
El año pasado muchos no pudimos celebrar las fiestas navideñas con «normalidad». En mi caso, no pude cenar en Nochebuena con mi familia, como hago siempre. No hubo cenas con amigos, ni grandes eventos con la gente. Esta vez, parecía que todo iba a volver a ser como antes. Puedo dar fe de que muchas de las campañas publicitarias de la temporada han ido en ese sentido, en el de recuperar la Navidad de reuniones… Pero al final, la variable Omnicron del COVID, que ha multiplicado los contagios, ha venido a aguarnos las fiestas. O al menos a descafeinarlas y a enrarecerlas.
Hemos tenido a los niños confinados en casa, por positivos de COVID en sus clases, mientras teletrabajábamos a tope para cerrar el año, se han suspendido eventos, como el Circo del Sol, los campamentos infantiles, la San Silvestre, y algunos conciertos… pero no todos. El martes estuve en uno, a pesar de que todo parecía ponerse en contra. A punto estuvimos de cancelar el plan, pero finalmente fuimos con una mezcla de ansiedad y culpa por exponernos al contagio. Fueron casi dos horas de son cubano y jazz ejecutados con destreza y entusiasmo por un cuarteto capitaneado por Pancho Amat y Javier Colina. Una maravilla. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de buena música en directo y casi ni me acordaba de cómo te puede hacer sentir. Fue belleza entrando por mis oídos. Me emocioné. Qué importante es gozar con lo bonito.
Ayer, de nuevo, me volví a emocionar -debo de estar sensible por las fechas-. Fui a vacunar a mis hijos contra el dichoso virus que nos ha puesto la vida patas arriba y nos ha quitado los besos, los abrazos y el placer de ver sonrisas, y al llegar al pabellón del Clínico habilitado para la ocasión, vi que estaba todo decorado con motivos navideños, con colorines y dibujos infantiles. Allí, nos recibió una sanitaria disfrazada de payasa noel simpatiquísima que animó a los peques a entrar con bromas y cariño. Todo el personal de enfermería que estaba a cargo de las vacunas llevaba batas con muñecos y estampado de colores brillantes para que los niños se sintieran acogidos y tranquilos. Fueron especialmente encantadores. Qué genial es ser amable, qué poco cuesta y cuánto valor tiene.
Entre tanto caos y tanto miedo, a veces se cuelan destellos de luz que hacen que reaparezca la esperanza. Esta noche parece que voy a poder cenar con mi familia. No toda. Por culpa del virus, faltarán varias personas imprescindibles para mí. A dos les podré ver cuando acaben la cuarentena, pero hay una ausencia que es ya definitiva, de esas que hacen de la Navidad una fiesta agridulce.
Feliz Navidad rara a todos, que la paséis lo mejor posible.
«Qué genial es ser amable, qué poco cuesta y cuánto valor tiene». ¡¡¡Cuánta razón tienes, Isa!!!
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Si por desgracia son unas fiestas 😥 en fin me gusta tu reflexión
Saludos
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Muchas gracias por tu comentario y felices fiestas agridulces.
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