
Reconozco que soy un claro exponente de un gran fracaso del sistema educativo. Nacida, como tantas otras, en la década de los 50 del siglo XX, pasé por un sistema en el que niños y niñas se educaban separados, yo en un instituto público, muchas de mis primas y amigas en colegios de monjas. Estudié, junto a las asignaturas que siguen existiendo (matemáticas, lengua, etc) otra, Formación del Espíritu Nacional, aquello de la familia, el sindicato y el municipio, de los valores tradicionales españoles y de “la patria es un banco en el que todos navegamos”, que también se impartía a los chicos. Además tuve que aprender cosas que los chicos ni olían, costura, puericultura, cocina y economía doméstica. Todo esto se completaba con lo que los curas decían en las iglesias sobre las obligaciones de las mujeres, siempre pasadas por el tamiz de la sumisión; como los consejos de Elena Francis en la radio y los anuncios de la tele, cuando en los 60 comenzó a existir, con aquellas mujeres impecables que le quitaban las zapatillas al marido y le daban una copa de Soberano, una perfecta metáfora ese nombre de quién mandaba en la familia.
Todo aquello estaba diseñado para que las mujeres de mi generación nos quedáramos en casa como nuestras madres, a las órdenes de nuestros maridos, pariendo un montón de hijos y cuidando a todo el mundo, ancianos y enfermos, con resignación, sin disponer jamás de dinero propio, aunque fuese heredado de nuestros padres, y asumiendo el sexo como débito conyugal.
Pero yo y la gran mayoría de mis amigas y familiares fracasamos en el empeño de ser mujeres ejemplares de la reserva espiritual de occidente. Desde los quince años o antes acortamos nuestras faldas, nos pusimos pantalones, salimos con chicos y bailamos al compás de música extranjera. Leímos a Simone de Beauvoir y nos empeñamos en estudiar una carrera o aprender una profesión y en no abandonarlas aunque nos casáramos, fuimos libres en el sexo y lo practicamos en pié de igualdad con los hombres, a veces nuestras parejas y a veces, no. Tuvimos hijos, muchos menos que nuestras madres, y los educamos para que fuesen mujeres y hombres independientes e iguales. Muchas nos divorciamos cuando se cuestionó nuestra independencia y salimos adelante con nuestro esfuerzo, incluso algunas triunfamos en nuestras respectivas profesiones.

Ahora, al ver por fin que sacan a la momia de Franco de la aberración de Cuelgamuros, todas tenemos que felicitarnos de aquel fracaso del sistema educativo fascista porque nosotras somos las principales responsables, con nuestra labor por el cambio social, por la educación igualitaria de nuestros hijos, por nuestro feminismo y por nuestra lucha para estar siempre bien informadas y no dejarnos manipular, de la evolución democrática española. Aunque no se nos haya reconocido, nosotras sabemos que es así y tenemos que estar orgullosas de ello.
Pero el cambio democrático no está consolidado, siguen existiendo residuos de aquel sistema educativo por todos los rincones de la sociedad, en los medios de comunicación que normalizan a la ultraderecha y en colegios controlados por movimientos integristas católicos. Nosotras, estemos o no jubiladas, seamos o no abuelas, seguiremos luchando para que ese sistema fracase y las niñas y niños del presente sean las mujeres y hombres libres y plenamente dueños de sus vidas del futuro. Debemos seguir diciendo la verdad, yo, desde luego, me comprometo a ello.
Cristina Buhigas: Tras fundar y asistir al cierre de numerosos medios de comunicación, del antiquísimo Pueblo al moderno Público; de trabajar en ellos miles de horas, como en los diarios económicos La Gaceta de los Negocios o La Economía 16 y en la agencia de noticias Europa Press, Cristina ha conseguido liberarse de libros de estilo y, lo que es más importante, de líneas editoriales, gracias a la jubilación. Es autora de varias novelas, la última de ellas ‘Prometo serte infiel‘.
Yo nací una semana antes de que muriera el dictador, así que respiré libertad casi desde el principio gracias a los que luchasteis por ella desde la resistencia educativa. Ahora vivimos tiempos de regresión… y dan ganas de llorar.
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Cómo ha cambiado todo y qué de gracias hay que daros a las resistentes. A mí me tocó el final de ese régimen educativo, hasta los 8 años cursos separados de niños y niñas.
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