La magdalena de Proust (por Ana)

Llevaba toda la mañana metida en la cocina. Estaba intentado adelantar platos del fin de semana para poder encontrar un poco de tiempo y aire libre. Se movía a la perfección entre ollas, sal, ajos, cebollas, judías, pollo… a la vez que hacía la bechamel para las croquetas. “Qué curioso”, pensó, “yo que no sabía hacer ni un huevo frito hace nada de tiempo, que la cocina para mí era territorio enemigo… y mírate ahora, como pez en el agua” Es lo que tiene la necesidad, concluyo su mente mientras metía la fuente con el pollo en el horno. Es lo que tiene el que siempre hayan cocinado para ti y de repente si no cocinas no comes.

De repente sus pensamientos se volvieron fúnebres, negros. Una nube pasó por encima de los fuegos y ella sabía que tenía que evitarlo a toda costa, que las combinaciones de alimentos que cocían, bullían y se elaboraban ante sus ojos podían notar la tristeza que la invadía y podían convertir el guiso en una laguna de sal de lágrimas, con lo que no habría alma que pudiese asumir esa comida tan lastimera. Intentó reponerse mientras terminaba la bechamel que se iba a convertir en la cena del día siguiente. Unas ricas croquetas de jamón que tanto gustaban a los que se iban a sentar a la mesa, esos que en últimamente había aprendido a amar por encima de todo. Siempre los había querido, pero ahora el sentimiento se había convertido en un amor tan intenso que a veces le dolía el pecho, incapaz de contener tanto sentimiento. Volvió a obligarse a pensar en la comida, no fuera a ser que se pusiera tan dulce que se hiciera demasiado empalagosa.

Por fin pudo ligar la bechamel. La retiró de la sartén para ponerla en una fuente. De manera inconsciente hizo un gesto que llevaba haciendo desde niña, chupó con deleite la cuchara de madera con restos de esa salsa tan rica, tan sólida… Y su cara se transformó, y su estado de ánimo voló hacía otra época, otro momento. Y seguió rebañando la sartén, poco a poco, con el dedo índice, que introducía en en el fondo, los bordes, los rebordes del útil de cocina y lo llevaba suavemente, disfrutando del momento, hasta sus labios abiertos, su lengua que esperaba ese momento de placer. Y volvió a ser una niña, y volvió a ver a su madre mirándola mientras ella esperaba con los ojos muy clavados en ella. Esperaba porque sabía que iba a suceder, que su madre siempre lo hacía, que primero se hacía la loca para terminar acercándole la sartén y dejando que ella rebañara cualquier resto que pudiera quedar. Con el paso de los años comprendería que ningún cocinero o cocinera que se prestará dejaría tal cantidad de salsa en el recipiente que acerca con todo el amor del mundo a su hija, que su madre siempre apartaba un poquito para esa tragoncilla que disfrutaba tanto de este momento, de ese amor maternal, de como su madre luego le quitaba la sartén con un: “venga, ya vale, que luego no vas a cenar” y le abrazaba y le daba un beso tan grande que ha quedado grabado al sabor de ese inicio de croqueta.

Y en el presente, con todos sus problemas, sus desilusiones, sus malos ratos, ella se aisló por unos momentos, volvió a ser feliz, a sentir el beso que su joven madre daba a su hija pequeña, ella, que ahora había crecido y que, aunque seguía disfrutando de los besos de una madre mayor, nunca fue tan feliz como en ese momento. Como cuando abría la puerta de vuelta del colegio y le invadía un olor a café y a ropa recién planchada y sus oídos detectaban el toniquete de la emisora de radio Intercontinental. Y se dio cuenta de que ahora era muy mayor, que todo eso había pasado, que ya no siente esa protección familiar ni esa expectativa ilusa y feliz hacia el futuro, pero que, como Proust con su magdalena, siempre habría momentos en que podría volver al pasado y sentirse una niña libre y feliz de nuevo.

12 respuestas a “La magdalena de Proust (por Ana)

  1. Adoro el olor del pan, porque me hace viajar en el tiempo. El de las pinturas Alpino me recuerda a la feliz época escolar. Cuando estoy algo triste cojo las cajitas de mis hijas, cierro los ojos, aspiro el aroma y me siento mejor. Ahora me encantaría poder oler el arroz con leche de mi padre, con unas gotitas de anís Castellana, que quizás ni exista. Tampoco mi padre cocina ya ese postre.

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  2. La memoria siempre es un rincón al que poder retirarse, eso no nos lo quita nadie. Pero es una delicia cuango algo simple nos lleva sin esperarlo a ese rincón y nos muestra su pared más bella, en el caso de la mujer de esta historia ha sido rebañar la sartén, en mi caso ha sido leer este post. Mi madre nunca fue una gran cocinera, pobre, si me leyera la hundiría, ni escuchaba la Radio Intercontinental, pero el post me ha llevado a recordar La saga de los Porretas sonando en la radio mientras mi madre me vestía para ir al colegio, mientras desayunaba el colacao con agdalenas, y me daba un beso, de esos de madre al despedirme.

    Preciosa entrada. Un saludo.

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  3. Realmente cuando aparecen recuerdos que creías olvidados llamados por un olor o una sensación o a veces una imagen te da un repelús por dentro difícil de explicar, a veces buenos y a veces no tanto.
    Con la bechamel me pasa como a Isa, que no es que no tengamos paciencia, es que se nos dan mejor otras cosas 😉

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  4. pues yo no he conseguido aún ligar bien la bechamel… aunque reconozco que no lo he intentado mucho. Me falta paciencia, dicen 😉
    es increíble el poder evocador que tienen algunos olores y sabores, que consiguen hacerte viajar hasta en el tiempo.

    Una entrada conmovedora, Ana 🙂

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  5. Las sensaciones con sentimiento nos transportan hacia un mundo interior, que solo uno mismo puedes sentir y que es imposible de transmitir a menos que te llames ANA, precioso¡¡¡ bss Bego

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  6. Muchas gracias, TC, me alegra que te haya gustado el post, y ciertamente, es un regalo que no tiene precio, una sensación íntima especial…

    Ciudadana C, pues oye, lo mismo éramos vecinas y no lo sabemos, ja,ja,ja… Sí, la verdad es que no me puedo quejar de esos rincones que la mayoría de las veces se imponen por sorpresa y me alegran el día…

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  7. Qué lindo! que hasta casi lloro… Yo también tengo recuerdos con la Radio Intercontinental de fondo ¿no seríamos vecinillas? q a mi de vez en cuando me llegaba ese olor a bechamel a través del patio de vecinos 🙂
    Qué bellos rincones tienes en tu mente, para huir a ellos cuando la cruda realidad se impone.

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  8. Es increíble cómo un sabor o un olor determinado nos puede trasnportar a un momento feliz. Yo tambien he vivido esa sensación, y es el mejor regalo que te pueden hacer, porque no tiene precio.

    Enhorabuena por la entrada. Me ha encantado.

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