Enganchada (por Isa)

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Imagen de Haztelalista

Si hay algo que aborrezco desde que tengo uso de razón es sentirme enajenada, alienada o fuera de control por algo. Por eso, las adicciones me superan. Cuando empecé a fumar, de adolescente, y noté que no era capaz de controlar el vicio el tabaco establecí pautas para sentir que lo dejaba cuando me daba la gana. Así, un mes decidía que no iba a fumar, y no fumaba. Por mis santos ovarios. Lo mismo he intentado hacer con otras cosas. Me satisface comprobar que se hace mi voluntad (soy mandona, es evidente) y más aún que me obedezco a mí misma, que no es moco de pavo.

Partiendo de este contexto, os confieso que con el móvil e Internet lo estoy pasando mal. Anoche, sin ir más lejos, mi teléfono se apagó sin previo aviso y ya no se volvió a encender por más que le diera al dichoso botoncito una media de 10 veces a la hora. ¡Qué angustia, copón! ¿y qué hago yo ahora? ¿y si recibo un whatsapp? ¿y si me llaman para una emergencia? ¿y si la chorrada que compartí en Twitter hace un par de horas se ha hecho viral de repente?

Podéis imaginar que dedicarme profesionalmente a esto del sosial mierda y tener como afición dos blogs, que también intento mover en la red para ganar difusión, a priori no ayuda en mi propósito de autocontrol. Por un lado, me encantaría desenchufarme de todo y pasar, y por otro lado, sé que eso sería dar un cambio radical en mi vida tal cual es ahora, aparcando también im-perfectas o Canciones de Buen Rollo. No sé si soy capaz, además.

Sé que lo suyo en este caso (y en tantos otros) es aplicar el sentido común. Limitarse. Pero ¡qué difícil es! Ya decía Chris Anderson, exdirector de la revista Wired, biblia de la cultura digital que “en la escala entre los caramelos y el crack, esto está más cerca del crack”,  en un reportaje de El País. En el mismo reportaje, recogen declaraciones de Bill Gates o de Steve Jobs diciendo que restrigen el uso a sus vástagos de los dispositivos que inventan. Y parece que es la tendencia de todos los que son alguien en Silicon Valley. Una cosa está clara: algo que no es recomendable para los niños requiere bastante cautela por parte de los adultos también en su propio uso.

Con el tema de los críos la cosa se vuelve un poco paranoica. Hay quienes han empezado a exigir a las niñeras que no usen el teléfono cuando están «de servicio» e incluso las espían en los parques por si lo están usando mientras vigilan a los peques. En fin, a mí esto me parece un recorte de libertades y derecho a la intimidad flagrante. Una vez más, conviene apelar al sentido común y no radicalizarse.

Vamos, que no seré yo quien eche piedras sobre los smartphones y el interné, que tiene muchas ventajas además de ser mi sustento, pero no cabe duda de que el modelo de negocio de las tecnológicas es tenernos enganchados, sobre todo ahora que todo pasa por pillar nuestros datos y gustos para anunciarnos productos y vendérnoslos a golpe de clic. Y, joer, que no es nada fácil hacer frente a estas poderosísimas empresas, y sus estrategias de marketing armada solo de sentido común. Es chunguísimo ir contracorriente en una sociedad donde todo (hasta los medios de comunicación -eso da para otro post-) está centrado en conseguir clics, usuarios enganchados y ventas on line.

Intentar dejar el teléfono aparcado cuando entre en casa, evitar usarlo cuando esté conversando, en las comidas, caminando por la calle, restringir su uso poniéndome horas y límites es algo más o menos asumible que tengo que intentar. Es mi propósito de año nuevo tardío, a finales de marzo. Seguro que si lo consigo, me sentiré tan bien como cuando dejaba de fumar solo para demostrarme que era capaz de hacerlo. Me conformo con no tener mono la próxima vez que se me estropeé el móvil. ¿Lo conseguiré? En unos meses os lo cuento.


4 respuestas a “Enganchada (por Isa)

  1. Prueba a «dejarte olvidado» el móvil algún que otro día. Igual al principio te da algo de pánico, pero luego, ¡ya verás qué liberación!

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