Todos dormían. Se escuchó un ruido que venía del salón. Fue un ruido seco seguido pequeños espasmos. Ella se despertó despavorida. Él ni se inmutó. Se precipitó de la cama hacia el salón y encendió la luz. Cienes de pequeños cristales de colores alfombraban el suelo. Un puñado de figuritas de porcelana, desparramadas por doquier, yacían medio rotas. La estrella se había posado en el sofá.
Ante la esperpéntica estampa, un solo pensamiento se le pasó por la cabeza: «Menos mal que no tenemos hijos«.
Apagó la luz y se volvió a la cama a seguir durmiendo.
Ayer pusimos el árbol en casa. Con lo que me costó colgarlo todo, si se cae me llevo un disgusto. Y más si me despierta.
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Si te depierta, lo tiras por la ventana jajajajaja
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