
Hace un par de semanas, en uno de los múltiples chats que tengo con diversos grupos de amigas, salió la conversación de nuestras abuelas, mujeres que, en los años 20 del siglo pasado, llegaron a la adultez, se casaron y tuvieron hijos en una España dual, claramente dividida entre quienes vivían bastante bien y quienes casi no tenían para vivir. Por suerte, mi abuela era de las primeras y, frente a las de casi todas mis amigas, tuvo el privilegio de una cultura cosmopolita y de saber francés, incluso de vivir un tiempo con su reciente marido en París. Volvió con el pelo corto, el dobladillo de la falda subido y el espíritu alegre de aquellos años de entreguerras, que solo las clases altas disfrutaron en Europa y América. Las abuelas de mis amigas, unas viviendo las penalidades de pueblos agrícolas, otras las de barrios obreros de grandes ciudades, no se enteraron de la existencia del charlestón o de que sus coetáneas condujeran coches o fumasen. Otras, a pesar de pertenecer a familias de las que entonces se llamaba “de posibles”, se mantuvieron en el terrible y reaccionario hábitat de la época, incluso defendiendo y aplicando en sus familias recién construidas el patriarcado que las oprimía, sin tener conciencia de ello.
Ahora, un siglo después, inmersas no en la superación de la Gran Guerra, sino en una pandemia que no sabemos a ciencia cierta cuando acabará, sus nietas, que ya somos abuelas, empezamos unos nuevos años 20. Aunque el covid-19 no hubiera existido, la dualidad social entre las mujeres sigue vigente. Somos muchas las que, sin importar el origen social o económico familiar, hemos logrado la independencia, la capacidad de organizar nuestras vidas, la de educar a nuestras hijas e hijos (lo de los hijos es muy importante) en la libertad y la igualdad. Pero no nos engañemos, sigue existiendo el horrible poso conservador de la caspa, que atraviesa todas las clases sociales y todas las edades, lo que es más terrible. Esas adolescentes que se dejan maltratar por sus novios son como las mujeres adultas que mantienen la subordinación a sus maridos y la mayoría de ellas actúan así porque lo han aprendido de sus madres. Esas madres en la cuarentena que piden jornadas reducidas para cuidar a sus hijos porque su marido puede mantener a la familia, castrando sus carreras profesionales, son también fruto de la montaña de caspa que viene desde el siglo XX y que en España es más asfixiante que en otros países por los 40 años pasados bajo el franquismo.
Quizá sea verdad eso de que de cada desgracia nace una oportunidad. ¡Aferrémonos a esa idea! Quizá, si entre todas luchamos por ello, el mundo que salga de la pandemia pueda ser diferente. Imaginemos unos años 20 felices, pero no locos, sino conscientes, con una clara apuesta por la educación, para que niños y niñas crezcan verdaderamente iguales y libres. Un mundo donde el consumismo desaforado, que está incluso llevándonos a un contagio repetitivo del coronavirus, desaparezca. Un planeta sostenible donde el cambio climático no sea un proceso irreversible. Podríamos conseguirlo si todas las mujeres del mundo presionáramos en esa dirección, incluso si solo lo hiciéramos las de los países desarrollados. Sería posible si todas, desde las que estudian el bachillerato hasta las jubiladas, exigiéramos en Europa y en España unos años 20 donde el enorme montón de dinero que va a llegar de la UE se pusiera al servicio de la gente, para limpiar de una vez por todas la caspa que lastra el desarrollo de las personas, especialmente de las mujeres. Serían unos años 20 auténticamente felices, alejados de la locura de los descerebrados que se creen libres en su esclavitud consumista e inculta…
No sé, dejadme soñar…
Cristina Buhigas: Tras fundar y asistir al cierre de numerosos medios de comunicación, del antiquísimo Pueblo al moderno Público; de trabajar en ellos miles de horas, como en los diarios económicos La Gaceta de los Negocios o La Economía 16 y en la agencia de noticias Europa Press, Cristina ha conseguido liberarse de libros de estilo y, lo que es más importante, de líneas editoriales, gracias a la jubilación. Es autora de varias novelas, la última de ellas ‘Donde reside el poder‘.