La semana pasada fue intensa, muy intensa. A un viaje de trabajo de los que te dejan machacada (por el madrugón y las tesituras varias) se sumó mucho curro, niñas en casa ya cansadas con el el final del curso y dos tardes de festivales infantiles. Porque en el cole de mis hijas deben pensar que los padres con más de un hijo tenemos cadencia por ir allí a echar la tarde y en vez de juntar todos los malditos bailes una tarde, los ponen en varios días. Les va la marcha por lo visto.

Constato un año más que hay padres para todo. Los que llegan y no levantan la cabeza del móvil hasta que sale su vástago. Entonces  tampoco le quitan la mirada al móvil porque claro, hay que grabar la actuación para dedicarse el resto del festival a mandar el vídeo y las fotos por WhatsApp. Yo no lo entiendo. Pero bueno, entiendo que la fraternidad ciega y que la sangre es lo que tiene. Yo no lo comparto.

Luego están los que el acontecimiento debe ser lo más emocionante que les ha pasado en todo el año. Madre de Dior, qué entusiasmo, qué manera de vitorear (a los suyos, claro).

Otro tipo, me pesa decir que todos mujeres, se sientan en grupo y se tiran charlando toda la actuación. Esto, sumado a una acústica penosa en un polideportivo preparado para cualquier cosa menos para los decibelios de un equipo de música antiguo y cascado, hacen que se te ponga un dolor de tarro del infierno.

No me considero mejor ni peor por pasar de todo y estar allí simplemente para que mis hijas me vean, porque les hace ilusión. Es un ir de postín total. Me trago todos los bailes, aplaudo en todos y cuando acabo me voy no sin asegurarme de que mis hijas son conscientes de que he estado allí. Ni más ni menos, ni malamadre ni chorradas.

De todo esto saco varias conclusiones. La primera es simplemente una constatación: hay padres/madres maleducados a porrón. Una cosa de las de sacarte la zapatilla y darles en toda la boca. Otra de las conclusiones es que los niños, pese a sus padres, son mejores personas que nosotros. Todos atentos a los bailes de los demás, aplaudiendo con intensidad hasta la más sosa de las actuaciones y felicitando a los compañeros que bajan del escenario. No es una competición para ellos, no es hacerlo mejor que el otro. Es hacerlo bien porque es lo que toca y hay mucha expectación.

Cuando acabó el festival de la mayor le pregunté qué cual le había gustado más, me contestó que todos habían molado mucho. Sin críticas. Destacando lo bien que baila fulano o mengano. De la que salía del polideportivo en plan autista, escuché a una madre decirle a otra «hay que ver que soso es Mengano» a lo que la otra se espetó «Pues Futana se ha puesto como una bola, pobrecilla». «Pobrecilla tu hija, que te tiene que aguantar como madre» me dieron ganas de decirle.