡¡¡pero que sea pronto, por favor!!!!” Como podéis comprobar, la dignidad me duró media línea. Mientras, La Familia comienza a hablar entre ellos en italiano y a gritos, mientras mueven las mano como hacen los italianos de las pelis, juntando los dedos y subiendo y bajando…
¿Y qué hago yo? Como el oxígeno no me llega al cerebro y solo puedo dedicar la neurona que tengo activada a no gritar, pues no se me ocurre otra que decir que somos muchos y tal vez se ha parado por eso. Nunca he pasado más miedo, lo juro, nunca he sentido igual que cuatro miradas me atravesasen con tanto odio:

“¿Ma commo? Si somos cinco y aquí pone que pueden subir seis?” Y no llegamos a los 620 kilos que pone aquí”

Es cierto que pone eso, pero es mentira, el ascensor es del tamaño de cuatro baldosas, y nosotros nos podíamos oler el aliento unos a otros (experiencia que no quiero ni recordar). Es decir, que éramos muchos y solo el capo pesaba lo suyo. A partir de ese momento, no dejaron de mirarme con odio y de vez en cuando decir cosas como: “muchos, muchos, ¿cómo vamos a ser muchos? Buah…”

Mientras, el capo obeso hace a las mujeres presentes un gesto de tranquilidad. La señora se muerde las uñas de porcelana y la niña palidece diciéndole a su padre en medio italiano y español que haga algo, que ella ha quedado…el padre la mira y le pregunta con quién…Yo me pierdo el final de tan interesante conversación porque me pongo a pulsar el botón de alarma. Un amable señor me atiende y le digo lo que pasa, temblándome la voz y a punto de gritarle que llamasen a Elliot Ness, que estaba atrapada con unos amigos suyos.

Finalmente, al cabo de unos siete u ocho minutos el ascensor decide volver a ponerse en marcha y nos deja en la cuarta planta que los mafiosos habían marcado (chico listo el ascensor, se dio cuenta de quien mandaba allí). Yo salí, os lo juro, respirando como si saliese del fondo del mar, tocándome la garganta como si me estuviese ahogando. Solo puedo añadir que salí sana y salva. Eso sí, cuando mis compañeros de encierro se alejaban creí ver que me hacían signos de cortarme el cuello o algo así (pero quizá sea mi imaginación).

Ay, esta vez la criptonita pudo conmigo, pero las superheroínas siempre salen a flote…


12 respuestas a “Claustrofobia (Por Ana)

  1. ¡Horror de los horrores! ¡Mi peor pesadilla! (lo de quedarme encerrada en un ascensor… bueno, con Los Soprano también…) Eres una superviviente Anita. ¡Besos!

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  2. Ufff¡ Sólo digo que espero que la señora no oliese a pachuli porque además del miedo, el mareo podría haber sido considerable. De todos modos con lo que me quedo de aquí es con que todo esto te pasa por PERRI,(apartate que me tiznas le dice la sarten al cazo)jejeje.

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  3. Ana, pásame los nombres de las personas que han comentado ciertas cosas ligeramente desagradables de la familia Soprano. Tengo un primo que estará encantado de hacerles una visita…

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  4. ay ana! como te entiendo! las cosas q podemos decir en un moemtno de panico. las fobias te hacen decir/hacer cosas q no controlas. tengo muuuucho vertigo pero mucho mucho! y se te pasan unas cosa spor la cabeza en un momento de panico… buuufff
    aunq en esa situiacion yo tb habria tenido claustrofobia! ay! los espacios pequeños me angustian un poquito…

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  5. Yo tengo que decir que a mi la verdad que las fobias que son normales en la gente como los aviones o los ascensores a mi no me dan nada de miedo… De tu historia me daria mas miedo la familia mafiosa que otra cosa, luego me pasaria un mes mirando en las esquinas antes de doblarlas.
    Ademas si ya de por si es incomdo subir en el ascensor con alguien que no concoes (como en casa cuando se cuela el vecino o en la oficina algun compañero con el que no has hablado nunca que solo escuchas el sonido de la respiracion y los dos con la cabeza agachada…menuda situacion incomoda), que se monte una famlia de mafiosos y encima no se te ocurre otra cosa que decirles que es por sobrepeso pesando el papa 120kg, tuvo que ser horrible.

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  6. pues yo una vez me quedé colgada sola en un anscensor y también lo pasé fatal, qué miedo pase, no quiero ni acordarme, pero creo que mejor sola que mal acompañada ¿no Ana?

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  7. Os puedo asegurar que estos mafiosos no eran tan atractivos como los de la serie…ya me gustaría a mí quedarme atrapada con Montisanti, pero no, estos eran de los malcarados…

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  8. Qué bueno!! cómo me he reído… con perdón, que entiendo que las fobias no son moco de pavo. Por suerte, yo no tengo ni fobias ni alergias (de momento).

    Respecto a la anécdota en particular, sólo puedo decir: Qué envidia, Ana! la de cosas que se me ocurren para hacer en siete minutos de ascensor con Tony Soprano 😛

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  9. Lo de uso y disfrute de los poderes sobrenaturales no te creas que no se me ha pasado por la mente…lo pasa es que me parecía como mal escribirlo aquí, en un sitio en el que podría leerlo todo el mundo…

    En cuanto a atajar, estuve una semanita o así sin hacerlo, pero mira, al final, la Ana vaga ganó a la Ana miedosa y volví a subir. Esto es como cuando te caes del caballo o la bici, que hay que volver a intentarlo…

    Gracias B* por tu comentario, de verdad que fue un momento antológico…

    Un beso

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  10. jo, lo que más me llama atención es lo supinamente egoista que me siento después de leer tu post. Yo también he pensado muchas veces en «si tuviera poderes», pero no para hacer «el bien», no. Yo he soñado despierta con hacerme invisible para entrar por la noche en las tiendas y probarme/llevarme lo que me diera la gana; con parar el tiempo para disfrutar más de un momento determinado; con poder leer el pensamiento de los que me rodean para descubrir qué piensan… Lo que vienen siendo poderes para uso y disfrute personal…

    Sobre la escenita del ascensor, sin comentarios, me la he imaginado segundo a segundo y no me gustaría haber estado en tu piel, seguro que no has vuelto a atajar ¿o si? 😉
    Bss

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