Los angustiosos cumples de los niños (por Isa)

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Ya hace tiempo que pienso que los padres nos hemos vuelto locos con los cumpleaños de los niños, pero el otro día vi esta noticia: Pelea de madres por un cumpleaños en Vigo y me di cuenta de que la cosa se «ha salido de madre«, nunca mejor dicho. Podréis llamarme carca o nostálgica o lo que queráis pero echo de menos como se hacían las cosas antes. Paradógicamente, era todo mucho más sencillo a pesar de que la vida era más difícil y más dura en muchos aspectos. Cuando yo era pequeña no se hacía tanta parafernalia con los cumpleaños.  Llegaba el día en cuestión y llevabas una bolsa de caramelos al colegio y santas pascuas. Como mucho, esa tarde venían a casa tus primos o tus dos amiguitos más íntimos, merendábamos unas mediasnoches de jamón de york o fuagrás, ganchitos naranjas y soplábamos las velas de una tarta, tras lo cual recibías un par de regalitos y hasta el año siguiente, sidiosquiere.

Hay tres cosas que me chirrían de las celebraciones cumpleañeras de los enanos del siglo XXI, tres cosas que no se daban en los eventos de mi infancia. La primera es la tendencia de invitar a toda la clase, o a gran parte de ella, a un festejo que cada vez es más sofisticado, esa sería la segunda, y la tercera es el abrumador despliegue de regalos. Pero lo que mas me chirría del todo es que aunque no me acabe de gustar la deriva que han tomado los cumples, participo en el tinglado. No he sido capaz de evitarlo. Como con todos los convencionalismos sociales, es muy difícil que, pienses lo que pienses, no acabes siguiendo la corriente a la masa, con tal de no caer en el ostracismo o -mucho peor- arrastrar a tus hijos a él. Así, una empieza organizando el cuarto cumpleaños del niño en un parque de bolas con el resto de amiguitos de la clase, como han hecho los demás, y te descubres años después organizando cónclaves como si fueras una gerente de marketing y RR.PP.  El más reciente, el noveno, ha sido en un Escape Room. La última moda. Todo un éxito de crítica y público, por cierto. Como veis, me atrapa la incongruencia im-perfecta.

Con lo de las invitaciones masivas pasa lo mismo. Primero, implicamos hasta a la pobre profesora hasta que tenemos la agenda de contactos organizada, y después, estamos tan acostumbrados a que se invite a todo quisqui que cuando los niños empiezan a ser selectivos surgen los conflictos. «Cómo no vas a invitar a fulanito si él te invitó a ti» le digo y acabo condicionando a mi vástago, obligándole a mantener una relación que para él está extinta. Y todo porque a la que le da apuro es a mí, que me encuentro con su madre por el barrio o en la puerta del cole y me da cosa. También me da cosa lo contrario, que no le inviten a él. Me da un apuro como de cuento del patito feo que lo flipáis. Y lo mejor es que a él se la repampinfla. Es agobio de mi propio agobio.

Por último, está el tema de los regalos. No se me olvidará cuando, hace ya años, uno de los amigos de mi hijo estalló en lágrimas del estrés que le produjo verse rodeado de paquetes forrados de papel multicolor que le doblaban el tamaño. Entonces me di cuenta de que era una práctica contraproducente, que no es solo que los niños no tengan tiempo para jugar con todo lo que reciben, sino que ni siquiera disfrutan del efímero momento de abrir los regalos. Aún así seguimos persistiendo en regalar a mansalva, formando consumistas desde la más tierna infancia a golpe de tarjeta. No hay manera de atajarlo, con lo fácil que sería aportar una cantidad simbólica y que el homenajeado recibiera un detalle sin más. Lo he calculado y me dejo más de 200 euros anuales en regalitos de cumpleaños. Una pasta.

Mis dos hijos han nacido en verano, por lo que, si quisiera, podría escaquearme de la celebración multitudinaria con facilidad. Al principio, me pareció una tragedia que los pobres no pudiesen festejar su día como los demás. Ahora empiezo a pensar que el destino quiso compensarme los padecimientos del calorazo al final embarazo con esta oportunidad bendita. Confieso que con el mayor he entrado en una dinámica de la que no me veo con fuerzas para salir. Fue más sencillo dejar de fumar, os lo prometo. Con la pequeña, he hecho propósito de enmienda, pero con él ya solo me queda aguantar unos cuantos años y que sea él mismo el que se los organice. ¿Cómo defraudar sus expectativas ahora? ¿Cómo no participar en una cadena de compromisos adquiridos con el resto de mis congéneres? Algunos me estarán leyendo, y yo qué sé… ¿Y si estamos todos igual? Hartos y dejándonos llevar, añorando las mediasnoches de fuagrás. Conozco y envidio a gente que ha conseguido escapar de esa vorágine, convenciendo a la mayoría de unir cumpleaños por trimestres y hacer eventos más sencillos, controlando el gasto tanto del festejo como de los obsequios. También a seres de fortaleza sin igual que navegan contracorriente y les resbala lo que hagan los demás. Ojalá estuviera en alguno de los dos casos.

En cualquier caso, esto de los cumples no es más que otra consecuencia ominosa del excesivo control parental que se ejerce con los niños de esta generación. No les dejamos hacer casi nada solos, no tienen autonomía, en muchos casos tampoco tienen conciencia de sus obligaciones domésticas e incluso de las escolares… Los padres de ahora nos metemos en todo. Sabemos quienes son sus amigos y los padres de sus amigos (y por supuesto los tenemos catalogados entre los que nos gustan y los que no). Tenemos grupos de whatsapp en los que manejamos sus quehaceres y sus relaciones. Les llevamos (y traemos) al parque, al colegio, a sus diferentes actividades, aunque estén al doblar la esquina, de forma que no aprenden a fijarse bien en los desplazamientos, a orientarse, a responsabilizarse. Estamos en el parque con ellos, y eso nos obliga a tejer relaciones con el resto de padres, contagiando a nuestros hijos de nuestros ridículos compromisos sociales. Se confirma, una vez más, que lo peor de los hijos somos sus padres.


2 respuestas a “Los angustiosos cumples de los niños (por Isa)

  1. Que levante la mano quien no haya caído nunca en el despropósito que narras en cuanto a los cumpleaños de nuestros hijos. Sólo puedo decirte, por si te sirve de aliento, que con el tiempo todo eso será agua pasada, mis hijas hace años que celebran su cumple en casa con 5 o 6 amigas, o la mayor por ahí con sus amigos (pero sin padres), ellos se buscan el plan. Algo bueno tenía que tener la adolescencia ¿no? Ya no les molan los cumpleaños (ni casi ninguna otra cosa) organizados por sus madres/padres… 🙂 ¡ánimo!

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