Decir la verdad no es adoctrinar (recordando a Almudena Grandes)

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”, decía Gabriel Celaya en su poema La poesía es un arma cargada de futuro, para él era una herramienta de transformación política y social, de compromiso. Su afirmación se puede extender a la literatura en general. Tras la devastación que hemos sufrido las lectoras y lectores de Almudena Grandes al conocer su muerte, se impone la reflexión sobre su figura personal y literaria y en ambas facetas destaca su compromiso, como en Celaya, un compromiso que en primer lugar lo es con la verdad.

Durante años he tenido que escuchar a quienes atacaban a Almudena porque en sus novelas contaba la realidad social de la España de finales del siglo XX y de ahora mismo (Los besos en el pan) y, tras publicar El corazón helado y posteriormente sus magistrales Episodios de una Guerra interminable (queda por darse a conocer la última novela de las seis que los componen), las críticas empezaron a ir en la línea de la indecencia, la que marca ese político indigno al hablar de quienes “siempre están con la guerra del abuelo”.

Pido perdón por compararme con esta enorme escritora, la mejor de todas las españolas de mi generación, pero hace unos meses alguien me dijo que yo “adoctrinaba” en uno de mis libros. Para quien no lo sepa, escribo novelas eróticas y, en mi pequeña parcela, intento que reflejen las costumbres sentimentales de la sociedad española actual. Pensé en los motivos de esta acusación durante días y terminé por llegar a la conclusión de que se basaba en que, entre los amores y los  encuentros sexuales de los protagonistas, la novela en cuestión reflejaba las diferencias sociales y económicas existentes en España, la precariedad de muchos trabajadores, incluso titulados, contraviniendo el discurso de la meritocracia, y el menosprecio hacia ellos de los más acomodados. También en que yo como narradora tomo partido por la justicia y contra la mezquindad.

Llevaba meses queriendo escribir sobre esto, gritar en la medida de mis posibilidades que decir la verdad no es adoctrinar y —¡terrible desgracia!— se ha tenido que morir Almudena para encontrar la forma de explicarlo. Ella, como historiadora, asumió la tarea de contar la posguerra española y todos los años siguientes hasta la actualidad diciendo simplemente la verdad de lo sucedido, con evidencias documentales. Como escritora mostraba esta verdad creando personajes que son el vehículo de la realidad por medio de las emociones.

Las de Almudena son verdaderas novelas históricas, no tienen nada que ver con muchas de las que actualmente pululan por las librerías, que se parecen más a la literatura fantástica en su intento absurdo de falsear los hechos acontecidos y manipular las convicciones de los ciudadanos, vendiéndoles una España que nunca existió. Los episodios que nos ha regalado y obras maestras como El corazón helado no desfiguran la realidad del siglo XX español a su capricho, como hacen todos esos creadores de fantoches medievales o contemporáneos, solo nos cuentan la verdad y eso, contar la verdad, es la obligación de todos los escritores, contarla hasta mancharse.

Cristina Buhigas: Tras fundar y asistir al cierre de numerosos medios de comunicación, del antiquísimo Pueblo al moderno Público; de trabajar en ellos miles de horas, como en los diarios económicos La Gaceta de los Negocios o La Economía 16 y en la agencia de noticias Europa Press, Cristina ha conseguido liberarse de libros de estilo y, lo que es más importante, de líneas editoriales, gracias a la jubilación. Es autora de varias novelas, la última de ellas ‘Donde reside el poder‘.


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