
Ha empezado un año en el que hemos puesto nuestras mejores expectativas, hartos de un 2020 raro, triste y aunque pueda sonar mal, aburrido. Sí, por qué no decirlo, ha sido feo y aburrido. Ha faltado luz, alegría, aire libre, baile, han sobrado temores y reproches. Por eso parece una buena señal esta nevada de inicio de año que nos deja embobados en la ventana viendo caer copos que se posan sobre la ciudad asombrada, y que incluso parece que cuajan. “¡Que cuaje, que cuaje!” deseamos, y nos lo decimos por dentro. Queremos ver las calles blancas desde esta ilusión infantil que trae la nieve, un regalo de Reyes tardío en la ciudad ruidosa y contaminada, Y al final ¡Sí! ha cuajado, y nos hemos quedado confinados voluntariamente, embelesados junto al cristal, o hemos salido corriendo a la calle un rato a comprobar que el embrujo es real.
“Que te miren como un madrileño mira la nieve”, he leído en Twitter. Existe algo de chanza en el mensaje pero pienso en otra cosa. En esa mirada limpia que hemos lanzado todos, aunque fuera por unos segundos, hacia la blancura espontánea de las calles y el silencio de los copos al caer.
Y por qué no disfrutar de este momento, tan cortito, para soñar un poco y dejarnos llevar. Necesitamos empezar esta nueva etapa, este invierno, con ilusión, porque aparte de la nieve no hay muchas cosas a nuestro alrededor que nos la brinden. Continuamos como en semiletargo desde marzo pasado, nada ha vuelto a ser igual, vivimos a medio gas y necesitamos algo que nos saque de este adormecimiento, aunque sea tan sólo por unos minutos.
Y aunque unos días después nos parezca imposible, porque la nieve ha dado lugar al hielo y todas sus consecuencias, el manto blanco de las calles en unos días se convertirá en recuerdo. ¡Qué poco duran este tipo de regalos! La nieve en Madrid, la piel broceada en verano, las mañanas soleadas de domingo, una bandada ruidosa de pájaros que de repente alza el vuelo, qué breves frente a la rutina de los días, las semanas y los meses en nuestras burbujas particulares. Podremos parecer ingenuos o simples por quedarnos embobados viendo nevar, pero quizá lo único que ocurre es que estamos vivos.
Desde hoy los días se van a ir haciendo cada vez más largos, las noches más cortas. Y paso a paso, con nieve o sin ella, vamos a seguir adelante con la ilusión de saber que frente a la realidad gris y repetitiva aún pueden existir momentos que nos sobrecogen cuando simplemente nos asomamos a la ventana.
@Crisgallar, aka Cristina Gallardo Parga lleva bastante más de una década hablando, a cuenta de Europa Press, de lo que pasa a diario en los tribunales visitados antaño por terroristas del norte y a día de hoy por chorizos de la peor calaña. También le gusta juntar letras de vez en cuando sobre temas más pintureros, tener canciones en la cabeza y leer historias que le sorprendan. Enamorada, amiga de sus amigos y maleducada con los monstruos.