El otro día ví una noticia en El Mundo Today, que es mi diario de referencia desde hace unos cuantos años, en la que anunciaban que Amazon creaba una línea de disfraces que simulan estar hechos a mano para madres que se sienten culpables. Se trataría de disfraces deliberadamente cutres para que parezca que «lo has hecho tú y que no has sido una frívola inútil incapaz de dedicarle tiempo a lo más importante que tienes en la vida, que es tu hijo, aunque luego bien que te sobra para ver series en Netflix». Al margen de lo que me pude reír con la redacción siempre tan disparatadamente fina de esos héroes del ingenio, lo cierto es que me pareció una ocurrencia magnífica, que perfectamente podría ser real. Qué coño, ¡si incluso deseé que lo fuera!

¿Por qué? Porque se acerca el carnaval y a pesar de lo mucho que me gusta a mí disfrazarme, la cosa no va de disfrazarme yo, si no de disfrazar a mis vástagos… y la verdad es que me dan sudores  (¡que tienen que ir de emoticonos! 😅😅😅 ), que digo yo ¿no podría ser de temática libre o de algo que se pueda encontrar fácilmente en un chino? Noooooo… mola mucho más hacerle el disfraz a la criatura.

En los corrillos del parque, que es donde se me puede ver en mis ratos de «ocio» vespertinos ahora que he vuelto al tajo, escucho a las madres (a padres, no) que es muy fácil, que es cuestión de tirar de tela o fieltro amarillo, o mejor aún una cosa que llaman ‘goma eva’, y que antes de buscarlo en Google y descubrir que es ‘etilvinilacetato’  a mí ya me sonaba a la espeluznante Goma dos, de la que se hablaba más en mis tiempos. Esto casi me da más miedo. Os lo juro. Y es que yo soy nula en estas cosas de las manualidades. Lo intenté, de verdad que lo intenté. Hubo una temporada en que me dió por ahí y le dediqué tiempo y ganas. Pero acabé reconociendo que mis creaciones eran indignas de un adulto y mis obras de arte acabaron en la basura. En cualquier caso, reconozco que de tener tiempo igual hasta lo cogería con ilusión, pero lo veo negro, negrísimo en lugar de amarillo.

Ya os contaré si al final me animo con las manualidades o si me tiro a lo práctico y compro los disfraces en la juguetería de al lado del cole (o a lo vago, en Amazon), lo que sí sé es que no pienso plegarme a la culpabilidad, que ya está bien. Haga lo que haga lo haré porque he querido y orgullosa de mi decisión.

Porque como bien señala este artículo cumbre del periodismo, el sentimiento de culpa del primer mundo ofrece múltiples oportunidades de negocio, especialmente si se aprovecha a las madres de hoy en día como target, y es que  “los padres no suelen sentirse culpables por estas cosas y las madres se sienten culpables por casi todo, incluso por sentirse culpables por casi todo”.

Lo dicho, que ya está bien, ¿no?