
Hace ya más de 15 años que mi sabia madre alucinaba indignada y, sin cortarse un pelo, despotricaba sobre el nivel de las celebraciones y la pasta que nos dejábamos en los cumpleaños infantiles. A fuego se me ha quedado una de sus míticas frases lapidarias “¿Pero qué vais a hacer cuando se casen?”
Pues mamá, las lían pardísimas. Es la nueva hipoteca. Los cumpleaños infantiles y las graduaciones son sólo la punta del iceberg.
Bueno, el caso es que hoy en mi ronda matinal por Twitter, (sí, amigas, amanezco y me enchufo un chupito de cianuro cibernético, a este punto hemos llegado) me he encontrado con un tweet en el que una profesora de instituto se lamentaba de que una de sus alumnas sin recursos no tenía que ponerse para la ceremonia de graduación de fin de la ESO.
Primero de todo: ¿Desde cuando se hace fiesta de graduación de la ESO? Es más, ¿desde cuando se hacen ceremonias de graduación de fin de curso en España?
Pues por lo visto se hacen y desde infantil. ¡Infantil!
Creo que el punto es que vamos en automático y nos dejamos llevar por este Tsunami de superficialidad.
Si en cualquier cumpleaños en un parque de bolas de a 12€ por niño —esos en los que el 90% se deja el sándwich de queso, come 3 gusanitos y se bebe de media 2 litros de agua a golpe de “Mamá, tengo sed» entre carrera y carrera— les preguntáramos a sus padres y madres que qué les parece todo ese tinglado y cuál cumpleaños preferirían, si el suyo de hace 30 años o estas idas de olla, apuesto las manos, los pies y la cabeza que elegirían los sándwiches de chorizo y el trinaranjus en pantalones de pana.
Algo así pasa con las dichosas graduaciones, que tanto se han puesto de moda, y no solo en bachillerato, que en un momento dado lo podría llegar a entender. Pues no, desde la más tierna infancia ya nos enchufan semejantes e inútiles eventos, con el consecuente gasto extra. Claro, que si modelito, que si cena de hijas, que si cenas de padres y madres. Que luego a todo el mundo le da una pereza de la leche llevar al mini al parque y socializar con el resto de progenitores, pero, oye, la graduación que no se la toquen, allí los primeros.
Ya os digo que en mi época, que probablemente sea la vuestra, ni graduación ni leches: Notas a final de junio ya de mayores y, si procedía, fiestón en el bareto de la esquina con tus colegas y en vaqueros.
Luego claro, ganan las cervezas en vez de la atención médica decente. No sé de qué nos sorprendemos exactamente…