
Cruzó corriendo el puente y se perdió calle abajo. Llegaba tarde. Aborrecía ir con prisas y tener que esquivar a la gente que atestaba las aceras. Sabía que ella no le perdonaría una impuntualidad. No para el cine. Y hoy no era el día para importunarla, sino justo lo contrario. Hoy era el día de ser un marido irreprochable. Siete años de casados ya. Palpó con la mano la pequeña cajita envuelta de la joyería que llevaba en el bolsillo y suspiró aliviado. El regalo estaba en su sitio.
Mientras esperaba inquieto a que cambiase de color el semáforo, volvió a olisquearse la camisa. ¿Olía a ella? No podía ser… pero sí, todo le olía a María: el pelo, que minutos antes le había acariciado, el cuello que había sentido sus labios trémulos, la piel que transpiraba una mezcla de sudor y su perfume, los dedos, que había introducido febrilmente en su sexo, la boca que se había deleitado succionándola hasta el éxtasis… Tembló con una mezcla de pavor y regocijo íntimo mientras caminaba, nervioso, al encuentro de su mujer, consciente de que cualquier evidencia supondría una fisura por donde empezaría a resquebrajarse todo.
Llegó cinco minutos antes de la hora y suspiró aliviado. Le daba tiempo a entrar en el baño para una segunda revisión antes del momento crucial. Orinó con vehemencia y se limpió con cuidado una vez más usando un trocito de papel. Se lavó las manos concienzudamente, se peinó mojándose un poco el pelo, y se sintió mucho más fresco y presentable.
Se habían desnudado a retazos a medida que iban necesitando degustar más centímetros de piel del otro y habían logrado consumar gracias a las dotes contorsionistas de ella y a la pericia de él para ubicar su centro del universo hasta en las condiciones menos propicias. El sudor de ambos se había condensado y el vapor empañaba las ventanas del vehículo, una circunstancia que les protegía de las posibles miradas desde fuera.
Ya en casa, los fotogramas de su reunión clandestina seguían excitándole en secreto. Estaba poniéndose el pijama en su habitación, cuando la voz de su mujer, que le observaba con suficiencia desde la puerta, le sacó de su ensimismamiento adolescente. “Llevas los calzoncillos del revés” le dijo burlona. No pudo evitar ponerse rojo y supo que ya no había nada que hacer.
Sin duda. Los infieles también son personas 😉
Gracias por pasarte, Observador.
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Este mentiroso tiene las patas cortas y el miembro iniesto 😉
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También yo lo veo como otro comentario femenino que he leído. No sabemos que sabe o no la legítima.
Fuera de eso ser infiel supone ser desleal, traicionar y también sufrir, sentirse culpable, cobarde, infeliz.El infiel, salvo el típico o la tipica picaflor también sufre.
El Observador
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Como dicen, la mentira tiene patas cortas. Besotes!!!
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¿tú crees que no sospechó? Yo diría que más que sospecha era certidumbre…
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Hola. por lo menos la mujer no sospechó de esa infidelidad pese a llevar por las prisas del coche el calzoncillo al revés. Seguimos en contacto
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¡Gracias Elvis!
Me acuerdo perfectamente de ese anuncio… Brumel 😉
La verdad es que el calentón y el despiste van muy de la mano… así que está claro que estas cosas pasan…
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Muy bueno el relato. Como decían en aquel anuncio «en las distancias cortas es donde un hombre se la juega». Yo añadiría «y si es un despistado aún más…».
Saludos.
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Efectivamente, Arantxa… las apariencias engañan 😉
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Igual la mujer ya lo sabía y no le importa mucho. Igual es el primer indicio que tiene. A lo mejor ella también es infiel. El relato da para más.
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Cobardía, Morla. Se miente por cobardía. Porque dar un paso así exige honestidad y agallas, algo muy escaso… por desgracia.
¡Gracias por comentar!
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Totalmente 🙂
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Eso debió ser lo que salió de su boca 😉
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Qué necesidad hay de mentir? si ya no la quiere que se vaya…yo preferiría eso y no que me engañara vilmente. Yo haría igual. EL amor puede acabarse, es la vida! Pero uno tiene que ser sincero consigo mismo y con ese alguien que alguna vez quiso.
Uysss, tengo el corazón encogido.
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Se pilla antes a un mentiroso… jugar con fuego es lo que tiene…
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Glups!
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