Artista: The Clash
Álbum: London Calling

Esa historia la contaba siempre su padre. Todas y cada una de las veces que lo hacía, él le preguntaba qué pasaba al final. Su padre respondía: ¿Al final? no hay final ni pasa nada más, se queda allí dando vueltas y más vueltas. Aquello le alteraba tanto que acababa enfadado con su padre y le decía que tal cosa era imposible. En su cabeza no tenían mucha cabida los sucesos extraordinarios ni las historias sin final.
Según su padre, se trataba de un cuento de Cortázar. En cierta ocasión, cayó en sus manos un libro del escritor argentino. Era una antología que incluía “La autopista del Sur”. Creyó que era el relato del que hablaba su padre y lo leyó. No lo era pero se parecía un poco en lo absurdo de la historia. A pesar de la rabia que le dio Cortázar, siguió leyendo sus cuentos, en busca del que contaba su padre. Todos eran igual de absurdos. El cuento ese en el que entraba más gente de la que salía en el subterráneo de Buenos Aires. O ese otro, el colmo de lo insoportable, en el que dos hermanos van perdiendo su casa poco a poco porque una presencia extraña la va tomando. Tonterías, se dijo, y cerró el libro definitivamente.
Durante años no pensó en todas esas historias hasta que una mañana de lunes, con el carro de la compra cargado hasta los topes, intentó salir del Mercadona y no pudo. Podríamos detenernos en los detalles, contar cómo repasó mentalmente el plano de la tienda que tan bien conocía, iba varias veces por semana; cómo al principio caminó desorientado entre los pasillos de los congelados o las verduras para acabar corriendo como un poseso; cómo suplicó a clientes y dependientes que le sacaran de allí y solo recibió miradas de extrañeza; cómo llamó por teléfono a su mujer tan alterado que no consiguió explicarse… Pero todo eso carece de importancia ante el indiscutible hecho de que no podía salir del Mercadona.
Los primeros días, lo pasó francamente mal. Pensó que estaba en una pesadilla demasiado larga para su gusto. Pensó que había sido secuestrado por un grupo de sádicos con muchos medios y poca imaginación. Pensó que se había vuelto loco y habitaba una alucinación. Pensó que había muerto repentinamente y estaba en el purgatorio. Pensó muchas cosas. Al final, como todo buen ser humano, se acostumbró a su nueva situación. La sensación de normalidad con la que todo el mundo afrontaba lo que le pasaba fue de mucha ayuda. Para él todo aquello carecía de sentido pero para el resto era algo normal, uno de tantos hechos cotidianos, como si cada día miles de hombres se perdieran para siempre en los supermercados.
Su mujer se pasó a verlo en cuanto salió del trabajo, le dijo que no se preocupara, se llevó el carro de la compra después de comprobar que no faltaba la masa de empanadillas para la cena de esa noche y le prometió que pronto vendría a visitarlo. Por supuesto cumplió con su promesa. Acudían, ella y sus hijos, a verlo regularmente. Le traían ropa y tabaco que fumaba a escondidas en los baños, por la noche, cuando ya no quedaba nadie. Algunas tardes, sus hijos venían con los deberes y los hacían en alguna de las mesas desocupadas de las oficinas de la tienda. Agradecía mucho esos momentos de normalidad familiar.
Los dependientes le fueron tomando cariño y acabaron por adoptarlo como la mascota de la tienda. Los jefes vieron en “El hombre perdido en Mercadona” un reclamo publicitario sin precedentes y lo explotaron con unos resultados muy jugosos. Gentes de todo el país se acercaron a la tienda para verlo deambular entre los pasillos. Era muy útil para indicar al comprador despistado dónde estaba la nata líquida para cocinar o los pañuelos de papel. A cambio de sus servicios, los jefes asumieron su manutención. Eso sí, solo con productos Hacendado y Deliplus.
Se sintió muy triste cuando le dijeron que su madre había muerto y pidió que leyeran unas palabras en su nombre cuando fuera el entierro. Tampoco se sintió muy bien cuando su mujer le comunicó que había conocido a otro y que iba a pedir el divorcio. Los jefes de la tienda deberían haberle consentido algún bis a bis de vez en cuando, tal vez así hubiera salvado su matrimonio.
Al cabo de los años, uno de sus hijos, después de decirle que pronto le haría abuelo, le preguntó cuándo saldría de allí. Él, recordando a su padre, respondió: Nunca, hijo, algunas historias no tienen final y yo estaré aquí dando vueltas y perdido en Mercadona, para siempre. Bueno, para siempre no, solo hasta que me muera. Por cierto, añadió, ¿sabéis ya si es niño o niña?
Fantásticooooo! Nunca volveré a mirar los pasillos de Mercadona de la misma manera!!!
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Muchas gracias elhombreamadecasa por volver a colaborar con nosotras, siempre es un placer tenerte por estos lares…
Tengo que reconocer que me ha costado leer tu cuento por dos razones:
1. Mi natural tendencia a perderme y con ella el terror a no encontrarme nunca más…
2. La claustrofobía que me da siempre Mercadona (y eso que me encantan sus productos y es donde habitualmente hago la compra)Es que no hay día que no esté a reventar de gente, y aunque haya ido mil veces, siempre acabo en el pasillo equivocado… así que cualquier día me encuentro por allí con el otro perdido y nos damos ánimos mutuos…
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Gracias por el cuento, elhombreamadecasa 🙂
Te diré que yo, que tengo una tendencia natural a perderme en cualquier sitio, me he sentido francamente identificada con el protagonista de tu historia…
Qué fácil es meterse en un callejón sin salida y que difícil es recuperar de nuevo las riendas de tu vida…
Es increíble la diversidad de lecturas que puede tener un relato surrealista… Nunca se me habría ocurrido relacionar a los indigentes con el señor perdido en Mercadona… en cualquier caso, Chelo, mejor pernoctar en el súper que en la calle, ¿no? 😉
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Chelo, el placer es mío. Es muy chulo que te lea gente nueva y que dejen comentarios.
Lo de la naturalidad, la asume al verla en los demás. Lo puse para dar mal rollo, sin querer hacer ninguna metáfora, pero se parece mucho a cómo recibimos anestesiados muchas cosas tremendas que pasan.
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hombreamadecasa, gracias por dejarnos publicar este cuento inédito en nuestro blog, es un placer y un orgullo 🙂
Lo que más desasosiego me ha producido es la naturalidad con la que asume su «cárcel» al final de la historia… me vienen a la cabeza las personas que viven en la calle…
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Que agobio!!!!
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Muy bueno, Chelo, puro Cortázar. Por cierto que he puesto en mi blog la portada que he hecho para «Casa tomada» que también mencionas. Espero que te guste. Borgo.
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Jajaja, fantástico, me he sentido al fin realizado. Y yo que creía que era el único
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Mejor perderse en Mercadona que en el Dia, por ejemplo… Muchas veces ves gente que parece que vive alli, siempre que vas, estan, aunque claro, ellos pueden pensar lo mismo de ti, no?
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Me ha gustado pero me deja una sensacion de desasosiego….
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¡Buenísima historia! 😀 Me he tronchado leyéndola. Es digna de hacer un corto del estilo de «la cabina» o «el asfalto». En esta última, un ciudadano iba siendo tragado poco a poco por el asfalto de una calle de una gran ciudad, sin que nadie pudiera hacer nada por sacarlo de allí, hasta desaparecer. Los cuentos de Cortázar me gustan mogollón, como aquel de las angustias pasa un personaje al ponerse un jersey. Historias absurdas no tan absurdas. Me has hecho pasar un buen rato. Y a partir de ahora, en mis frecuentes visitas al mercadona, me fijaré por si veo al tipo del carrito, para al menos darle unas palmaditas en la espalda…
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xD .es tan fácil perderse y quedarse dando vueltas y más vueltas al mismo sitio
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Y yo que visito el mercadona casi que a diario!!!! No podré evitar buscarte en los pasillos(jijijiji). Me ha gustado, rayando en lo absurdo, pero me ha gustado!!!! Un beso
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Me ha encantado….. aunque supongo que la próxima vez que vaya al Mercadona me aseguraré que la puerta permanezca bien abierta!
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