Hotel, dulce hotel (por Carol)

 

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Thomas Lefebvre. Grand Central Terminal, New York.

Desde que puedo recordar, siempre he sentido atracción por las habitaciones de hotel, los aeropuertos, las estaciones. Esos espacios de tránsito que el antropólogo francés Marc Augé definió como “no lugares”. Posiblemente porque los relaciono automáticamente con el hecho de viajar, que es una de mis cosas favoritas del mundo.

Normalmente se habla de los “no lugares” en sentido peyorativo, con desdén, como opuestos a aquellos con carácter. Pero eso es lo mejor de ellos: su impersonalidad, su anonimato, la sensación de que podrías estar en cualquier parte, justamente porque son un poco tierra de nadie.

No son “tus lugares”; no has elegido los cuadros de las paredes, ni el color de los asientos, ni tus libros están en las estanterías. Y por todo eso están desprovistos de la carga emocional que siempre encierran las casas que habitamos. Te permiten salirte de tu vida durante unas horas e imaginar que eres otra persona. No significa que tu vida sea mala. Es sólo que a veces mola disfrazarte y meterte en otra piel.

La mayoría de la gente aborrece viajar a países lejanos, de los que te separan muchas horas de avión. En mi caso, salvo en circunstancias realmente desagradables (atascos, accidentes, turbulencias aéreas, etcétera), suelo disfrutar mucho del trayecto y de la espera en los aeropuertos. Me parecen momentos perfectos para dedicarlos a cosas placenteras sin el cargo de conciencia de estar robándole tiempo a las obligaciones diarias. No tienes nada más que hacer, así que puedes enfrascarte en un libro, escuchar música o simplemente mirar el paisaje y pensar, o mejor aún, dejar la mente en blanco. Piénsalo: ¿cuántas oportunidades tienes en tu vida diaria de quedarte mirando las musarañas?

Mi primer empleo como periodista fue en una pequeña editorial de revistas sectoriales “dirigida” por un ser infame y más rata que Mr. Scrooge. El trabajo era un espanto, pero tenía una cosa buena: me permitía viajar de vez en cuando a destinos interesantes. A veces nos invitaban a viajes para prensa extranjera en los que nos agasajaban de lo lindo y nos alojaban siempre en hotelazos (lo que viene siendo un soborno de toda la vida, vamos). Recuerdo especialmente el Hilton de Bruselas, que te sentías como la mismísima nieta del fundador.

Por supuesto, los “no lugares” no dejan de tener también un cierto poso de melancolía, como sucede en ‘Lost in Translation’. Ni que decir tiene que me encanta esa película y en especial las escenas en el hotel, donde al fin y al cabo los protagonistas terminan encontrando un cierto alivio a su soledad.

En fin, algún rarito más hay además de mí. Si no, de qué iba Sabina a bautizar uno de sus más célebres álbumes como ‘Hotel, dulce hotel’. Tampoco tendríamos la maravillosa crónica del encuentro amoroso entre Leonard Cohen y Janis Joplin que es ‘Chelsea Hotel #2’. Y hay más.

Hace un par de semanas leí la noticia del regreso de Jarvis Cocker, ex frontman de Pulp y letrista perverso y brillantísimo. Su nuevo disco, ‘Room 29’, es un álbum conceptual inspirado en el Chateau Marmont, legendario hotel de Los Ángeles por el que pasaron celebridades del cine y la música, habitualmente para liarla parda: desde James Dean saltando por una ventana a las orgías de Dennis Hopper, pasando por la sobredosis que se llevó a John Belushi al otro barrio o por la entrada triunfal en el vestíbulo de Led Zeppelin con sus Harley Davidson. Esas habitaciones encierran miles de historias, algunas ciertas y otras no, que Cocker ha utilizado como material creativo. ¿No es un concepto fascinante?

En una entrevista, Jarvis dice algo que sintoniza totalmente con mi pasión por los hoteles: “Hay un lugar donde, por unas horas, te dejas atrás a ti mismo y tienes la fantasía de que podrías ser otra persona. No hay responsabilidad, alguien cambia las sábanas, tú sales de allí y continúas con tu vida”.

Os dejo con el tema que da título al disco. Voy a pensar en cuál será mi próximo no lugar.

Carol es periodista (cuando puede) y co-bloguera feliz en Canciones de Buen Rollo. Dice que le gusta lo mismo que a todo el mundo: irse de vacaciones, comer y beber bien y dormir sin despertador. Devota del rock and roll y del cine en V.O., se transforma en Hulk cuando la gente habla o come ruidosamente en la sala. Entusiasta, aunque infiel, lectora de tebeos y tía postiza de un puñado de niños y niñas muy molones.

 


12 respuestas a “Hotel, dulce hotel (por Carol)

  1. Muy bueno lo de los no-lugares… a mí también me gustan. En general, hay algo en los viajes que te sitúa fuera de contexto y te ayuda a vivir como si no fueras tú, sin los prejuicios de quién te rodea habitualmente y sin la esclavitud de los hábitos asociados a tus rutinas diarias. Como buena viajera, lo valoro mucho.
    Lo único que no me gusta es la vuelta… me empiezo a deprimir y a poner de mal humor en cuanto asumo que el regreso es inminente e irrevocable.
    ¡Y qué maravilloso eso de contar con tiempo ‘muerto’ para pensar y no hacer nada…

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    1. Eso es, es como si te vieras desde fuera 🙂
      Yo siempre que vuelvo de un viaje tengo la sensación esa de «tanto tiempo planeándolo y ya se ha pasado». ¡Pero siempre cabe empezar a planear el siguiente!

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  2. Gran post!!
    A mi me encanta viajar, y por eso creo que me gustan los hoteles y las estaciones. No tanto los aeropuertos porque me da miedo volar, con lo que no puedo relajarme…
    Y si, creo que vale para hacer un paréntesis e incluso ceerte otra persona.
    Suelo aprovechar los viajes para pensar en la vida, y a veces he tomado decisiones importantes con el traqueteo en un tren, un bus…
    Me ha gustado verme reflejada 😀

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  3. Interesante reflexión Carol. A mi los aeropuertos no me gustan nada, soy incapaz de relajarme en ellos aún contando con tiempo de sobra, siempre estoy pendiente de la hora, de la puerta de embarque…
    En general lugares de tránsito cerrados no son lo mío.

    Las habitaciones de hotel, pues depende, pero si es cierto que cuando viajo sola es ese lugar donde sentir que sales de tu vida y haces un paréntesis, que siempre viene bien para voger perspectiva.

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    1. Cierto, tampoco es conveniente perder demasiado la noción del tiempo o corres el riesgo de quedarte en tierra, jeje… Especialmente si eres como yo, incapaz de entender lo que dicen por la megafonía, aunque sea en español. Pero a mí me pone muy nerviosa la gente que se empieza a poner en la cosa media hora antes del embarque, como si les fueran a quitar el sitio.

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  4. A mí lo que me gusta de los hoteles es encontrarme la cama hecha y todo limpito al volver. Jajajaja.

    De los aeropuertos me gusta observar a la gente, cada uno hablando en un idioma distinto e intentar cotillear a dónde van. Besotes!!!

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  5. ¡Gracias por la recomendación musical! A mí fijate me gustan las habitaciones de hotel y los aeropuertos o estaciones por el día. Son como comenzar unas vacaciones o una nueva vida aunque sea por cuestiones de trabajo. De noche en cambio la cosa cambia y todo lo veo como siniestro, siento sensación de pérdida y soledad. ¡Mejor viajar bien acompañada!

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    1. No te falta razón. Por la noche adquieren un aspecto más fantasmagórico. Pocas cosas hay más tristes que volver de vacaciones, con la consiguiente depresión, sola y a una estación poco amigable (véase la Sur de Autobuses de Madrid, aunque no es ni mucho menos la peor).

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  6. Me ha encantado ese concepto de «no lugares» y he de reconocerte que tienes razón con lo de los aeropuertos. A partir de ahora los veré con otros ojos, porque el estrés diario a veces me lleva a no disfrutar de ese «no tiempo» o tiempo en ninguna parte, sobre todo cuando es muy corto.

    Si esas paredes pudieran hablar…. 😉

    PD: sí que hay más raritos, efectivamente; permitidme que os deje por aquí a Edguy quienes nunca han contado (que sepa yo, ojo) qué ocurrió en la habitación 929 pero a juzgar por el temarraco que inspiró tuvo que ser memorable https://youtu.be/W7t0LrLjfVM 😉

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