Hombres. Tras muchos años de rastrearlos, amarlos, disfrutarlos, sufrirlos, odiarlos (para volver a amarlos poco después, lo confieso) se que nunca llegaré a entenderlos. Tampoco me interesa. Como la cometa blanca de mi más tierna infancia, te suben hasta el cielo para después… estrellarte contra el suelo. O te estrellas tú solita.
En mi carrera, absurda e infatigable, en busca del hombre perfecto (vale, compañeras, no existe, como tampoco existe la mujer perfecta, pero el párrafo lo requería), vengo a hablaros del último ejemplar con el que me topado.
Guapo, sí, guapo. Simpático, encantador, con la sonrisa perfecta y la palabra justa a cada momento. De esos que te hacen reir. De esos que, como Red Bull, te dan alas. No es gay, no está casado, ni siquiera vive en pareja. Va camino de los 38, ideal para mis casi 33. No tiene hijos, ni arrastra en la mochila un tormentoso divorcio. Vicios pocos, los justos, diría yo. Parece perfecto y sin embargo, tras las mismas citas que el número de los tristes tigres del trabalenguas me rindo. No puedo más.
Porque como muchos de ellos se bloqueó ante una mujer que sabía lo que quería, en el peor momento. Esa mujer era yo, una mujer im-perfecta, con su celulitis (la justa), su devoción por el chocolate, su pasión por las baladas románticas, su llantina irrefrenable cada vez que ve “La vida es bella».
Una mujer que pisa fuerte si la situación lo requiere, y eso es lo que hice la otra noche. Vestida para matar, depilación extrema (la dolorosa brasileña, a la que dedicaré otro capítulo), tacones de vértigo, escote profundo, todos los tópicos que se os ocurran, y cuando le propongo subir a mi casa después de unos besos de película en su coche me pregunta si estoy segura. «Porque no quiero obligarte a nada»… Que palabras tan inoportunas, que error fatal.
Si pretendía ir de galán romántico no era lo que mi psique y mi cuerpo necesitaban. Mi temperatura (sexual) bajo unos cuantos grados en unos segundos. Se supone que debería haberle dejado llevar la iniciativa. Eso es lo que quieren, en el fondo, algunos hombres, muchos, que te rindas a sus encantos para poder acudir a tu rescate, si de sexo hablamos. Se que debí parecerle una mantis religiosa por la cual no quería ser devorado tras la cópula. Así que me subí los tirantes de mi escueto vestido y cerré el coche dando un portazo febril.
En casa me esperaba una tarrina de medio litro de chocolate belga, que seguro que no iba a oponerse a ser devorada. Y yo tampoco opuse la menor resistencia.
Ay, yo creo que he tenido suerte y mi chico no solo tomó la iniciativa, también tuvo una paciencia infinita, se lo curró lo que no está en los escrito.Yo es que soy de las que no se enteran de qué va el tema hasta que ya están en la cama desnuda con un señor al lado…es justo en ese momento cuando me doy cuenta de que a lo mejor es que está interesado en mí…qué le voy a hacer, siempre he sido muy despistada.
Me gustaMe gusta
Para ser sincera he de decir que yo siempre he preferido dejar la inciativa a los hombres, no se si es pereza, timidez o dejadez, pero prefiero dejarme conquistar…
Me gustaMe gusta
jajaja
muy bien descrito.. y eso que nunca compartí tu pasión por el chocolate…
Es verdad que a algunos hombres les aturden las mujeres con iniciativa, pero hay otros que se dejan llevar deliciosamente bien 🙂
Me gustaMe gusta
Lánzate y déjame que por un día sea tu diva
Ya lo sé, no te va que tome yo la iniciativa
Si me coges la medida yo me dejaré llevar
Por las reglas de este juego artificial.
Me gustaMe gusta