
Este verano he vuelto a ver Verano Azul, y lo he hecho con mis hijos. Como habíamos decidido pasar unos días en Nerja, pensamos que sería buena idea, para entrar en contacto con las localizaciones de la serie. No había visto las peripecias de la pandilla de moda por excelencia en los ochenta desde que era una cría. Tampoco recordaba haber estado en Nerja, pero ya se encargó mi madre de mandarme las pruebas gráficas que lo acreditan.
La serie cumple 40 años dentro de un mes, y hay que decir que ha envejecido lo suyo. Quiero decir, se nota claramente que es fruto de una época, es representativa (mucho) de aquella España, de aquella sociedad que empezaba a disfrutar del turismo de playa, que inauguraba la democracia con ciertas libertades, pero que se escandalizaba aún con los cambios y se mostraba mojigata y tradicional en cuanto rascabas un poco.
Verano Azul trata de todo, y todo con mucha moralina, todo va con su mensajito social -que se ve que no venía mal-. A los niños les ha gustado a pesar de que al principio les costó adaptarse al ritmo de narración audiovisual del siglo XX. O de Mercero, porque lo cierto es que el mayor se ha visto la saga de Stars Wars sin problema y clásicos de la gran pantalla desde los inicios del cine con mucho gozo y sin que le parecieran «lentos». El caso es que las historias de los chavales son adaptables al nuevo milenio. La brecha generacional entre padres e hijos, la diferencia entre clases sociales, el medio ambiente, el machismo (un poco soterrado), las rupturas familiares, el paso a la edad adulta con menstruación incluida… son preocupaciones que mantienen su vigor cuatro décadas después.
A Lola le gustan Bea y Desi, cuyas actrices además de ser hermanas eran mis vecinas cuando yo era pequeña y veía la serie. A mí ellas, las personajas, me parecen bastante pavas, pero a Lola le gustan porque son las chicas y está en un periodo de reafirmación del género, y también le gusta Tito que es de su edad. A Gael le gustan Javi y Pancho, de forma aspiracional aunque les ve muchos defectos, y puede que se identifique con Quique, el muchacho tranquilo, el conciliador. A mí me gustan los padres, que, siendo arquetípicos, están muy bien trazados, Chanquete y Julia con su aura de socioterapeutas altruistas me cargan un poco, y mi favorito es Piraña, el más listo y con el que comparto filosofía vital y alimentaria.
Salvando que hay veces que se ríen de la jerga ochentera, a los peques también les hacen gracia las situaciones cómicas que se dan entre los personajes. Y los mensajes les llegan. Y no son malos mensajes. También les llaman la atención algunos anacronismos que hasta a mí me incomodan: padres que zurran a sus hijos, y lo hacen «con razón», porque era lo normal entonces, niños que fuman o que beben auspiciados por los propios adultos, que lejos de darle importancia lo asumen como algo inevitable, como si fuera ley de vida, chascarrillos machistas que sueltan los personajes tanto femeninos como masculinos, pero no con el objetivo de denunciarlos si no con la naturalidad de quién no ve la falta en ellos, la ausencia absoluta de sistemas de seguridad vial (ni cascos, ni cinturones, ni sillas especiales, ni na de na.. ¡Todo a pelo!
Lo que a mis hijos les parece una excentricidad creativa y les asombra, a mí me sonroja, porque yo lo he vivido. He participado de esa forma de ser, de esa época en la que se era así, y yo también lo era. Claro. Ahora que está tan de moda sentir nostalgia reconforta constatar que no todo lo que hemos dejado atrás era tan bueno. Es legítimo sentirse un poco decepcionado y añorar esa «libertad» pérdida en aras de un supuesto progreso que nos tiene atolondrados y ciegos, buscando la felicidad en el consumo fácil rápido y efímero, derrochando lo más valioso que tenemos: el tiempo. Pero también es un poco maniqueo y miope. El progreso es cierto en muchas cosas, aunque con otras nos la hayan metido doblada. Solo hace falta ver cómo era Nerja en la serie y como está ahora, invadida, sobredimensionada y explotada hasta el límite, como la gallina de los huevos de oro, a la que se cargan de tanto hacerle poner.
En Nerja, buscamos los vestigios de Verano Azul y hallamos una playa de Burriana atestada en la que hay que pedir la vez para poner la sombrilla, por supuesto sin ningún tipo de distancia de seguridad anti COVID y largas colas para todo: para asomarte a la panorámica desde el Balcón de Europa, dónde se ponía Julia a pintar, para pedir un heladito, para comer en el chiringuito del Ayo (y en los demás) o para tapear de pie en un barril de cualquier tasca, para sacarte una foto en el barco de Chanquete, que han situado en medio de un parking en una alegoría agridulce de en lo que se ha convertido el pueblo hoy en día, un inmenso aparcamiento de turistas.
No sé si será la depresión post vacacional, o puro realismo pero el Verano Azul que recordaba, el de «Bea ya es mujer», el de «a lo mejor» yo el «del barco de Chanquete no nos moverán» ya no es tan clarito, no es celeste, ni turquesa sino más bien marino, azulón, índigo… como lo es también la Nerja actual, la moderna, con todas las perversiones del progreso. Un verano azul oscuro.
¡Toda una generación tenemos pasajes enteros de ‘Verano azul’ incrustados en la memoria! Algunos amigos míos se saben los diálogos enteros 😀
Estoy de acuerdo: todo tiempo pasado fue… anterior. Pero aunque la serie resulte un poco anacrónica, moñas o simplona desde nuestro punto de vista de hoy, creo que sigue teniendo muchos mensajes positivos, como la amistad intergeneracional y un ecologismo más o menos militante. Desgraciadamente, como bien dices, los jipis de Julia y Chanquete perdieron la batalla en el Mediterráneo 😦
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Nunca he visto más que algún capítulo suelto de la serie, y eso que la reponían con cierta periodicidad, pero a mí ver la tele no me gustaba mucho. Desde luego, cuando se emitió por primera vez era muy pequeña para seguirla. Pero era un bombardeo casi continuo porque volvieron a emitirla varias veces, así que conozco a los personajes y la trama, claro está. El de Julia siempre me resultó algo molesto, pesado, quizás porque era tan perfecta que resultaba irreal. Me acuerdo del ‘Bea ya es mujer’: le bajaba la regla por primera vez con 15 años, algo que hoy en día sería una anomalía. De la muerte de Chanquete, tristísima. Y recuerdo el final con la melancólica canción del Dúo Dinámico. Tengo la serie ahí, en mis recuerdos ochenteros.
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