La semana pasada saltó a los medios una historia que me dejó impactada y abochornada a partes iguales. Resulta que los padres de una niña de siete años han denunciado a tres de sus profesoras por trato vejatorio y a la directora del colegio por permitirlo. La pequeña padece TEA (trastorno de espectro autista) y epilepsia por lo que acudía a un aula específica para niños con trastornos similares el suyo en un cole público de Dos Hermanas (Sevilla). Los padres empezaron a sospechar que algo iba mal en clase cuando la niña sufrió dos crisis epilépticas en poco tiempo y empezó a autolesionarse mordiéndose las manos cada vez que tenía que ir al colegio. Los fines de semana y las vacaciones la niña mejoraba, así que fueron a hablar con las profesoras de la peque y ellas le dijeron que no había nada raro. Como no se fiaban, le pusieron una grabadora en la mochila y así acabaron comprobando que era lo que le pasaba a la pequeña. Los audios son escalofriantes.
No me cabe en la cabeza como puede haber personas que traten así a niños, sean cuales sean sus problemas, pero todavía me parece más increíble que se trate de docentes, y más aún que pertenezcan al sistema público de enseñanza. A los profesores (como a los médicos y otras profesiones tan vinculadas al servicio social) se les presupone una vocación manifiesta, cómo vas a trabajar enseñando a niños si no te gustan los niños (ni enseñar, dicho sea de paso). Escuchando a las maestras gritar a esta niña sevillana una tiene pocas dudas de que no están capacitadas para su trabajo, pero es que además es un puesto al que no se accede de cualquier manera, sino por oposición. Y creo que esto merece una reflexión profunda no solo de cómo se trata a los pequeños con trastornos o a los niños en general en las aulas sino también de cómo se designa al profesorado en la escuela pública.
Soy una firme defensora de la educación pública y creo que hay que defenderla y propiciar que sea de la mejor calidad posible, pues sienta las bases de una democracia sana y solvente. Mis hijos van a un colegio público al lado de casa, el CEIP Fernando el Católico y estoy muy satisfecha con el centro. Su directora, Carmen, que por desgracia nos deja este año ha cimentado un proyecto integrador y moderno, durante los años que ha estado al frente. Si me hubiesen preguntado el año pasado por mi experiencia con los docentes del cole, solo habría tenido halagos; pero este año mi hijo mayor, que cursa 3º de Primaria, tuvo la desgracia de caer en manos de una desequilibrada. Su tutora, una maestra al borde de la jubilación, acumuló durante los dos primeros trimestres del año quejas de los padres por conducta inapropiada con los niños (no voy a entrar en detalles). A pesar de haber acudido a la inspección y de contar con el apoyo de la directora, no conseguimos que se nos tuviera en cuenta y nuestros hijos , desmotivados y amedrentados, tuvieron que aguantarla hasta que se jubiló a finales de marzo. Exprimió su plaza fija hasta el último momento. El tercer trimestre, que está a punto de acabar, con una nueva profesora entregada y con ganas, los chavales han mostrado un cambio radical. Van al cole encantados, han recuperado el interés por aprender y la estabilidad emocional. Lamentablemente, esta estupenda docente no seguirá el año que viene. No tiene plaza.
La semana que viene, mi hermana se presenta a las oposiciones para obtener plaza como maestra en Madrid, y le deseo toda la suerte del mundo, porque lleva más de diez años ejerciendo su vocación con niños de Infantil con gran entusiasmo, y éxito de crítica y público, a pesar de la precariedad. Y es que todo esto me hace pensar que el sistema de oposiciones tal y como se plantea en España no parece muy justo ni muy efectivo a la hora de seleccionar los mejores profesionales para la docencia de nuestros hijos. Resulta que maestras que tienen probada su dedicación, su esfuerzo y su buen hacer con los niños se dedican durante años a peregrinar por diferentes colegios en condiciones poco gratificantes hasta que tienen la buena fortuna de obtener su plaza, mientras otros que tuvieron la suerte de conseguirla se apoltronan durante años en su puesto sin que nadie pueda cuestionar su eficacia.
Creo que nos iría mucho mejor si el acceso de docentes a la educación pública saliera de su encorsetamiento y se valoraran otra fórmulas como la francesa, donde se tiene más en cuenta la práctica de la enseñanza, cómo trabajan los profes e interactúan con los niños, que los exámenes de oposiciones.
Totalmente de acuerdo contigo en que el sistema de oposiciones tiene que cambiar, y no solo en el ámbito de la enseñanza. No puede ser que el único baremo para acceder a un puesto público sea la capacidad de memorizar contenidos. Especialmente en casos como la enseñanza, la medicina o cualquier puesto que requiera trato con el público, sería imprescindible valorar la capacidad para relacionarse con otras personas, la empatía y las ganas de hacerlo bien. Y ya en el caso concreto del profesorado, que tiene influencia clave en cómo serán los adultos del futuro, es intolerable encontrarse casos como el de estas tres sinvergüenzas o el de esa profesora de tu hijo que se dedicó a amargarles la vida.
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Es un sistema obsoleto y muy poco fiable. La verdad es que no tiene sentido que en plenos siglo XXI sigamos funcionando así.
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Quizá debería someterse a este tipo de profesionales a auditorías serias.
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Creo que la mayor parte de los profesores son estupendos, al menos esa ha sido mi experiencia, pero de vez en cuando das con garbanzos negros y da mucha rabia, sobre todo sabiendo que hay gente muy valida esperando su oportunidad y viviendo precariamente.
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