Estoy en un mar de dudas. Hasta ahora cuando salpicaba algún escándalo o algo me desagradaba de la vida o pensamiento de un personaje público del que me gustaba su obra, era capaz de desligar una cosa de la otra más o menos bien, de forma que podía seguir apreciando sus libros, composiciones musicales, cuadros, esculturas, edificios o películas sin que su im-perfección personal enturbiase su legado artístico.

De hecho, he sido una gran defensora de desvincular vida y obra del artista en debates feisbukeros, tertulias de bar y de comida en el office con mis compañeros de curro. Joer, cuántas maravillas dejaríamos de apreciar solo porque el autor es (o fue) un memo o un capullo. Pues bien, algo se ha roto en mi tesis con un par de acontecimientos que han trascendido en las últimas semanas.

Primero fue Bill Cosby, un tipo que marcó mi infancia con su serie familiar que me encantaba, sobre todo el personaje de Denisse. Resulta que Cosby ha sido procesado y condenado por nada menos que violar a un buen puñado de mujeres a las que previamente drogaba. Y este señor se dedicaba a dar charlas morales a familias… Vamos, una joya. Doctorado en hipocresía. Esta noticia me ha impactado de tal modo, que decidí eliminar de borradores de Canciones de Buen Rollo una entrada que tenía sobre la banda sonora de la mítica serie de los ochenta.

La que sí publiqué en su momento fue la dedicada a Rosanne, una serie que marcó mi adolescencia y de la que he sido fan incondicional hasta la fecha. Como en el caso de Bill Cosby, se trata de una comedia familiar -una sitcom- en la que el personaje clave es el patriarca Bill, en una, y la matriarca Rosanne, en la otra. Es más, ambas series llevan el nombre del prota en el título. Las dos fueron muy transgresoras en su momento, rompiendo moldes: la primera narraba las peripecias de una familia rica de raza negra, cuando hasta entonces los afroamericanos siempre habían aparecido como gente de la clase social más baja; mientras que la segunda hace justo lo contrario, retratarnos la vida de una familia blanca de clase trabajadora con sus apuros típicos, cuando lo habitual era ver series de familias adineradas.

Rosanne fue pionera en muchos aspectos y tocó por primera vez con naturalidad e ironía muchos detalles de la vida normal de una familia que no solían salir en la tele: homosexualidad, drogas, el sexo, la menstruación, el alcoholismo, el embarazo adolescente, el racismo, la masturbación, la obesidad… A mí particularmente me gustaba el enfoque feminista y de izquierdas con que abordaban muchos de los temas, y que de alguna manera era auspiciado por la propia Rosanne (Barr en la vida real, Connie en la ficticia). No en vano, Rosanne Barr era productora ejecutiva de la serie.

El año pasado, la ABC decidió continuar la serie 20 años después del último episodio y la décima temporada se ha emitido recientemente. Aún no había tenido ocasión de verla cuando descubro que mi admirada Rosanne ha tomado una deriba pro Trump de lo mas populista y con tintes supremacistas blancos, algo que manifiesta en Twitter de forma profusa. Una cosa bastante repugnante y desde luego muy decepcionante. El tema ha llegado hasta tal punto que un tuit racista mofándose de la exasesora presidencial de Obama le ha costado la undécima temporada de la serie. ABC ha decidido cancelarla a pesar de ser récord de audiencia.

Visto esto, no puedo evitar sentirme defraudada y reconozco que me va a costar mucho volver a creerme el personaje de Rosanne, esa mujer progresista a la que yo admiraba y a la que parece que se le ha dio la pinza definitivamente. Y será, probablemente, la primera vez que la vida o las opiniones de un artista intercedan claramente en mi afición a su obra. Para eso también ha sido pionera.