Mis hijos no tienen dueño (por Isa)

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Photo by Aaron Burden on Unsplash

Estos días se ha levantado una buena polvareda en torno al ‘pin parental‘ que se ha aprobado implantar en Murcia a propuesta de Vox, con la connivencia de PP y C’s. Para los que no estén al corriente del tema, el pin parental es «la solicitud por parte de los colegios de autorización expresa a los padres para que den consentimiento a sus hijos para asistir a cualquier asignatura, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones morales controvertidas o sobre sexualidad que puedan resultar intrusivas para las familias», según el partido político que lo promueve. En otras palabras, es la objeción de conciencia de los padres sobre la educación de sus hijos. 

Como en toda polémica de nuestros tiempos, hay quien se ha posicionado a favor y en contra. Todo con mucho fervor, soflama y aspaviento. Todo muy de puesta en escena tuitera, que es lo que se lleva. Llama la atención especialmente la defensa que hace el PP del pin criticando una Ley Educativa que aprobaron ellos mismos (¿¿??) Cosas de la boutade política en la que vivimos. Por supuesto, yo también tengo mi postura y como este es un tema, el de la educación, que me apasiona especialmente pues también mi oposición al pin parental ha sido furibunda. Podría poner de verde perejil a los impulsores de la medida, llamarles fascistas, retrógrados, homófobos, machistas y de todo, pero creo que es más interesante fundamentar mi crítica con argumentos. Y eso voy a intentar hacer.

Uno puede pensar que lo que se pretende con el pin parental es legítimo y tiene sentido, porque quién hay mejor que un padre (o madre, claro) para saber qué es lo mejor para sus hijos. Meeeeecc. Error. No voy a entrar en la cantidad de padres irresponsables o tarados que hay por ahí que lamentablemente no nacieron estériles (y no me refiero solo a los maltratadores ni a los filicidas). Lo cierto es que en el mejor de los casos, los padres -los buenos padres- creen hacer lo mejor para sus hijos, lo que no significa necesariamente que lo sea.

Me explico: Yo misma puedo estar convencida de que lo mejor es que mis hijos no hagan deporte jamás, que es un rollo, que desgraciadamente la genética no les ha dotado para triunfar en ello, que es preferible que se dediquen a la música que les pega más dada su genealogía. Pero, ¿es eso lo mejor para mis hijos? Pues la ciencia parece coincidir en que no, que realizar ejercicio físico es fundamental para el desarrollo adecuado de los peques. Y, por suerte para mis hijos, hay una asignatura en el colegio que les obliga a practicarlo.

Queda demostrado, pues, que incluso los mejores padres podrían ser perniciosos para sus hijos de no ser porque la sociedad, en consenso con la comunidad científica, realiza una serie de imposiciones que les protegen.

Podréis decir, y no os faltará razón, que el ejemplo que he puesto no es del todo válido porque la educación física no entra dentro de lo que uno puede concebir como materia «moralmente controvertida o sobre sexualidad». Puede ser, aunque todo es susceptible de caer en esa etiqueta: Púberes que sobrellevan su primera menstruación y a cuyos padres puede resultarles violento que hagan según que cosas que lo pongan de manifiesto, por ejemplo. La sexualidad, amigos, es transversal y está ahí donde menos te la esperas. Pese a lo que crean algunos, el sexo es una necesidad fisiológica como comer o cagar, y no se aprende en el cole. Los niños no va a aprender a masturbarse en clase (como he visto por ahí) aunque con suerte puede que algún profe les diga que no se van a quedar ciegos por hacerlo.

Sí, los Simpson ya lo predijeron:

En cualquier caso, por lo que he leído, parece que el veto parental está pensado más bien para ser ejercido en talleres o charlas que aborden la diversidad de género (que no es lo mismo que sexo) o sexual (lo de que hay diferentes opciones sexuales y que todas son igualmente respetables), la educación afectiva y sexual en cuanto a protección de enfermedades y anticoncepción, o el espinoso asunto de la violencia de género o la desigualdad de la mujer. Todos estos temas (y no sé si alguno más que desconozco) forman lo que sus detractores engloban en la etiqueta de «ideología de género» y que identifican con el adoctrinamiento marxista (¿¿???). Para ellos todo esto no tiene base científica alguna, son tergiversaciones, exageraciones, victimismo de mujeres y LGTBI, marginación a los hombres heterosexuales… Un sindiós, vaya.

En resumen, con el pin parental lo que se pretende es dotar a los padres de la potestad de negar a sus hijos que les eduquen sobre la diversidad de género y sexual, sobre contracepción y prevención de ETS o sobre la igualdad de la mujer o la violencia machista. ¿Y tienen derecho a hacerlo? Ellos creen que sí, que la Constitución les ampara en su artículo 27, que los padres tienen derecho a elegir la educación de sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, pero lo cierto es que el propio artículo 27 también sostiene que es el Estado el que tiene que velar por que los niños reciban una educación basada en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos fundamentales. Los padres y sus convicciones no pueden estar por encima de la formación en el respeto a los derechos fundamentales. Y ahí es donde está el quid de la cuestión.

En toda esta controversia entre defensores y detractores del pin (o veto) parental, salió la ministra de Educación, Isabel Celaá a decir que ojito, que menos golpes en el pecho, y que «los hijos no pertenecen a sus padres», a lo que respondió Pablo Casado, muy ofendido, que sus hijos eran suyos y que sacasen sus sucias manos progres de sus familias de bien. Pero la verdad es que no, que los niños no son propiedad de sus progenitores, que lo que son es custodios y tienen la obligación de mantenerlos y protegerlos. Eso sí, el Estado debe defenderlos de ellos si se da el caso, por eso se reserva la potestad de retirarles la custodia si procede. La clave está en que el mecanismo de control en una democracia a priori está más garantizado por el Estado que por las convicciones arbitrarias de unos padres.

Mis hijos, a los que quiero más que a nada en el mundo, no son míos ni de nadie, yo velaré por su seguridad y por su educación, trataré de transmitirles mis valores y haré lo que esté en mi mano para que se formen como personas libres con sus propias convicciones -coincidan o no con las mías- y para ello estaré vigilante y confío en los profesores y en los mecanismos de control de un estado democrático.


2 respuestas a “Mis hijos no tienen dueño (por Isa)

  1. Me parto con el sketch de Los Simpson 😀
    Los defensores de la censura parental parecen temer que sus vástagos sepan que hay una realidad más amplia que la que ellos les cuentan. Pero resulta que viven en sociedad y tienen que comprender y respetar la diferencia y la diversidad que en ella existe. Esta no es una cuestión que competa solo a los padres, sino que nos afecta a todos que esos niños se conviertan en ciudadanos intolerantes, que desprecian todo lo que sea distinto a sus valores.
    Subrayo dos cosas que apuntas: 1) los progenitores no siempre saben lo que es mejor para sus hijos; y 2) Los padres y sus convicciones no pueden estar por encima de la formación en el respeto a los derechos fundamentales.

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    1. Gracias por comentar, Carol. A mí me parece un disparate reivindicar la propiedad de personas, sea tu mujer, tu madre o tus hijos. Los posesivos en las relaciones humanas deben ser simbólicos.
      En realidad los padres que se revuelven y reclaman el veto educativo lo que quieren es perpetuar sus convicciones en ellos, y si las ven peligrar porque a los niños se les exponga a otra realidad es porque no están muy fundamentadas.
      Lucharemos por nuestro derechos. Y los de sus hijos.

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