
“Im-Perfectas se ha desactivado” leo en mi bandeja de entrada.
Me da un vuelco el corazón.
Tecleo la URL y, efectivamente, la web no aparece.
Entro en el editor y descubro que no he pagado el dominio.
Por suerte, estoy a tiempo de recuperarlo.
Y entonces veo que llevo más de un año sin publicar, más de un año sin escribir, sin desahogarme sobre el teclado, sin regalarme la liberación de vomitar palabras, ideas, anhelos y pesadillas.
¿Cómo ha podido pasar? ¿Por qué he dejado de escribir? ¿En qué momento ganó la lista de la compra en el Mercadona o las tablas de excel con los datos de las campañas en redes sociales? ¿Quién es esta que no es capaz de sacar diez minutos para compartir por escrito lo que piensa o lo que siente? No soy yo. Es una impostora. Alguien que me ha robado las ganas de hacer lo que más me gusta y me mira despectivamente con su sonrisa asimétrica al otro lado del espejo. Ahí está esa señora con cara de suficiencia, recordándome que ya estoy mayorcita para perder tiempo en tonterías improductivas:
¿De verdad crees que a alguien le importa lo que tengas que decir sobre el genocidio en Palestina? ¿En serio piensas que hay quien pueda interesarse por cómo te encuentras? ¿Pero quién te crees que eres? Déjate de memeces y ocúpate de tus hijos, mujer, que ya no tienes edad de soñar despierta.
Tiene razón, es verdad, mejor será que empiece a preparar la cena antes de que se haga tarde, que luego es un sindios, o que acabe la presentación que tengo que entregar esta semana, no me pille el toro.
Y pasan los días, y las semanas, y los meses… y siempre hay algo más importante, más urgente, ¡más cabal! que requiere mi atención y mi tiempo. Y lentamente me voy vaciando, quedándome hueca. Soy una autómata funcional. Madre diligente, empleada eficaz. Y llega un momento en que se me olvida cómo se hace, cómo se escribe, cómo se construye un pensamiento crítico, cómo se relatan las sensaciones. Me olvido de ser yo.
Suena a ciencia ficción, a Black Mirror, pero pasa.
Pasa aunque creas que a ti no te va a pasar, que tú no eres de esas.
Pasa más de lo que podáis imaginar.
No bajéis la guardia, estad atentas, no os dejéis triturar por la rueda productiva.
Vivid.

La apisonadora del día a día….
Bienvenida de nuevo!
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ya te digo que apisona… ¡Gracias!
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