Mi madre (por Germán)

Ahora tenemos que conseguir que se haga realidad…
Cada año, lo primero que hacía cuando veía a mi madre un ocho de marzo, día de la mujer trabajadora, era felicitarla. Sin necesidad de ninguna explicación ella recibía esas felicitaciones con una amplia sonrisa y me daba las gracias llena de satisfacción. En realidad, ella nunca fue lo que oficialmente se reconocería como una mujer trabajadora. Sin embargo, era una mujer de una actividad incesante con una envidiable capacidad para cosechar amistades y rodearse de seres queridos. La prueba definitiva de esto la tuve el ocho de marzo del año pasado, cuando la sala del tanatorio donde se encontraba permaneció abarrotada durante toda la jornada. Habían transcurrido muchos meses de constante lucha contra una enfermedad inesperada. En este tiempo hubiera tenido todo el derecho del mundo a arrojar la toalla, pero combatió hasta el final manteniendo siempre la esperanza y las ganas de seguir adelante. Esta fue una nueva demostración de la entereza y vitalidad con las que se enfrentaba a los azares que le planteaba la vida.
Mi madre era una mujer, como tantas de aquellos años, a la que sacaron de la escuela una vez supo leer, escribir y manejarse con dificultad con las cuatro reglas básicas. Su sueño de llegar a ser enfermera nunca pudo llevarse a cabo, pero ella no dejó de acudir a la Cátedra, la escuela para adultos donde le enseñaban un poco de lengua, matemáticas o geografía. Me mostraba orgullosa sus dictados, escritos con esa letra irregular en la que se reconoce todo el esfuerzo y empeño que se ha puesto para conseguirla. O las fichas sobre el cuerpo humano, clasificadas y archivadas cuidadosamente como si se tratara de valiosos manuscritos. Esa misma pasión por no dejarse vencer por las dificultades la llevó hace diez años, cuando me fui a vivir fuera de España, a aprender a enviar y recibir correos electrónicos, justo a la vez que usaba un ordenador por primera vez en su vida. O a mandar y recibir mensajes en su teléfono móvil, donde gestionaba con fluidez su abultada agenda de contactos. Durante mucho tiempo, cuando iba a casa, me preguntaba continuamente cómo hacer estas y otras tantas cosas que le suponían toda una novedad. Se equivocaba, se le olvidaba y volvía a empezar, pero me enseñó que por encima de las pequeñas y grandes dificultades, siempre han de prevalecer la ilusión y la perseverancia.
Cuando andábamos juntos por el barrio yo solía bromear diciendo que parecía el Papa. A cada paso se paraba a saludar a algún vecino o a comentar algún suceso con un conocido. Ella relataba con orgullo cómo había conseguido que pusieran semáforos en un peligroso cruce del barrio, o cómo había realizado las gestiones para que los padres de una vecina por fin pudieran tener aquella plaza de aparcamiento reservada para minusválidos que tanto necesitaban. O sus momentos de reivindicación por las dotaciones vecinales, que la llevaron a cortar la gran vía del barrio. O su rebelión contra unos parquímetros que consideraba innecesarios y perniciosos. Ella, la madre de una familia sin coche. Me contaba con sorna cómo la concejala del distrito la llamaba a casa para preguntarle si ese año también pensaban hacer algún acto de protesta, o si por fin podría dar el pregón de inicio de las fiestas en paz. O para saber cuál era el parecer de los vecinos ante ciertos problemas del barrio. Todo esto se resume mediante una sencilla frase, tan común que puede parecer obvia, pero que me repetía continuamente y que conservo como uno de sus muchos tesoros que ahora me pertenecen: “No puedo con las injusticias”. Porque creía que las cosas se pueden cambiar, que ante los problemas la respuesta nunca es el inmovilismo. Y que todos podemos hacer algo por mejorar la vida de los demás. Ella lo creía y lo hacía.
Y todo esto lo hacía movida por un carácter y una personalidad arrolladores, alejados del papel de ama de casa sumisa que supuestamente le debería haber correspondido. Porque nunca se resignó a aceptar las cosas con las que no estaba de acuerdo tal y como le venían. En un momento y unas circunstancias donde esa posición correspondía a los hombres, ella batalló para reivindicar el lugar de la mujer en la sociedad actual. Sin renunciar a su papel de ama de casa. Sin dejar de atender a sus hijos, de pasar noches en vela cuando enfermábamos, de acudir a cuanta reunión escolar hubo, de dar la razón a nuestros profesores cada vez que nos recriminaban en algo, de escuchar nuestras preocupaciones. A través de ella he aprendido a reconocer el esfuerzo que tantas mujeres hacen a diario. A valorar su capacidad de entrega, de superación, de sacrificio. Su lucha en una sociedad en la que parten con clara desventaja. He aprendido a querer y admirar a las mujeres que me rodean.
Pero si hay algo que recuerdo especialmente de mi madre, es cómo me demostró a diario que la vida merece la pena ser vivida. Gracias a ella he aprendido a disfrutar de los momentos que esta te ofrece. A intentar sacar lo mejor de cada circunstancia. A procurar abordar los problemas con optimismo, con la mayor entereza posible. A no perder nunca la ilusión. Me enseñó que siempre hay cosas nuevas por descubrir, cosas por hacer. Que la vida está llena de motivos para ser feliz. Que está plagada de razones para no conformarse y luchar. Que tu felicidad sólo es posible si es reflejo de la de aquellos que te rodean.
Por esto, cuando el ocho de marzo de hace hoy justo un año el azar quiso que de entre los numerosos ramos y coronas que la acompañaban, el empleado de la funeraria escogiera para colocar encima de su féretro uno que firmaba “Mujeres para un distrito”, pensé que quizás el destino quería rendirle un merecido homenaje. Porque cuando alguien se marcha después de haber hecho lo posible por ayudar a los que le rodean, cuando te ha proporcionado los mecanismos necesarios para que puedas intentar convertirte en un adulto justo, optimista y feliz, cuando ha contribuido a hacer que la sociedad avance, entonces, esa persona nunca termina de marcharse. Esa persona permanecerá más allá de nuestra memoria, como una mujer que contribuyó a que este mundo, y las personas que lo habitamos, seamos mejores. Gracias mamá.

21 respuestas a “Mi madre (por Germán)

  1. Leyendo tu post siento envidia, envidia de no haber conocido a una persona como tu madre, y envida por mi cobardía en el día a día, yo que lo he tenido todo, educación y libertad, me he dejado coartar por las circunstancias… Mujeres como ella deben ser nuestro ejemplo de mujer trabajadora y de persona, con todo lo que has contado y viendo cómo están las cosas a mi alrededor tu madre me parece una heroína de de cuento, algo inalcanzable y digno de admirar. Enhorabuena por ella, por lo que has vivido y por lo que te ha enseñado e impregnado y que seguro tu podrás transmitir a tu hijo y ahijada :), y mucho ánimo con la ausencia y el vacío.
    Juana

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  2. Qué homenaje más fascinante! Ahora que en la vida me estrenado hace no mucho como madre, me pregunto si estaré a la altura, porque Madre es una de esas palabras mayúsculas que dan sentido a la vida, sea cual sea la dirección de ese sentido.

    Ha sido un post precioso, como debió serlo tu madre.

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  3. No tengo muchas más palabras ni cosas que añadir a lo que ya te han comentado. Reiterar que me parece un homenaje maravilloso a tu madre y que seguro que estuvo, está y estará orgullosísima de ti… la gente muere cuando nadie les recuerda, pero con todo el amor que tú has demostrado en este texto, en el caso de tu madre eso no ocurre ni ocurrirá… Un beso gordo, gordo…

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  4. Emociona tu sentimiento y admiración al describir a tu madre. Personas que luchan por los demás, que se hacen notar de una manera positiva, que transmiten las ganas de vivir. Suerte la tuya por haberla tenido tan cerca…

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  5. Muchas gracias por cada uno de los comentarios. Todos me han llenado de emoción. Y muchas gracias a estas cuatro estupendas mujeres im-perfectas por dejarme rendir un pequeño homenaje a otra gran mujer desde su blog. No podría haber sido en un lugar mejor.

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  6. Después de tragar un par de veces he dado rienda suelta a unas lagrimillas que paradójicamente me han hecho sonréir con sus cosquillitas sobre mi cara. Me ha gustado mucho Germán.
    Porque la muerte forma parte de la vida y porque sólo cuando uno muere demuestra que ha vivido. Pero éso tu madre, lo sabía muy bien!!
    Besos.

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  7. Qué texto tan bonito, Germán. Desde luego, tu madre era una mujer muy valiente. Me emocionan mucho las personas que pelean por cambiar las cosas que funcionan mal a su alrededor, que se preocupan por su vecino de al lado y por mejorar la vida de la gente corriente. ¡Enhorabuena por una mamá tan guai!

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  8. Madre mía! No me salen las palabras Germán, hacía tiempo que no leía algo tan sincero y lleno de sentimientos. Precioso.
    Veo en tus palabras optimismo, vitalidad, buen ánimo, mirar hacia delante… probablemente el mejor homenaje que le puedes hacer a tu madre es ese espíritu tan tuyo, tan de hacerle a los demás las cosa fáciles. No cambies amigo y ole por tu madre y por todas las madres y mujeres que han luchado su vida entera por defender lo que es justo y por los suyos.

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  9. Emocionante homenaje, sin duda su historia es la de muchas mujeres que pese a que por ser mujer se las desterraba de los ámbitos académicos y profesionales, nunca dejan de lado ese afán por esforzarse, por luchar por los demás, y simplemente puedo decir que para mi hubiera sido un placer haberla conocido personalmente. Pero ¿sabes qué? La conozco a través de la gran huella que ha dejado en tí, a través de tus ojos conozco a una gran persona que ha logrado educar al mejor hijo del mundo con unos valores y una forma de afrontar cada día que no deja de causarme la más absoluta admiración.

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  10. El mejor recuerdo que podrías tener de tu madre. Sin duda una de las mujeres más luchadoras que he conocido en mi vida. Precioso homenaje que se merece sin duda cualquier día del año.

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  11. Excelente homenaje, Germán… Me puede la emoción al leer tus palabras, en las que veo reflejada a tu madre como si la estuviera viendo en alguna de las fotografías que conservo de ella.

    Una mujer de una vez, entera, fuerte, sensible, bondadosa, impulsiva, simpática, divertida, combativa, revolucionaria, pasional, vital, comprometida, constante, perseverante, alegre…

    Una mujer amante de las mujeres: de todas (fueran como fueran) que sabía que si luchaba con empeño a veces se conseguían cambios a favor y luchó con todo su esfuerzo toda su vida.

    Yo tuve la suerte de conocer, querer y ser querida por esa mujer. Y es algo que llevaré siempre conmigo como un regalo que exhibir orgullosa.

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  12. Cuando está todo dicho, y tan bien dicho, con tanta honestidad y sentimiento, a mi no se me ocurre que comentar. Además el nudo en la garganta me impide hasta escribir.

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  13. 😉 menos mal que siempre nos quedan nuestros «hijos». Tú eres su regalo a este mundo donde muchos hombres (y mujeres) han olvidado que quienes nos han parido son tan valiosa como quienes pusieron su «espermatozoide» en ellas.
    Me has conmovido, pero sobre todo, me alegra ver que tu madre ha sido un modelo para ti y a través de ella has aprendido a «querernos» (aunque sea un poquito, jeje)

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