Los chistes de calvos

Tenía otras cosas sobre las que escribir pero la Gala de los Óscar, que no he visto ni pienso ver, nos ha dejado una polémica de estas chulas-chulas que eclipsan los titulares de las noticias de verdad: la pandemia, una guerra anacrónica, la crisis energética… qué sé yo. A estas alturas estoy segura de que todo el mundo sabe de la gran fiesta del cine lo mismo que yo, que Will Smith le sacudió una bofetada a Chris Rock en directo delante de las cámaras. ¿El motivo? Pues un chiste que hizo Rock sobre la cabeza rapada de la mujer de Smith, Jada Pinkett que sufre alopecia por una enfermedad. Al parecer la gracieta no cayó muy bien, tanto que el Príncipe de Bel-Air perdió los papeles. Resulta que Jada Smith lo está pasando bastante mal como consecuencia de una enfermedad que le afecta a la autoestima. Desde luego hacer bromas con las enfermedades es de un mal gusto manifiesto. El chascarrillo además era malo y poco original. Cualquier mujer que haya llevado alguna vez la cabeza rapada ha tenido que soportar la comparación con la Teniente O’Neil (aka G.I. Jane), solo le faltó mencionar también a Sinead O’Connor (otro clásico). A mí también me lo hicieron, y a mucha honra…  Como calva que he sido, empatizo totalmente con Jada. Una cosa es que yo me riera de mi calvicie como mecanismo de defensa ante un mal mayor (el cáncer, en mi caso) y otra que me hicieran gracia los chistecillos sobre el tema. O puede que sí,  pero cada persona es un mundo.

En esto de la tolerancia a los chistes de calvos, los hombres nos llevan cierta ventaja (como en otras muchas cosas). Son muchos siglos sufriendo alopecia y han hecho callo ante el gracejo popular transmitido de generación en generación. Reírse del aspecto físico de la gente es muy divertido hasta que la víctima eres tú o alguien de tu familia… Ay, la empatía, cuánto hay que mejorarla. Ya he hablado por aquí en varias ocasiones de los límites del humor. Es un debate interesante en el que mi tendencia es a situarme en el lado de la permisividad, creo que la censura es mala siempre y que el lado de la ofensa como el gran mal de la sociedad del primer mundo va ganando adeptos a pasos agigantados. Medir algo tan subjetivo como lo ofensivo es muy complicado e incluso peligroso.

Como víctima de bullying, debo decir que aunque hay algunas personas incapaces de distinguir entre una broma de mal gusto y un episodio de humillación pública, la mayor parte de la gente entiende que cuando se hiere a la persona sobre la que se está haciendo mofa, la cosa deja de ser graciosa. En lo de ayer, llama la atención como Will Smith primero se ríe y cuando ve la cara de poker de su parienta sobrereacciona llevado, muy probablemente, por su propio sentimiento de culpa. Las personillas somos así. En cualquier caso, Jada Pinkett está en su derecho de ofenderse. Faltaría más. Incluso, Will Smith está en su derecho de sentirse herido. Pero eso no justifica recurrir a la violencia. ¿Os imagináis que cada vez que nos sentimos ofendidos por algún chiste nos liáramos a leches con el gracioso de turno? 

Después del calentón, cuando Will subió a recoger su estatuilla (sí, encima ganó el Óscar) trató de disculparse aludiendo “al amor”, algo que  a mí particularmente me ha chirriado aún más. Suena mal y huele peor que en pleno siglo XXI un hombre recurra a las manos para desagraviar a su esposa. 

Por supuesto, todo este tema ha levantado mucha polvareda en redes y medios sociales: algunos han considerado que la reacción violenta para defender el honor de su mujer es puro machismo, otros le justifican porque entienden que los límites del humor no deben traspasarse y que su forma de actuar es de lo más humana… A mí todo me parece un despropósito: Lo de Chris Rock una falta de respeto (¿deliberada?), y lo de Will Smith una meada fuera del tiesto. De vergüenza ajena.

Hay quien, en una vuelta de tuerca más, sostiene que si el humorista hubiera sido Arévalo, el blanco del chiste un gay, y su madre la ofendida que sube al escenario a partirle la cara al gracioso, posiblemente la estaríamos aplaudiendo. En este mundo polarizado y maniqueo, no me sorprendería lo más mínimo: la ofensa se valora de distinta manera en función del emisor y la diana. Nunca me gustaron los chistes de abusones que se basan en reírse de los defectos o problemas ajenos, me resulta mucho más edificante reírme de mí misma, pero me parecería igual de mal si el conflicto hubiera sido con Arévalo. Ya he defendido a humoristas que no me hacen gracia en otras ocasiones.

Si la única respuesta que podemos dar a una ofensa es un tortazo,  si la solución a un cabreo, por muy legítimo que sea, es sacudir un mamporro,  me parece que no hemos evolucionado mucho… al final, igual lo de la guerra no era tan anacrónico.


2 respuestas a “Los chistes de calvos

  1. Gran artículo Isa!! Como me gusta leer artículos bien argumentados. Suscribo todos los párrafos, hasta el de Arévalo. Bueno, casi todos ya que hay un punto sobre él que me gustaría reflexionar. En mi opinión, hacer una broma de una enfermedad o una anomalía no tiene porque ser indeludiblemente inaceptable, como se plantea en múltiples opiniones que he leído, y se repite en tu artículo (aunque se matiza a lo largo del mismo). La misma broma que hizo Chris Rock podría haber producido un efecto terapéutico en otra persona o en otra situación. Retomando lo que comentas de que vivimos en un mundo maniqueo y polarizado, yo añadiria, también narcisista, infantilizado, y moralizante. Ante este panorama creo que es necesario subrayar que el humor es un excelente lubricante y antiinflamatorio en las relaciones sociales. Empujemos para que siga siendo así y no se convierta también en motivo de división y disputa.

    Dicho esto, nadie tiene porqué soportar un broma dirigida a su persona. Esta en su derecho de enfadarse y afearle la conducta. Ya soltarte un mamporro me parece está completamente fuera de lugar por muy hiriente que fuera la broma. Podría ser discutible si tenía que habérselo asestado por la pésima calidad del chiste :D. Tampoco el humor puede ser una excusa para burlarse o acosar a otras personas. Siendo imposible ponerle unos límites rígidos al humor, hay que estar atentos porque existen y cambian con el contexto.

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    1. Pues sí, tienes razón, no siempre bromear sobre una enfermedad es demostrable y efectivamente a veces puede ser terapéutico, y mucho.
      De hecho, el humor es un excelente método de reconstrucción de la autoestima. Cuando alguien que ha sufrido por algo es capaz de reírse de ello es que va por buen camino. En este caso concreto, dar visibilidad a nivel planetario a través de un chiste a una enfermedad estética como la alopecia en las mujeres justo cuando Jada Pinkett había decidido hacerlo, no me parece mala cosa.

      Qué gran verdad lo de que vivimos en un mundo narcisista, infantilizado y moralizante. A veces es agotador. La gente solo mira su ombligo, su espejo y se interesa por los demás en la medida en que le devuelven el reflejo adecuado. Menos mal que nos queda la risa.

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