¿A dónde van los besos? (por Ana)

Es im-perfecta desde 2009, y ahora vuelve como colaboradora. Ana, que se define a sí misma así: soy periodista y aunque mi carrera se ha desarrollado sobre todo en el mundo televisivo, siempre me ha gustado escribir. Mi vocación surgió porque soñaba con parecerme a las protagonistas de las series y películas de periodismo de mi infancia y adolescencia. Vivo inmersa en un mundo de ficción, me encanta «perder» el poco tiempo que tengo plantándome delante de la tele devorando toda serie que se me ponga por delante.

A la mujer le dolía mucho la espalda, la estaba destrozando. Su lesión crónica se resentía tras bajar andando las escaleras que llevaban el irónico nombre de mecánicas tras dos meses sin funcionar. Cinco estaciones de pie, apoyándose ahora en una pierna, ahora en la otra… Les odiaba, odiaba a esos dos adolescentes que iban cómodamente sentados y hablando sin apartar la mirada uno del otro. Quería que se levantaran y le dejaran reposar su dolor, aunque era evidente que ni por edad ni por aspecto físico se podía adivinar el malestar que sentía, ellos no se estaban comportando de manera maleducada… pero les odiaba…

En la sexta estación quedó libre un asiento justo enfrente de los jóvenes. Consiguió sentarse y respiró hondo durante unos instantes con los ojos cerrados. Cuando los abrió, su mirada se encontró con la estampa de los muchachos recortada como si de un cuadro se tratase, como si todo lo que hubiera fuera de ese marco se desvaneciera. Ni el chico ni la chica habían cumplido a los dieciocho años, aunque los rozaran, lo más probable es que disfrutaran de sus dieciséis, una edad mágica a la par que difícil de sobrellevar, no eres un niño pero nadie te considera un adulto, vives en un limbo que en ese momento se te antoja eterno. Pero es que a esa edad todo es eterno. La mujer sonrío recordando su propia adolescencia, la impaciencia por ver el calendario correr, en busca de libertad, autonomía, respeto de los adultos… Y ahora, a sus cuarenta y uno, le encantaría volver a tener la sensación de que el tiempo es inagotable y que a la vuelta de cada esquina hay una aventura, una oportunidad esperando que la encuentres. Todo es posible a los dieciséis.

Ellos hablaban ajenos a su escrutinio mal disimulado tras un libro. Ajenos en realidad a todo, creando un mundo para ellos dos dentro de un vagón de Metro. De pronto él, obviando una conversación nada romántica, más bien anodina y ajena a todo amor, acercó su cara a la ella, casi hasta que su nariz rozó la de su compañera de viaje, al menos de este en las profundidades de Madrid. Ella seguía hablando, rematando su argumento, mirándole fijamente a los ojos, que llegados a este punto era lo único que podía ver. Él se quedó quieto, cerca, dejando que su aliento se depositara sobre la piel blanquísima de ella. Dejando pasar segundos en los que iban comprimidos toda una existencia. Ella, de repente, con fuerza y con torpeza brusca, le agarró la parte superior de la cabeza y atrajo su cara, a la vez que envolvía los labios de él con los suyos, devorando, succionando, poseyendo cada centímetro de su boca. Él correspondió al beso, acariciando, más bien agarrando, la mejilla de ella, en otro gesto de posesión empañado de torpe dulzura.

Desde el asiento de enfrente, la mujer no podía dejar de mirar a los jóvenes, fascinada por ese poderoso beso, largo, sin freno. Había violencia pero no era tal, era ansia de amor, de vida… Y entonces se preguntó si los besos tienen edad, si ese maravilloso gesto era diferente a los dieciséis que a los treinta o a los setenta. De ser así, esa pareja no hacía ni más ni menos que besarse con la impaciencia de la adolescencia, como si sólo ellos supieran cómo se besa de verdad de la buena. Ellos, los descubridores de un secreto que no son conscientes que se les escurre entre los labios según van pasando los días, diluyéndose en una realidad que compartir con el de resto de los mortales. Pero eso sería más adelante. En esta juventud recién estrenada la vehemencia y las ganas de comerse el mundo se encarnan en esas bocas que no besan, devoran. La persona en la que están depositando su piel, su lengua y su saliva en ese momento es el universo entero. La juventud se caracteriza por querer comerse el mundo y doblegarlo en cada acto cotidiano.

Más adelante, y ella lo sabía muy bien, los besos seguían siendo un regalo maravilloso que compartir con otra persona. La pasión no disminuía en ningún momento, la impaciencia por degustar los labios del otro o la otra seguían allí, por supuesto… Pero esa inconsciencia, ese disfrute del descubrimiento, ese aprender dentro de la boca del otro… eso desaparece… aunque se ganan otras cosas, como los besos de verdadero amor cuando tu pareja pasa por malos momentos, el roce rápido pero que ninguno de los dos olvida día a día cuando se sale con prisa para ir a trabajar, el beso de antes de dormir acurrucados en la cama compartida, los nuevos besos con nuevas personas que aparecen en tu vida…

El megáfono del Metro anunció la siguiente parada y ellos se separaron con la misma rapidez que se habían unido y pegaron un salto para levantarse. La mujer los observó salir cogidos de la mano y con las cabezas muy juntas y pensó: ¿a dónde irán los besos adolescentes? Y volvió a su libro sonriendo.

 


6 respuestas a “¿A dónde van los besos? (por Ana)

  1. Yo recuerdo todos mis grandes besos, especialmente los primeros con los hombres más importantes de mi vida. Nada es igual a los 16 que a los 40, no se tiene el mismo ímpetu ni la misma ingenuidad… pero no cambio mis besos de ahora por los de mi adolescencia. Ni prácticamente ninguna otra cosa.

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    1. Totalmente de acuerdo… Tampoco sé si es mejor o peor, simplemente es distinto y así hay que asumirlo… Un beso de amistad y agradecimiento por leer y comentar 😘

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