En el lugar más recóndito de la isla solo oía el rumor lejano de las olas y su respiración agitada por la huida. Buscó cobijo a los pies de un árbol, frondoso, viejo, y se acurrucó entre sus raíces nudosas. «Que no me encuentre, que no me encuentre», se repetía con el fervor febril de un rezo desconsolado.
Más aún que el hombro maltrecho, y la oreja desgarrada por el mordisco, lo que le dolía sobre todo era el vientre. Mucho. Ya parada, casi en calma, pudo percibir que las punzadas eran rítmicas y cada vez más intensas.
Apretó las piernas, como si pudiese evitar lo inevitable y comenzó a aullar de puro desgarro, a pesar de que sabía que sus gritos podrían ayudarle a localizarla. Revolviéndose en el suelo, enloquecida por el dolor y el esfuerzo del empuje, perdió el conocimiento.
Y no pudo verlo llegar. Ni a él, ni al hijo que le arrebató de las entrañas.
Uff, si, que mal rollo.
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Ufff, qué triste.. Besotes!!!
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Sí, me ha quedado una historia un poco macabra…😌
¡Un besito!
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