EL ABUELO ANTONIO
El abuelo Antonio sale de su portal y camina, apoyado en su bastón, con paso lento, arrastrando los pies, hacía el parque que tiene frente a su casa. Hace meses que ese paseo es el único contacto con el mundo exterior que mantiene el anciano. Son muchos años los que curvan su espalda y agarrotan sus piernas. Muchos años son los que lleva llorando la muerte de su mujer y la marcha de sus hijos. Su rutina diaria se basa en sentarse siempre en el mismo banco y pasar un ratillo mirando a los pequeños jugar y observando la salida de los alumnos del instituto que e ubica justo al lado. Por su puerta ha visto pasar cada año a jovencitos que, como por arte de magia, se han convertido en los padres de estos nuevos cafres que salen dando gritos y pegándose entre ellos, diciendo obscenidades y utilizando un lenguaje que a Antonio le revienta en los tímpanos. No soporta a los adolescentes, no los entiende. Y claro que todos lo hemos sido, pero en sus tiempos había otra educación, se sabía menos de la vida, eran más inocentes. No como estos, que solo piensan en tocarse entre ellos y en ganar dinero rápido concursando en un reality o acostándose con famosos y contándolo en la tele… La dichosa tele, que solo enseña guarrerías…
Mientras avanza hacía su banco, con la cabeza gacha, va pensando en que realmente se ha convertido en un viejo chocho, que todo le molesta. Por ejemplo, el niño que da patadas al balón, peligrosamente cerca de él. Pues sí, lo que le faltaba, recibir un balonazo. Si es que estos mocosos ya no tienen respeto por nada. Y sus padres menos, que tenían que estar controlando que sus hijos no molesten. En ese momento, una vocecita en su cabeza le dice: “Ves, Antonio, cómo te has convertido en un viejo chocho de verdad. Antes te hubiera hecho gracia el chavalín y le hubieras dado alguna que otra patada al balón. Y no hace tanto de eso, no hace tanto… ¿o sí, o fue hace mil años, en otra vida?”. Sacude la cabeza, intenta alejar esos pensamientos de su mente. Solo quiere llegar a su banco y sentarse. Hoy el sol luce y eso le gusta, le da ánimos.
Antonio levanta la cabeza y mira hacia su destino. Y el banco, su banco, está ocupado. Ocupado por cuatro malcriados que comen pipas, beben refrescos y están sentados sobre el respaldo apoyando sus pies, cubiertos por esas feas “zapatillotas” que todos llevan, sobre el asiento. Antonio tiene un momento de confusión. Pero si es su banco, si él cada mañana se sienta en él… es su rutina, de las pocas cosas que controla… y, ¿ahora qué?
Aturdido, decide que no tiene fuerzas ni ganas de enfrentarse a estos niños, tan semejantes a esos nietos que no vienen nunca a verle, así que se vuelve y busca con la mirada otro banco. Lo descubre y se sienta en él. Piensa que tal vez no está mal realizar un cambio en su vida, aunque sea así de insignificante, es a las pocas sorpresas que puede aspirar a su edad y en sus condiciones. Sumido como está en sus pensamientos, no se da cuenta de que una señora, también con bastón, también con muchos años a sus espaldas, se sienta en el otro extremo del asiento. Ella le saluda y él sale de su ensimismamiento y le devuelve el saludo. Ella le mira con amabilidad, con unos ojos llenos de luz a pesar de sus cataratas y le dice, llena de alegría:
-Qué gusto da venir a este parque, ¿verdad? Es como una inyección de vida. Mire usted a ese pequeño que está jugando con la pelota. ¡Vaya energía que tiene el enano! No me extraña que su padre no le quite el ojo de encima. Es como para comérselo… al niño, digo… –Se echa a reír, sorprendida ella misma de su picardía.
Antonio vuelve a mirar al niño al que antes casi suelta un improperio y sí, es verdad, es muy gracioso. Y allí, justo al lado, está ese padre al que él antes no ha visto. Se gira de nuevo hacia la señora:
-Lleva usted razón, es un gusto estar rodeado de tanta vida. Ya, a nuestra edad, solo nos queda esto, disfrutar de la alegría de los demás.
-Pues no es poco, señor, no es poco. Ver como los jóvenes disfrutan es otra forma de revivir, de volver a esa edad, ¿no cree? Y de todas formas, también nosotros tenemos cuerda para rato, no me diga usted que no podemos tener nuestras propias alegrías, hombre–contesta ella con una sonrisa de oreja a oreja.
Antonio mira a la señora y piensa que tal vez el cambio de banco no sea el único cambio en su vida. Tal vez, bajar al parque a partir de ahora sea más divertido. Quizá hablar con ella se convierta en su nueva rutina. Nadie sabe, esto es lo bueno de la vida, que nunca deja de sorprenderte.
Conclusiones: De quince alumnos, doce escribieron un cuento en el que el abuelo al final moría, generalmente muy triste porque echaba de menos a su mujer y sus hijos. Dos de los cuentos se basaban en la lucha de Antonio por quedarse en su casa y evitar que sus hijos le metan en una residencia… Y el mío, con final un poco esperanzador… Es horrible, desde mi punto de vista, que cada vez que pensemos en la vejez, en la tercera edad, sólo se nos vengan a la cabeza pensamientos tristes relacionados con la muerte, la soledad y la tristeza. Prefiero pensar, que siempre que se tenga salud, la vejez es una etapa más de la vida y que hay que vivirla lo mejor posible, como el resto de épocas. Empiezo a pensar que soy «la rarita» en muchas facetas, pensamientos y valores de mi vida, y en este caso, la verdad es que me encanta.
Gracias Papalobo y Tc…
Mónica, es una pena lo que cuentas y ya sé que es una realidad, pero como todas las realidades, está en nuestra mano cambiarla un poco y no convertirnos nosotros en ese tipo de personas que abandonan a los que nos necesitan… Olé tú por tu trabajo, me parece maravilloso.
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Jo Ana, me ha chiflado tu cuento!
Es cierto, todos tenemos que aprender a vivir lo mejor posible.
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Si tu eres rara….Que el mundo nos coja confesados!!!!!A mi me ha encantado tu cuento, pero yo, que cuando trabajo, lo hago con gente discapacitada o gente mayor, te digo que para la desgracia de estos, son muyyyyy olvidados por sus familias, sobre todo cuando son considerados «no válidos», y de verdad, que os quedaríais horrorizados si oyéseis a sus familiares quejarse, de la carga que supone, tener que ir a verlos…Pero también te queda la esperanza de que tu familia no haga eso, o simplemente tu nunca necesites que te ayuden!!!!.
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Bueno, yo creo que necesitamos muchas más «raritas» como tú.
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Veo que todas estáis más o menos de acuerdo… esto también es un buen estudio de campo… Ahora, lo que deberiamos hacer todos es predicar con el ejemplo y empezar a disfrutar de la vida tengamos la edad que tengamos. Muchas gracias a todas por escribir
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La vejez es la etapa final de la vida, pero no por ello ha de ser la peor. Hay ancianos tristes y los hay alegres, hay ancianos solos y otros que están acompañados. A mi lo que me da miedo es la enfermedad y el declive físico. Este último, si llego a vieja, será inevitable, pero espero poder saborear otra cosas. ¡Que pena que mi abuelo no viva para poder compartir el relato!
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Espero ir aprendiendo a ver lo bueno de cada etapa de la vida, creo que es lo más inteligente y lo que da más felicidad. Ana, no creo que seas rara ni mucho menos, ojalá todos tuviéramos la actitud positiva por bandera, besos
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Tienes mucha razón Ana, cuando pienso en alguien mayor pienso en mi abuelita que tiene 88 años y más vida que muchos de los de 30. Hay que vivir felices sin importar la edad.
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Pues agradece la diferencia. Esa actitud ayuda mucho en la vida
Por cierto soy Perfida
Un saludo coleguita
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Pues felicidades por esa «rareza», y ojalá muchos aprendamos a ser igual de raros, que bastantes penas tiende de por sí la vida para que encima no seamos capaces de ver lo positivo.
Precioso tu cuento.
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Conmovedor, Ana 🙂 Me alegro mucho de que seas rarita… Estoy completamente de acuerdo contigo en que hay que vivir cada una de las etapas de la existencia de acuerdo a lo que uno tiene e intentar ser feliz. Siempre: Con 12, con 25, con 43 y con 74.
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