
No sé si esto es una cosa mía o mayoritaria pero a veces mi día parece depender del color del cielo. Lo he estado pensando (y penando) estos últimos días con este cielo de Madrid blanco hoja de papel en blanco, blanco nada, blanco mustio, blanco bobo. Así no se puede empezar el día, mirando hacia arriba y viendo un color que no invita a mucho más que quedarse en casa pensando cómo rellenar ese folio, como darle vida.
Dicen que Madrid tiene el cielo más bonito y se habla de su azul brillante, intenso, sin nubes en esos días de invierno en los que cuánto más azul, más frío. Pero también más energía, más alegría sin razón y más ganas de comerme el mundo. El mejor cielo, el cielo brillante de Madrid sin nubes y la luz que ese cielo filtra, ese sol rotundo que calienta los huesos si sabes escoger la acera adecuada, y que te obliga a aflojarte la bufanda y prescindir del gorro mientras ese sol dura.
Hay también otros días y otras maneras, viento en las nubes que cabalgan por el azul con sus formas cambiantes. A veces lo hacen rápidamente, incluso muy rápidamente y en esos momentos, (no se si esto es una cosa mía o mayoritaria), me planteo qué pequeñitos somos en esta ciudad pequeñita sobre la que las nubes pasan tan deprisa sobre calles, plazas y parques que deben parecer simples cuadraditos minúsculos que quedan atrás, breves como un suspiro desde allí arriba. Los días de nubes y viento sobre Madrid son los días de soñar un rato y merece la pena buscarles el momento para poder mirar hacia arriba y soñar brevemente, aunque todo se quede en unos minutos alzando la mirada en la parada del bus, o en ese disco que dura demasiado en rojo a la hora de cruzar la avenida.
Y de nuevo no sé si es cosa mía o mayoritaria pero los domingos en Madrid son domingos de cielo soleado o no son domingos. Los domingos de verdad, los de aperitivo y paseito o los de dejar correr la mañana tontamente en casa son los domingos de ese sol robusto que entra por la ventana abierta para ventilar y logra calentar el suelo pese al frío. Los domingos de cielo blanco, blanco hoja de papel en blanco, blanco nada, blanco mustio, blanco bobo no son domingos, son días que nacen ya rotos y consumidos, menguados, que huelen a lunes y a semana de agenda cargada de compromisos que ya no aceptan nuevos retrasos.
Parece tonto despertarse y pensar que el día depende del color del cielo. Lo pienso cuando salgo a correr temprano junto al río o por el parque, cuando hay tiempo de mirar hacia el horizonte y pensar en el cielo y en sus colores. Luego soy consciente de que nada es para tanto, porque olvido el cielo y olvido su color durante horas, su influencia en realidad se desvanece cuando entro bajo el primer techo para trabajar, comprar algo en una tienda, tomar un café, o simplemente bajo la mirada para consultar el móvil y el pensamiento vuela hacia lo terrenal y lo urgente, donde la magia deja de tener influjo.
@Crisgallar, aka Cristina Gallardo Parga lleva bastante más de una década hablando, a cuenta de Europa Press, de lo que pasa a diario en los tribunales visitados antaño por terroristas del norte y a día de hoy por chorizos de la peor calaña. También le gusta juntar letras de vez en cuando sobre temas más pintureros, tener canciones en la cabeza y leer historias que le sorprendan. Enamorada, amiga de sus amigos y maleducada con los monstruos.
¡Qué texto tan chulo Cris! Me identifico mucho con lo que dices 🙂
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¡Ay, me ha gustado mucho! ¡Gracias! 🙂
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