Vicky (por Felix Renedo Garzón)
¡Estrenamos colaboradora! Se trata de Vicky Bendito, que se presenta aquí: De pequeña quería ser muchas cosas, modelo, presentadora de televisión actriz, gimnasta, bailarina, pintora, cantante, abogada, escritora, fotoperiodista y no sé cuántas otras profesiones más. Finalmente me hice periodista. Periodista. Soy aficionada a la fotografía y narradora oral. También soy sorda y disfruto de la música como si no hubiera un mañana. Activista de los derechos de las personas con discapacidad, un buen día ya no pude más, como la canción de Camilo Sesto, y lancé una campaña en change.org para modificar el artículo 49 de la Constitución porque #NoSoyDisminuida, sino una persona con discapacidad. Hablemos con propiedad. Sueño con un mundo que celebre la humanidad en toda su diversidad.
Había oído hablar de los sofocos nocturnos. El primero me vino hará unos tres inviernos. Me levanté con un calor tremendo. “Nos hemos dejado la calefacción puesta”, pensé. Me acerqué y puse la mano sobre el radiador para comprobar mi hipótesis. Esta frío como un témpano. Miré a mi marido. Estaba tapado hasta la nariz. Conclusión, era yo.
No le di importancia. No volvió a darme otro sofoco nocturno hasta un año más tarde. Tuve un par más y hasta luego Lucas. Hasta que los sofocos comenzaron a ser más recurrentes hace un año.
Y este… este se está llevando la palma. Yo, que era de jerseis de cuello vuelto… ahora me provocan pavor. Quita, quita. Yo ya no sé qué hacer para evitar el calor, de verdad:
– “Deberíamos poner la calefacción”, me dijo mi marido hace unas semanas.
– “¿La calefacción? Cariño, no hace falta. Si se está fenomenal” -imaginaos a mi marido con jersey y a mí con camiseta y rebequita- “¿Tú no has oido que la temperatura media global ha aumentado 0,2 grados centígrados desde 2011 y 1,1 desde la era preindustrial?”.
Miro el lado positivo, este año la factura de la calefacción va a ser más baja.
Cuando vienen los sofocos, que por ahora son nocturnos, no duermo de un tirón ni con extra de valeriana. Que yo era de las que dormía en pijama de franela, con calcetines y edredón nórdico, y ahora duermo en bragas y sin sábana (y no es el calentamiento global). Por sobrarme, me sobra hasta el pelo. Año nuevo, pelo nuevo, he dicho. No me lo he cortado al uno por cobarde, lo admito.
Cuando te viene ese sofoco… ¡Ay!… Eso hay que vivirlo para entenderlo. De eso no me habló mi ginecólogo cuando hace unos años acudí preocupada por ciertas alteraciones en la menstruación.
– “Estás en una edad en la que las hormonas comienzan a ser un poco anárquicas”; me dijo.
– “Ya, ya… pero es que me preocupa mi estado anímico. Que lo mismo lloro sin consuelo que me entra una mala leche que le daba un guantazo con la palma de la mano bien abierta a más de una persona”; le expliqué.
– “¿Pero has llegado a las manos?”; inquirió.
– “No, hombre no”; le respondí.
– “Entonces entras dentro de la normalidad”; me contestó. Como si eso pudiera consolarme.
– “Ya… ¿y este proceso perimenopáusico… cuánto puede durar?”, le pregunté.
– “Pues, depende de cada mujer… desde unos meses a varios años… 6, 7…”; indicó.
– “¿¿¿ Siete años así????”; exclamé boquiabierta, espantada.
Después de preguntarle desesperada por varias soluciones paliativas que me habían comentado varias amigas, me dijo que lo mejor es asumir esta nueva etapa de mi vida con el mejor sentido del humor posible, que era como la adolescencia. Problema, que yo del torbellino hormonal de la adolescencia ni me acuerdo. Francamente, no me servía de referente.
Y aquí me tenéis. Levantándome a mitad de la noche como si hubiera corrido la San Silvestre, durmiendo a ratos, con lo cual, por las mañana voy como una autómata, por no hablar de las cantidades industriales que orino como si no hubiera un mañana, que lo mismo voy más acelerada que Speedy González que no puedo con mi alma.
Luego está, por lo visto, lo que no se ve (y que aún no me he hecho mirar): que si la tiroides, que si el coleserol, que si la masa ósea… Casi que me meto en la cama con un arsenal de cleanex, infusiones ayurvédicas y paquetes de series, y no salgo hasta que se acabe todo ¿no?.
¿Hay grupos de apoyo tipo “mujeres menopáusicas anónimas” o algo así? Debería haberlo.
Son preguntas que me hago. Cuando me vino la regla, me dijeron la típica frase que se decía entonces, con mucha trascendencia, por cierto: “Esto significa que ahora eres mujer” (sólo faltó que de fondo, a modo de hilo musical, se hubiera escuchado “De niña a mujer”, de Julio Iglesias). Y yo me pregunto, por cierto, cuando me llegue la menopausia ¿dejaré de ser mujer? … ¿Esto cómo va?.
Lo dicho, que vivo sin vivir en mí, que estoy, como decía Camilo Sesto en una de mis canciones favoritas, en un y ya no puedo más, harta de rodar como una noria, porque que vivir así es… Vivir así no sé qué es, pero, por favor, que esta adultescencia pase cuanto antes.
Se agradece el humor para visibilizar algo de lo que no se habla. Yo también estoy sumida en la menopausia, de forma precoz por culpa de la quimioterapia. De momento, no tengo sofocos pero sí muchos trastornos derivados del descenso de estrógenos. Trastornos coñazo, para que mentir.
Un besazo, Vicky y bienvenida a im-perfectas 🙂
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La verdad es que las mujeres no ganamos para sustos a lo largo de nuestra vida. Cuando llega la regla, un disgusto. Si encima es regla-putada, de esas dolorosas que no te dejan salir de la cama, peor aún. Y cuando se va, ¡otra vez problemas!
¡Gracias por compartir tu visión con tanto buen humor, Vicky!
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jajajja vuelves ser una adolescente hormonada
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