
Durante generaciones, las mujeres han estado sometidas a unas normas sociales y religiosas que las obligaban al sometimiento. Dependían de las decisiones de padres, primero, de maridos, después, y no podían tomar las suyas propias en ningún terreno, ni económico ni sentimental. Hasta antes de ayer, en los años 60 del siglo XX, las mujeres españolas vivían permanentemente tuteladas y, a diferencia de las del resto del mundo occidental, no eran libres ni para decidir con quien se casaban. Ya sé que existía la ficción de que ellas escogían a su novio, que se enamoraban, pero muchas veces ese novio era el que les habían puesto delante sus familias como alguien adecuado o ellas lo utilizaban para huir de la autoridad paterna. En aquella época y mucho más en las precedentes, había algo que determinaba la conducta sumisa de las mujeres, el miedo al qué dirán.
En la literatura española hay infinidad de novelas en las que se refleja esa vida decimonónica, que se extendió hasta hace tan poco tiempo, pero yo creo que la que describe mejor la sociedad cerrada que predominó en España durante siglos y que, de alguna manera, se prolongó hasta la Transición, es La Regenta de Clarín (pseudónimo de Leopoldo Alas). La historia de Ana, llamada la Regenta porque su marido había tenido el cargo de regente en la ciudad de Vetusta (sin duda un reflejo de Oviedo), es la de una mujer de la burguesía que vive en una burbuja y que no es feliz. La razón de su infelicidad es un matrimonio muy conveniente para todos menos para ella, que no se permite ni tan siquiera saberlo. De la infelicidad se deriva la angustia, lo que acaba llevándola a asumir el papel de eterna enferma, víctima no de mal de amores, sino del mal de no tener amor y también de no permitirse tener sexo gratificante al convivir con un marido mayor que ya se ha olvidado de eso. Para quien no haya leído la obra, no voy a contar sus peripecias, ni mucho menos su final, sólo reflejaré que, cuando siente deseo por un hombre, lo disfraza de religiosidad, de misticismo y que cuando llega a tener un amante se siente tan culpable que casi enloquece. Ana es víctima de una educación y de una sociedad represoras donde la Iglesia rige la vida de los fieles, que ayudan a que ese control sea efectivo por la vía de los chismes de muchos y el miedo al qué dirán de todos.
Desde 1885, año en que se publicó La Regenta, las cosas han cambiado, ¿o no? Es cierto que las mujeres tenemos nuestros derechos reconocidos legalmente, que nos casamos o convivimos con quien nos da la gana; pero también es cierto que para muchas el miedo al chismorreo y al qué dirán sigue existiendo. Quizá en las grandes ciudades y entre las más jóvenes haya desaparecido casi por completo, pero que tire la primera piedra la que no haya dejado de hacer algo o de ponerse algo por miedo a lo que piensen o digan la familia, los vecinos, incluso las personas con las que se cruza una por la calle y se quedan mirando.
Lo peor no es tener ese miedo por llevar un vestido más escotado, una falda más corta o ropa ceñida, al fin y al cabo eso sólo es algo externo; lo peor es dejar de hacer cosas que pueden ser la clave de la felicidad. Hay mujeres que no se divorcian por miedo a lo que pensarán sus padres o amigos, hay mujeres divorciadas que no buscan novio o lo mantienen oculto por ese mismo miedo. También hay todavía mujeres que no realizan actividades que les gustan, que no van solas al cine o que no utilizan Internet para buscar pareja, aunque se pudran de aburrimiento y soledad, por ese miedo al qué dirán.
A todas ellas les aconsejo que lean La Regenta, para que se den cuenta de hasta dónde puede llevarnos ese vivir pendiente de lo que opinen los demás. A las que ya se hayan liberado de ese enorme y destructivo peso, también se lo aconsejo porque es una obra maestra de nuestra literatura.
Cristina Buhigas: Tras fundar y asistir al cierre de numerosos medios de comunicación, del antiquísimo Pueblo al moderno Público; de trabajar en ellos miles de horas, como en los diarios económicos La Gaceta de los Negocios o La Economía 16 y en la agencia de noticias Europa Press, Cristina ha conseguido liberarse de libros de estilo y, lo que es más importante, de líneas editoriales, gracias a la jubilación. Es autora de varias novelas, la última de ellas ‘Prometo serte infiel‘.
Tienes mucha razón, Cristina. Cuántas no nos hemos retraído alguna vez de hacer alguna cosa por prejuicios estúpidos. Y ya en palabras mayores, conozco a varias mujeres jóvenes que se han sentido avergonzadas de confesar que sus maridos o novios les han pedido la separación, por ejemplo. No hablemos de mujeres de cierta edad que nunca se han atrevido a rehacer sus vidas con otros hombres o mujeres tras divorciarse o enviudar. ¡Aún queda camino por recorrer!
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Qué gran verdad y qué gran novela
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Una de mis favoritas de la literatura española desde que una gran profesora me animó a leer lo que yo pensaba que sería un ladrillo espantoso 🙂
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