Cuento de Navidad (por Carol)

Mr. Scrooge_1
Mr. Scrooge es visitado por el fantasma de Marley. A_Christmas_Carol (1843), ilustración de John Leech (vía Wikimedia Commons)

—¡Dejadme saliiiiir, cabroneeeees!

 

Las sonoras carcajadas al otro lado de la puerta enfurecieron aún más al Señor A, que aporreó la puerta con desesperación.

—¡Tú de ahí no te mueves hasta mañana, desgraciao! —le respondió una de las voces.

Ahora el Señor A empezaba a asustarse de verdad. Faltaban sólo 15 minutos para la medianoche y tenía que salir de esa habitación como fuera. Si no… ¡quién sabe qué tormentos horribles le esperaban! Su empresa se iría a pique; sus hijos le respetarían todavía menos; seguro que al final caía fulminado por un infarto. O peor aún, moriría de alguna forma ridícula y encima sería el hazmerreír de su vecindario pijo.

El sudor empapaba la camisa del Señor A. Una camisa cara pero vulgar, que a duras penas conseguía abotonar sobre su panza prominente. Recordó aquella vez en que le espetó a uno de sus subordinados, palmeándole la barriga: «¡A ver si adelgazamos un poco, que debe hacer años que no te la ves!». Todos le rieron la gracia, claro, ¡pero es que había sido una ocurrencia muy chisposa! Al día siguiente encontró su flamante Alfa Romeo grafiteado a lo Jackson Pollock y con las cuatro ruedas pinchadas y se preguntó quién podría tener tan mala idea.

Daba igual, no pensaba ceder ante esos mindundis, pasara lo que pasara.

—¡Uy, que van a dar los cuartos! ¿Tenéis las uvas listas?

—¡Siiiiiii! —respondieron varias voces a coro.

—¡Qué penita que algunos se las vayan a perder este año, muajajajajaja!

El Señor A comprendió que estaba acabado. Sólo tenía una debilidad más grande que el dinero: la superstición de comerse siempre las doce uvas, todas y al ritmo que marcaba cada campanada. Creía firmemente que, si no lo hacía así, le esperaban doce meses de desgracias irremediables.

—¡Está bien, me rindo! ¡Acepto vuestras condiciones! —berreó, al borde del llanto.

—¿Entonces nos vas a pagar todo lo que nos debes, avaro del demonio?

—Mmmsí… —murmuró de mala gana y cruzando los dedos tras su espalda, como hacía de pequeño cuando le obligaban a prometer algo que no tenía intención de cumplir.

—¡¡¡No te hemos oído bien, Míster Scrooge!!! ¿Has dicho que nos vas a pagar todas las nóminas pendientes más los atrasos?

En ese momento alguien subió el volumen del televisor y el Señor A pudo escuchar con claridad el bullicio de la Puerta del Sol a pocos segundos para despedir el año. El pánico le consumió.

—¡Que sí, copón! ¡Las nóminas pendientes y los atrasos!

—¿Hemos oído pagas extraaaas?

—¡Ssssí, lo que queráis, pero dejadme salir ya! —gimoteó.

La puerta se abrió y vio a sus seis empleados. Ellos, a los que nunca les había permitido tutearle, aunque él se dirigiera a todos como “eh, tú”; a los que había obligado a recuperar el tiempo que faltaban para ir a sus citas médicas; a los que había gritado y humillado públicamente cada día. A los que, con el subterfugio de la crisis económica, había dejado de pagar durante casi un año, aunque continuaran entrando ingresos abundantes a la caja B de la empresa. Estaban allí de pie, devolviéndole la mirada condescendiente que él les había dedicado cada día de su vida.

Corrió hacia el televisor y miró a la pantalla como si asistiese a una aparición divina. Al cabo de unos segundos, su cara esbozó un leve rictus de horror.

—No, con Ramón García no, por piedad…

(Inspirado libremente en Cuento de Navidad, de Charles Dickens, y en hechos reales protagonizados por un gran hijoputa que tuve por jefe).

Carol es periodista (cuando puede) y co-bloguera feliz en Canciones de Buen Rollo. Dice que le gusta lo mismo que a todo el mundo: irse de vacaciones, comer y beber bien y dormir sin despertador. Devota del rock and roll y del cine en V.O., se transforma en Hulk cuando la gente habla o come ruidosamente en la sala. Entusiasta, aunque infiel, lectora de tebeos y tía postiza de un puñado de niños y niñas muy molones.

 


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