Tacones lejanos (por Isa)

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En febrero de hace 10 años (¡joder, cómo pasa el tiempo!yo era una mujer que taconeaba. Taconeaba tanto, que escribí un post sobre mi forma de andar con homenaje a mi zapatero en un blog previo a im-perfectas: Tacones cercanos

Calzarse unos zapatos de tacón supone sin duda uno de los primeros síntomas de haber entrado en la escalada a la edad adulta. Entre mis recuerdos, tengo almacenada en la memoria la primera vez que me puse unos tacones. Tenía catorce años y era la segunda boda de mi tío. Al principio, después de algunos pasos tambaleantes e inseguros frente al espejo de mi habitación, me sentí alta, mayor, esbelta y sexy… para cuando acabé la jornada, lo que sentía era un indescriptible dolor en cada uno de mis dedos y el ardor de la que sería mi primera dureza.  Desde entonces, sueno al andar… No es que me guste especialmente, pero no puedo evitarlo.

Hay gente que se esfuerza en analizar el repiquetear de mis pasos -que son algo así como la banda sonora de un desfile militar- y en atribuirle significado. Caminas deprisa como una forma de huir constante, sostienen unos. Tu andar nervioso responde a esa incorregible y crónica impuntualidad, mantienen otros. O esa enérgica forma de atormentar el suelo es una muestra inequívoca de tu rotunda personalidad, comentan los de más allá. Sandeces.  No digo que mi trote de yegua percherona no tenga que ver con mi forma de ser, pero no me convencen las atribuciones estupendas. Mi teoría es física. Piso mal, o al menos eso dice un profesional de verdad: mi zapatero.

Se llama Javier y lleva un minúsculo pendiente en la oreja izquierda. Unos de esos con brillante, de los que llevaban los chicos al inicio de la década de los noventa. La mejor etapa de su vida debió transcurrir por aquél entonces, porque el pelo pincho y el flequillo engominado también corresponden al estética de esa época…. Como esas señoras de avanzada edad que siguen peinándose con moños altos y tirantes y vestidos a lo Audrey Hepburn, aferrándose a los sesenta en un esfuerzo por reprimir el indecoroso paso del tiempo.

También tiene (mi gepetto particular) la sonrisa franca de un tío trabajador, la mirada clara y dulce de una buena persona,  las manos y el diagnóstico de un experto… Gracias a él, sé lo que es el «cambrillón», palabra que ya forma parte de mi vocabulario habitual y cuál es el problema fundamental del calzado moderno. Gracias a él, he aprendido a valorar lo importante que es el trato personal entre tanto abismo cibernético.

Es curioso como ya en los albores de las redes sociales y del comercio electrónico se veía venir que las pequeñas tiendas, que el trato personal y la asesoría cercana de un profesional de carne y hueso estaban en peligro de extinción. Menos mal que los hipsters y los neo burgueses concienciados social y medioambientalmente  están resucitando en parte el comercio tradicional.

No sé qué habrá sido de Javi ni si seguirá en marcha el taller de reparación de calzado de la calle Carlos Maurras semi esquina con Doctor Fleming. Llevo sin pasar por allí desde que mi fulminante despido me separó de los comercios de una zona que fue mi barrio durante más de doce años… lo que sí sé es que ya no sueno al andar, que los tacones han quedado relegados a los grandes acontecimientos -y a veces, ni eso-. Sigo llegando tarde y caminando deprisa pero sin el troteo que durante mucho tiempo fue una de mis características.


12 respuestas a “Tacones lejanos (por Isa)

  1. En estos momentos me pasa un poco como a Pedro Navaja, pero por otros motivos. Calzado cómodo para salir volando; la maternidad ha sepultado al zapato de tacón. Como voy y vengo en transporte público el tacón resulta incomodísimo. En verano mucha cuña, eso sí. El tacón solo para salidas y saraos. Con lo que yo he sido, incluso capaz de conducir con taconazo. Pero eso era cuando iba sin descendencia.

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  2. Chica, te puedes creer que en todos estos años nunca me he fijado en tu forma de «taconear». En qué cosas se fija la gente 🙂.

    Yo he pasado por todas las fases posibles, de esta: https://im-perfectas.com/2009/05/22/la-tirania-del-tacon-por-chelo/ a la de ahora, como voy en coche a la ofi no hay día que me prive de mis tazonazos y he adquirido todo un surtido de zapato elegante con su tacón fino, me los calzo al bajar del coche y me los cambio al entrar. En mi buga llevo unas cómodas aplargatas para conducir sin las que no se qué haría…

    Qué bonito queda un buen tacón y que incómodo es muy tirano.

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    1. Es que contigo los he llevado menos, pero sí… Pisaba fuerte como dice Alejandro Sanz jajajajajaja
      Dejar de moverme en coche y en taxi para ir de un lado a otro también marcó mi abandono del tacón.
      ¡Muy buena idea la de las alpargatas!

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  3. Yo antes usaba muchos más tacones que ahora, también. Creo que llega un punto que la comodidad gana a la coquetería…
    Una pena que se estén perdiendo los oficios. Ahora ya todo son franquicias donde no te conocen ni saben cómo es tu pie ni nada… Un besote!!!

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  4. Ultrafán de los comercios artesanales con gente que conoce bien su oficio. Por contra, no puedo con los tacones y es un problema cada vez que necesito unos zapatos para bodorrios y similares. Me compré hace un par de años unos que respondían a mis demandas de estética y comodidad, con un tacón discreto, y espero que me duren muchos años.
    Dicho esto, admito que los tacones hacen las piernas más bonitas y suben el culo 😉 Pero… ¡esos pies llenos de callos que dejan!

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  5. Creo que el taller de calzado sigue, no conozco a Javier, no sé si sigue allí. Pero no olvides los tacones de vez en cuando. A mí me sirven para caminar fuerte. No sé si es lo que ahora han dado en llamar eduacación heteropaternalista o son reminiscencias de adolescencia pero adoro los tacones. Me siento más segura con ellos y haciendo ruido. Evitan que arrastres los pies.

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    1. Coincido contigo. A mí también me gustan mucho los tacones, me hacen caminar más erguida y me dan seguridad… Me hacen sentirme más. Pero entre la pereza, las carreras con los niños de un lado a otro y en tiempo récord, las tardes de parque y, sobre todo el cambio de estética de mi nuevo rol laboral, los he dejado aparcados.
      ¡Mañana me los pongo!

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