
A veces puedo ser muy tolai, de las de capón en la frente. Tuve un momento el glorioso día que saqué mi lista y pedí en la tienda de uniformes del colegio tres pantalones, cuatro polos, dos jerséis y dos babis para mi hija, que empezaba ese año.
– Las niñas no llevan pantalones ni polos ni jerséis y eso no es un babi, es el vestido uniforme de las alumnas. ¿Qué talla quieres?
– …
La vendedora me hundió. Había calculado al milímetro los precios, los climas y hasta los ciclos de lavado de mi casa antes de confeccionar aquella lista y sin embargo, no me había enterado de lo más básico. Unos segundos de mano en la cara y me recompuse. Pensaba que habíamos superado esta historia. No en los cursos de mayores, pero al menos sí en infantil, donde el sentido común te dice que los niños y las niñas deben poder moverse con comodidad. Pues no. Mi hija de tres años iría con vestidito, es decir, partiría en clara desventaja respecto de sus compañeros. Qué decepción. El uniforme que yo imaginaba había sido uno de los puntos a favor en la elección del colegio, que empataba con otro en nuestras quinielas, y no había marcha atrás. Eran lentejas.
No voy a entrar en el tema de sexualizar a los niños desde tan pequeños, en lo paradójico de que una herramienta para uniformar segregue o en las situaciones más complejas que pueden estar afrontando algunos menores, no. Simplemente desde la observación más básica: ¿Cómo vas a desarrollar la motricidad al mismo nivel que un chico si al ir a gatas te vas enganchando con la falda? ¿Cómo vas a correr tan veloz como él si sabes que al caer al suelo te desollas las rodillas? ¿Cómo quieres siendo así que ellas tengan las mismas ganas que ellos de practicar deportes? Además, ¿de verdad cree alguien que un leotardo aísla del frío igual que un pantalón?
La vendedora, con cara de “me-estás-hablando-en-Arameo”, tiró de argumento demoledor:
– Ya, pero es que están tan monas…
– Nada más que añadir, señoría.
Yo llevé falda durante toda la enseñanza obligatoria y lo cierto es que nunca me planteé pedir un pantalón, así que no sé si me habrían dejado hacerlo ni si yo lo habría elegido. No obstante, recuerdo con malestar el frío en las rodillas del enero madrileño, la inquietud aquel curso en que los tíos empezaron a levantarnos las faldas en el patio, y la turbación cuando te dabas cuenta de que al agacharte un compañero te lo había visto «todo». Nos lo podríamos haber ahorrado. En el instituto, ya sin uniformidad, lo cierto es que no se veían muchas faldas. En un contexto de libertad de elección no era en absoluto la norma general.
Me pregunto qué harán mis hijas y si debería empezar esta batalla por ellas, aunque sea a nivel preventivo, para que llegado el momento, al menos, puedan elegir. Son tantas las guerras que libramos las mujeres que hay que priorizar y quizá este asunto no sea tan determinante. ¿O sí? Quién sabe. Quizá si pudieran elegir, apostarían por la falda. Quizá a determinada edad construimos la identidad por contrarios, por lo que no somos. Llevo falda ergo no soy un chico. Y así todo. A lo mejor el problema está ahí y no en la prenda. Igual es la pescadilla que se muerde la cola.
Pero están tan monas…
(…)
Escribí este texto, que nunca llegué a publicar, hace ahora dos años y lo recupero porque ha llegado el triste día en que mi hija de cinco se ha enfrentado a la cruda realidad:
Mamá, hoy dos niños de clase se han reído de mí porque al saltar, se me han visto las bragas.
Tengo ganas de abofetear a todo el mundo. A esos niños, por hacerle sentir vergüenza por algo tan natural como vestirse. A esos padres, por no sentar las bases para prevenir que consideren lo ordinario, extraordinario y además, objeto de mofa. A mí misma, por seguir callada al respecto, y a la dirección del colegio, tan rupturista en otros ámbitos y tan obsoleta en este sentido. Sí, lo sé. Es lo que yo he elegido. Son lentejas. ¿O no?
En mi indignación de mujer y de madre, me he topado con que el Congreso pidió al Ejecutivo no hace mucho que prohibiese la obligación de llevar falda, a lo que el PP, que viene siendo el Gobierno, replicó que depende de cada colegio y que no hay que entrar a legislar cada aspecto de la vida cotidiana. Por lo menos, ya sé por donde tengo que empezar.
De momento, le he dicho a mi hija que conteste a sus “amiguitos” que si quieren ver bragas, se vayan al Corte Inglés, y a sus “amiguitas”, que no se corten y planten batalla.
Y voy a comprarle las bragas más chulas que encuentre, sólo faltaría. Y que las ponga de moda. ¿Lentejas? Dos tazas.
Vega se define a sí misma así: “Soy periodista y escribo sobre derechos humanos y asuntos sociales para la Agencia Europa Press. Soy madre de dos niñas y orgullosa im-perfecta desde mayo de 1981, aunque lo descubrí mucho más tarde, claro”.
jajaajajaja, me ha encantado, gracias.
Primera sugerencia, pasa de la de la tienda, que le den y cómprale pantalones a tu niña. Y si en el colegio dicen algo, les dices que es discriminación positiva y lo llevas ante la asociación de padres y alumnos, seguro que mas de una madre y padre te apoyan.
Segunda sugerencia, hace no mucho, me fijé un una niña uniformada, debajo de la falda llevaba como unas mallas negras a medio muslo que le permitían cualquier tipo de movimiento con la libertad de no sentirse incómoda.
Y mis disculpas, como persona que suele fijarse en lo que sucede a su alrededor, ves muchas cosas, algunas agradables otras no tanto, y desde luego sin mala intención. Cómo hombre, te diré que mirar a una mujer guapa, una postura que nos «llama la atención» o incluso una parte del cuerpo, más allá de unos ojos, una sonrisa, una cara hermosa, es algo que está en nuestra naturaleza, al igual que en la de algunas mujeres llamar la atención, a veces de forma sutil otras no tanto.
Y oye, tú sigue haciéndote caso y no te dejes influenciar por lo que es «normal» o no.
Gracias de nuevo por el buen rato y la risa mañanera!
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Lo de las mallas es una solución cada vez más usada. A mí me parece muy efectiva, debajo de la falda, a media pierna o entera, o simplemente con el polo más largo 😉
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El tema no es baladí. Y además de pequeñas el pantalón da igual, pero ya de preadolescentes los fabricantes deberian tenernen cuenta que el cuerpo de la chica es distinto. Los pantalones de chico no le sirven. Son incomodos por el tiro, ademas de no encajarles bien. En fin
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En el cole de mis hijos han pedido pantalones de niña, porque efectivamente, los de niño son incómodos para ellas por el tiro.
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Yo también recuerdo el frío en los inviernos… Las falditas del uniforme son lo peor.
De todas formas, recuerdo que no hace tantos años trabajé en un taller mecánico, de recepcionista de taller (yo he hecho de todo en esta vida) y el uniforme llevaba falda. Me negué en redondo a andar dando saltos por el suelo manchado de aceite entre los elevadores y al final me dejaron ponerme pantalón. Fue un pequeño triunfo. Jajajaja. Besotes!!!
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buff me indigna este tema… creo que inculcar la diferencia con algo tan importante como la indumentaria no es un tema menor ni mucho menos. El empecinamiento de algunos centros escolares por mantener este arcaicismo no debería ser consentido.
Yo no llevé uniforme en el cole de pequeña. No había. Pero ahora y una ferviente admiradora del uniforme. Bien usado, claro. Un conjunto cómodo y a buen precio desmonta desigualdades, como las que recuerdo haber sufrido yo de pequeña por no llevar ropa de marca o con el personaje infantil de moda. El problema se da cuando en lugar de cumplir su función homogeneizadora contribuye a lo contrario.
En el cole de mis hijos, el uniforme es obligatorio. Una decisión que se tomó en el AMPA y que el centro acata sin problema. Los de infantil van con chandal, que es lo más adecuado para su edad. Todos (niños y niñas) con el mismo. A partir de primaria se introduce el uniforme para los días que no hay educación física. Pantalón gris, polo blanco y jersey rojo. Las niñas tienen posibilidad de elegir falda (y algunas así lo hacen) o pantalón. Obligar a las niñas a ir con falda es de otra época, y solo puede parecerle bien a quienes quieren que permanezcamos en ella para siempre… Así que desde aquí te animo a que te muevas, a que no te resignes. Haz fuerza: desde el AMPA o desde el Consejo Escolar, si puedes. Algún día lo que pide el Congreso será realidad, como lo han sido tantas otras cosas de sentido común.
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