
Anoche estuve viendo a Guns n’Roses, pero no os voy a hacer una crónica musical. Para eso ya está mi compañero David Gallardo, el colega Javier Herrero o el gran Fernando Neira. Yo vengo a contaros otra cosa. El concierto fue en el estadio Vicente Calderón, un gran lugar para este tipo de eventos en el que he estado unas cuantas veces, todas las que mi bolsillo (o mi salud) me ha permitido.
Ayer fue mi despedida del estadio, al que le he cogido cariño a lo largo de mi experiencia conciertera, porque partidos de futbol no, pero es muy difícil disociar su imagen del recuerdo de tantas emociones vividas en su pista, lágrimas de furor y aullidos de fervor rockero quedarán para siempre unidas al templo colchonero.
Buena acústica -o al menos mejor que la de otras venues capitalinas-, muchos y amplios accesos y la apertura visual que facilita poder ver a tus ídolos desde casi cualquier sitio son las características que siempre lo habían mantenido en el top de mis lugares favoritos para un cojoconcierto: U2, The Rolling Stones, Paul McCartney… solo dioses en el olimpo rojiblanco previo pago de una buena pasta, como mandan los cánones del consumismo.
La despedida de anoche fue épica. Puro rock nostálgico bien ejecutado y solvente. En mi caso la emoción estaba servida porque fui con una de las personas con las que más disfruté de los Gn’R en su época dorada, en nuestra adolescencia familiar noventera. Pero en lo práctico, quedó empañada por una organización cutre y una gestión nefasta de los recursos del estadio.Y me jode. Me jode que mi última noche en el Calderón quede en mi memoria como aquella en la que tuve que hacer una cola de una hora y media para orinar.
Resulta inconcebible que en pleno siglo XXI se siga tratando como ganado bovino a los asistentes a un concierto de rock, que en el mejor de los casos han pagado un centenar de euros por estar allí. Los consumidores de rock merecemos un respeto. No somos chusma embrutecida que causa disturbios y desperfectos en el material urbano. No. Somos clientes que han pagado un buen dinero para ser atendidos en condiciones, para disfrutar de un recinto adecuado al que poder acceder sin que los guardias de seguridad te increpen a gritos y con malos modos ni que los camareros que van cargados con bidones de cerveza te empujen o te insulten sin venir a cuento.
Una da por supuesto que en pista y en un concierto de rock no vas a estar cómoda, si llueve te mojas, si hace calor sudas, y hay mucha gente a la que le canta el alerón… eso va en el contrato, lo que no va es el maltrato a las vegijas por falta de organización.
Con razón, y mira que es asqueroso, a la salida del estadio se agolpaban los tíos contra la pared cuál judíos ante el muro de las lamentaciones aliviando sus aguas menores para perjuicio del vecindario… Las mujeres lo tenemos más difícil, pero ganas daban de agacharse y dejar un charquito en la lona de plástico que cubría el arenal donde antes hubo césped.
Ayer, por última vez, me tocó volver caminando desde el Calderón, porque en los 50 años albergando acontecimientos multitudinarios no han sido capaces de gestionar un sistema de transporte eficaz para los miles de asistentes… Y a pesar de todo, lo echaré de menos.
Nunca he sido muy de conciertos y menos masivos, me agobia muchísimo el ambiente, pero si además no tengo donde hacer pis, con lo que yo soy, ¡mue-ro!
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Lo has definido perfectamente: nos tratan como a ganado. De hecho, es un caso flagrante de pagar precio de producto de lujo y obtener un servicio basura. No hablemos de las tarifas de bebidas y bocatas, que parece que estuvieras en Maxime’s… pero claro, tu propia bebida y no comida no la puedes traer de casa. Paga 5 euros por una caña en vaso de plástico, haz hora y media de cola para ir al baño, quédate lejísimos del escenario porque la zona VIP es cada vez más grande y… paga una pasta gansa por tu entrada. El rock and roll así no mola, y mira que no hay nada que me guste más que ir a un concierto 😦
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Qué rabia me da que no nos rebelemos ante semejante ignominia… los asistentes a conciertos de rock somos los parias de los consumidores, hacemos piruetas imposibles para adquirir unas entradas que se agotan en horas para beneficio de los reventas y los ticketeas de turno, nos miran por encima del hombro y nos tratan con condescendencia insultante al acceder -como si fueramos memos-, nos timan con los precios de las bebidas y bocatas… lo de los baños es solo una de las mil negligencias de un servicio que dista mucho de ser de la calidad de lo que cuesta.
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La verdad es que tragamos con todo. No sé cuántos váteres de esos cutres había al fondo de la pista para miles de persona, pero era totalmente insuficientes. Y sitio había de sobra.
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En otras ocasiones, la gente de pista podía usar los baños del estadio, y había urinarios repartidos por todo el estadio, no solo una hilera al final del todo…. Vamos, es la primera vez que me pasa. Aunque la sensación constante de que estás haciendo algo ilegal o que tienes que pedir perdón por estar donde te corresponde por derecho adquirido (a precio de oro) no es nueva.
Hacen que te sientas adolescente y no por el ambiente nostálgico, sino porque te tratan como si acabasen de pillarte haciendo pellas en el instituto.
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