La crisis de los botellones

Macrobotellón en Ciudad Universitaria (Madrid)

Hace tiempo que dejé de ver el telediario de forma regular. Como soy periodista vocacional, la cosa tiene más profundidad de lo que parece. Ya os he hablado por aquí varias veces de mi crisis de fe en el periodismo, analizando causas y consecuencias de la caída en picado de una profesión en la que creo y que sé que tiene un valor importantísimo. Por eso no voy a repetirme. El caso es que ayer, por causas ajenas a mi voluntad almorcé con el informativo de Antena 3. Además de la tragedia del volcán de la Palma, tratada con el tufo de los melodramas, el otro gran tema fue el auge del botellón por toda España y como va sembrando el caos y la destrucción allá donde se manifiesta. Veinte minutos de telediario con imágenes de inmundicia y vandalismo juvenil son difíciles de digerir sin un «válgame dios, la juventud», moviendo la cabeza negativamente y bufando como una abuela. 

No soy fan del botellón. Nunca lo he sido. Ni cuando era chavala lo practiqué más allá de un par de veces en la que no me quedó otra. Yo también fui  adolescente y universitaria con poca pasta, pero siempre preferí tajarme moderadamente en los bares, donde además había música para escuchar y bailar. ¿Cuestión de prioridades? No lo sé. En cualquier caso, no me resultan simpáticas las hordas de muchachada que van por parques y plazas con sus bolsas de alcohol y hielos, dejando a su paso un campo sembrado de basura, orines y vomitonas. A menudo, me sorprendo a mí misma censurando a esta nueva generación que parece que solo les mueve el hedonismo individualista, que no se movilizan por un trabajo, un sueldo justo, una vivienda asequible… y un escalofrío me recorre el cuerpo hasta las patas de gallo sintiéndome muy vieja de repente. Luis Alegre detalla en este artículo algo muy interesante: «La energía juvenil es, sin más, la energía. La energía que va a devolver la vida al mundo, empezando por la universidad. En qué se traduzca dependerá sin duda de la forma que, como generación, decidan darle«. Tiene razón, son la energía y tienen derecho a celebrarla.

Que nadie se confunda, la energía y la alegría están muy bien, pero ser cerdos y vándalos ya es otra cosa. Ahora bien, ¿en serio es tan grave el tema de los botellones como para dedicarle tanta atención en los telediarios? Como dice mi colega Carol, a ver si es que ahora el botellón va a ser el primer problema de los españoles en el CIS. No será que hay cierto interés en desviar el foco hacia una cuestión, que sin ser menor, no es tan importante como otros en los que los responsables tienen nombres y apellidos (o como mínimo siglas) y que nos atañen a todos de manera muy directa: corrupción, desmantelamiento del sistema sanitario, huida de talento, la falta de inversión en ciencia, los pufos urbanísticos, la mala gestión de los recursos públicos, el desempleo juvenil, las pensiones paupérrimas, etc. Pero es que oye, qué bien viene tener a la gente entretenida hablando de la pérfida juventud en lugar de lo mal que lo hacen o lo han hecho quienes tienen que rendir cuentas ante la ciudadanía.

Así que, ya veis, he vuelto a cambiar el qué pena de juventud por el qué pena de periodismo.


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