Quién no ha sufrido dolor crónico no sabe lo qué es y a menudo no entiende a quienes sí lo sufrimos. Aunque sea de perogrullo, es cierto que no se valora lo suficiente la salud hasta que se pierde. Cuando yo estaba sana (tenía mis achaques menores pero intentaba sobrellevarlos con entereza), me costaba mucho entender la aprensión de quienes sufren en voz alta y de forma casi constante, con frecuencia podía pensar que exageraban, pero lo respetaba. Ahora tengo muy claro que nadie está enfermo solo por gusto.
Ya es bastante jodido no encontrarse bien, intentar vivir con dolor y múltiples molestias que hace tu día a día más difícil que el de quien no las sufre como para encima tener que lidiar con suspicacias. Qué exagerada es, no será para tanto, le gusta mucho ir al médico, se queja por vicio, no pienses en ello y se te pasará, esto es cuestión de ánimo. Frases hechas que están presentes en nuestra forma de hablar y de pensar. Molesta mucho, aunque no sea intencionado, el menosprecio o la incredulidad de los demás, especialmente de quienes nunca lo ha pasado mal (o tan mal).
Hay gente muy empática a quién no le hace falta sufrir injusticias para apreciarlas y sentirlas, pero creo que si has pasado por situaciones chungas tienes más capacidad de ponerte en la piel del otro. También hay excepciones, claro: víctimas que después se posicionan como verdugos, probablemente porque les falla la empatía y creen que lo que les ha pasado a ellos es imposible que les pase a los demás. Como siempre, mejor no generalizar.
Tener empatía es ponerse en el lugar del otro aún cuando no estás cerca de lo que le agobia. Voy a poner un ejemplo: a mí no me gustan especialmente las mascotas. Soy muy respetuosa con los animales y me encanta observarlos en su hábitat natural, pero no me va mucho la convivencia con animales domésticos. Pues bien, puedo entender (o al menos lo intento) a quienes sufren por sus perros, sus gato o sus canarios como si fueran sus propios vástagos. No lo siento como ellos, claro, porque no lo he vivido, pero sí que respeto profundamente lo que sienten y de alguna manera lo siento a través de ellos. Eso es para mí la empatía.
En estos tiempos modernos (en realidad creo que en todos) se tiende a valorar a quién soporta lo que le viene encima sin rechistar, a quién no se queja. Lo que entra en conflicto con que al final siempre se premie a quién más protesta (ya lo dice el refrán: el que no llora no mama). Este mundo está lleno de contradicciones y de posiciones contrapuestas. El que sufre en silencio a los ojos de los demás o es muy fuerte o un afortunado que no sufre y el que se lamenta es un quejica y un flojo. Con lo bien que nos iría ponernos en la piel del otro… el que se queja con bastante probabilidad está jodido, y el que no protesta no está necesariamente en la gloria.
Hay personas sanas -o que se ven a sí mismos sanos- que se apartan deliberadamente de todo lo que huele a enfermedad. Los llorones les aburren y les soliviantan, les ponen delante lo que no quieren ver, lo que prefieren negarse. Es legítimo, aunque no creo que sea bueno. Ni siquiera para ellos, aunque piensen que sí. En la base de las relaciones humanas está el intercambio, ponerle corazón a los problemas ajenos y abrir el tuyo a los demás. Sin eso, la superficialidad y la soledad son siempre una amenaza.
Es cierto que el ánimo influye en la percepción de tu propio dolor (sea físico o espiritual) pero en mucha menor medida de lo que nos quiere hacer creer Mr. Wonderful. Ante una enfermedad dura, una pérdida irreparable, un revés definitivo, es muy difícil apelar al buen ánimo. Además, no todos estamos dotados de los mismos recursos. Hay quien directamente no está capacitado para sobreponerse. Y eso no le hace un flojo. Es la falacia de la igualdad en boca de quien no cree en ella. No todos somos iguales, lo que tenemos es derecho a ser tratados igual teniendo en cuenta nuestras diferencias. Y esto sin empatía es imposible. Por eso es tan importante que los enfermos sepan ponerse en el lugar de los sanos y, sobre todo, los sanos en el de los enfermos.
Hay ciertas cosas que no puedes llegar a comprender del todo si no has pasado por ellas. Pero lo mínimo que podemos hacer es intentar entender. Llámalo empatía, llámalo humanidad, llámalo tener sentimientos. A veces escuchas comentarios que te dejan el corazón helado. Desgraciadamente, esta falta de empatía es frecuente en los puestos de trabajo, cuando estás de baja y los jefes solo piensan en el «problemón» que les causas y no en lo que estás pasando.
Y dicho esto… también hay gente cuyo estado natural es la queja sin demasiada razón. Y eso harta, claro.
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Suscribo el comentario de Carol, poco más que añadir.
Andamos justos de empatía en general y con el dolor ageno (sea físico o mental) no se cumple la excepción.
Bss,
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