
Desde hace unos meses me encuentro en pleno ascenso de mi Everest particular. En febrero decidí por fin hacer un curso de programación web que tenía pendiente y que por h o por b no cuadraba en mi planes , pero por fin llegó el momento.
Pus eso, que dedico casi cada minuto de mi vida al apasionante mundo de la programación, y definitivamente es como escalar casi sin oxígeno una de las montañas más chungas del mundo. Que conste en acta, que me encanta, que me he metido en esto conscientemente, que me apasiona el diseño web y que cuando me sonríen los astros hasta gano pasta y precisamente por eso y por qué creo en mis posibilidades aquí ando, casi ni creyéndome de hasta donde estoy siendo capaz de llegar.
Cada vez que consigo pasar un examen o aprender a hacer con soltura ciertas cosas que casi me han hecho llorar de frustración, me lleno de orgullo y satisfacción, abro mi plumaje virtual cual pavo real y eso que al principio solo se me pasaba por la mente algo así como “Olga, eres gilipollas, quién te manda meterte en estas movidas” me siento súper power Olga, me siento como si fuera superando etapas del ascenso, como si llegara al campo base y me metiera en un saco de dormir calentito después de superar una tormenta de nieve.
También tengo que decir que además de avanzar en mis habilidades técnicas, este curso me está valiendo casi de terapia emocional, que yo soy muy de quedarme atrapada en el famoso síndrome de la impostora y pensar y lo que es peor aún, creer que no valgo ni para pelar mandarinas. Nada como ponerte delante del abismo para descubrir que tienen alas y que puedes volar, incluso planear y disfrutar del paisaje. Bondades de los subidones anímicos.
Otra de las cosas fundamentales de este ascenso personal, es la compañía, tengo a mi tropa a tope conmigo, insuflando ánimos, colaborando para que pueda estudiar sin interrupciones, y haciéndome saber lo súper orgullosos que están de mí, que eso me alienta bastante, qué queréis que os diga, me llena.
En fin, ya va quedando menos, aún me queda el último repecho, y que aunque ya avanzo a paso ligero, con menos peso en la mochila y casi sin tirar de oxigeno, queda acabar y hacer cima, y quedarme allí un ratito para disfrutar de las vistas, que me lo habré ganado.
Olga: Hace no tanto cambie Madrid por los desayunos a orillas del mar en Valencia. Miro al mundo desde mi balconcito particular que esta en El mejor lado de la vida, desde donde tengo vistas gourmet, olor a mercado y sabores infinitos. Con buen humor, energía positiva, un pellizco de sarcasmo y 100% de autenticidad le planto cara a la vida.