Empezamos marzo con una nueva colaboradora im-perfecta: Ariadna, que se define a sí misma como periodista, madre y comprometida… ¿con qué? con las personas, lo único que de verdad merece la pena.
Cuando tu familia vive a 700km de distancia (y tienes buena relación con ella) las estaciones y aeropuertos se convierten en tu pan de cada día, o de cada mes, como mínimo. La primera vez que mi hija Jimena viajó en el AVE Madrid-Barcelona tenía apenas un mes y medio y yo, primeriza insegura, le di el pecho durante las dos horas y media de trayecto para evitar que tuviera uno de los terribles cólicos que sufría por aquel entonces y que podían tenerla llorando durante horas. Acabé con los pechos como peras pochas pero logré mi objetivo: mi hija no molestó a ningún viajero. Pensé que cuando ella creciera, podríamos disfrutar juntas del viaje. Qué inocente era yo por aquel entonces.
Han pasado casi cuatro años de aquello y mis viajes siguen siendo igual de incómodos, Jimena ya no llora pero es una niña y al entrar con ella en un vagón, el resto de pasajeros me mira igual que si llevara una mochila sospechosa al hombro. Hace unas semanas, a la viajera de delante le molestó la risa de mi hija, que ponía voces a sus Playmobil (tiene un rollo de ventrílocua espectacular) mientras estaba sentada en su asiento tranquilamente. No dijo nada del ejecutivo que había estado diez minutos narrando las órdenes de compra de su empresa ni de la chica de al lado, que llevaba los auriculares a un volumen suficientemente alto para que yo pudiera reconocer cada una de las canciones de su playlist (muy buena, por cierto). Entonces me pregunté, ¿qué tipo de sociedad es ésta en la que la risa de un niño resulta molesta? Ojo, no hablo de carreras, patadas, gritos y lanzamiento de juguetes, hablo de los comportamientos propios de la infancia, esos que hacen a los críos derrochar la felicidad que tanta falta hace en la vida. He visto suficientes capítulos de Supernanny como para que mi hija sepa comportarse en un tren, un restaurante y hasta en el cine, pero nunca le reprenderé para que deje de ser niña, de jugar, de reírse y hasta de saltar o brincar si el lugar y la ocasión lo permiten. Tras varias miradas amenazadoras que la vecina de asiento nos lanzó, me atreví a preguntarle si ocurría algo, su respuesta fue la siguiente: “todavía no”. Es decir, presuponía que en algún momento del viaje, mi hija resultaría molesta.
¿Deberíamos pedir quizás que en lugar de vagones del silencio haya vagones de la risa? Estoy seguro de que serían mucho más exitosos… ¿Por qué no un vagón donde los padres y nuestros vástagos podamos viajar sin sentirnos terroristas? O mejor, ¿y si hacemos vagones para todo tipo de viajeros? Porque puestos a ser tiquismiquis, a mí lo que me molesta es el olor a bocata de chorizo y las mandarinas recién peladas… ¡Vagón para los que no vienen comidos de casa, por favor!
Como dice siempre mi amiga Marina, si un restaurante u hotel anunciara en su web que no se admiten negros, bajos, gordos o asturianos, pondríamos el grito en el cielo, sería titular en todos los periódicos. Si, en cambio, lo que anuncian es que son «adults only» nos parece lo más cool del mundo (apunte legal: los niños son personas con los mismos derechos constitucionales que el resto de la ciudadanía). Entonces viene esa fantástica frase «yo he decidido no tener hijos, no tengo por qué aguantar a los tuyos». ¡Meeec, error! Tú, querido o querida, ya estás en deuda con la sociedad, porque tú no has tenido hijos molestones pero fuiste un niño, y lloraste y jugaste y quizás hasta rompiste el cristal de una tienda de un balonazo. ¿No crees que igual ahora te toca a ti aguantar a los críos como otros adultos te aguantaron a ti?
Ojo, que quede muy claro que hablo siempre de aguantar a niños civilizados y educados, pero niños al fin y al cabo. Porque si hablamos de personas con mala educación, los encontramos de menos de un metro de altura pero también de más de un metro ochenta. ¿Qué tal si trabajamos para que en nuestra sociedad la risa no solo no moleste sino que sea un derecho defendido por todos? ¿Qué tal si entendemos que la supervivencia de nuestra especie pasa porque existan niños? Tal vez me prepare un speech al respecto y lo suelte en medio del vagón en mi próximo viaje, lo diré muy seria, para que no moleste a nadie.
Me ha encantado tu post, Ari. Yo también he sufrido la intolerancia a los niños en el tren y en el avión. Y es que hay gente a la que les molesta el tono agudo de la voz infantil y su risa. Mi hijo mayor, a sus seis años, es un viajero consumado y siempre ha sido excepcionalmente tranquilo, pero aún así se ha encontrado amargados a los que les irrita su mera presencia… Lamentable.
A mí me molesta la gente maleducada (adultos y niños), soy la primera en dar un toque al que tira un papel al suelo, no cede el sitio a los preferentes o lleva la música a todo trapo, y curiosamente, son los adultos los que más suelen decepcionarme en ese sentido.
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Si es que al final se trata de eso, Isa, de gente maleducada, tenga la edad que sea… ¡Y da rabia lo mucho que una se esfuerza en criar a sus hijos para que sean educados y que aún así molesten por el simple hecho de ser niños!
Aprovecho para darte mil gracias por darme la oportunidad de sumarme a este rincón de genial im-perfección 😉
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El gusto es mío 🙂 espero que sea la primera de muchas
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No puedo estar más de acuerdo, lo conté aquí hace unos años: https://im-perfectas.com/2009/07/17/el-canon-de-viajar-con-ninos-por-chelo/
Por si te consuela, mis hijas tienen ya 9 y 11 y hace ya tiempo que se acabó la pesadilla de tener que ir entreteniéndoles para que no «molesten». La gente es realmente intolerante con los niños en los trenes y aviones, que les den a todo ellos… un par de lexatines.
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¡Me ha encantado tu post, Chelo! Sobre todo porque abres otro melón súper interesante más allá del debate sobre la «niño fobia» y es el de que «nos creemos dueños y señores de todo lo que pagamos»…
Por cierto, recuerdo el caso de unos padres que viajaban con un bebé en un vuelo súper largo y regalaron a todos los pasajeros un kit que incluía entre otras cosas tapones para los oídos… ¡igual estaría bine añadir lo de los lexatines!
A mí me tocará tener paciencia y seguir inventando entretenimientos hasta que mi hija cumpla los 9..
¡Un abrazo!
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La única vez que viajé en AVE en el vagón modo ‘mute’ los adultos no lo respetaban… Eso sí, reconozco que estoy educando a mis hijas para que respeten las normas. Son mayores que tu niña y fuera de risas, conversaciones o llantos en cualquier lugar, no han roto nunca nada… fuera de casa. Decía un jefe que tuvo mi padre que los niños son como los bailes regionales; solo gustan en casa. Eso lo tengo siempre presente. No me molesta que un niño llore o se ría a carcajada limpia, pero llevo mal a los niños asilvestrados, lo confieso. Nunca he sentido que me mirasen raro con ellas, porque no les ha dado por saltar en las butacas del cine o tirarse en el pasillo del hipermercado en plan rabieta incontrolable. Y te aseguro que rabietas, como todos, han tenido. Tampoco entiendo la filosofía ‘adults only’. Ni sería clienta de esos locales o hoteles.
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Arantxa, ¡me ha encantado la frase de aquel jefe tuyo! ¡Seguro que la utilizo algún día que otro! Como bien dices, los críos insoportables son los asilvestrados… por eso me da tanta rabia que la gente presuponga que todos lo están… si tienes hijas «en plural», ya sabes lo mucho que cuesta educarlas bien… ¡Un abrazo!
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Yo soy de las que no han querido tener niños pero, si el niño en cuestión es educado y no está liándola parda, no me molesta. Pero, como dices, también hay adultos que la lían parda y me molestan igual que los niños salvajes.
Besos!!
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Justo esa es la clave, Mi Álter Ego… que los niños sean educados… y ese día no lo son, que los padres tengamos la suficiente cordura como para llevárnoslos a casa, jajaja ¡Un abrazo!
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