
Pensaba yo que me iba a librar del bicho, pero no. La omicron esta es contagiosísima y no va a dejar a nadie sin tocarle las narices (nunca mejor dicho). Había conseguido esquivar el virus en las Navidades, no como otros muchos que han visto trastocadas sus cenas familiares y sus planes de vacaciones, y estaba yo muy ufana, alardeando de mi inmunidad y con la cita ya para mi tercera dosis de modernez, pero la COVID tenía otros planes para mí…
Llevaba unos días con la mosca detrás de la oreja, con dolor de garganta y asaltos repentinos de flojera, y como ya está una rayada, me había hecho algún que otro test de antígenos para salir del angustioso limbo de la incertidumbre vírica. ¡De cuando eran caros, ojito! También le había metido el palito en la nariz a los chiquillos, por si empezaban a ser foco de contagio, porque aunque los veía muy lozanos, como dicen que son asintomáticos, mejor prevenir. ¡Bien de pitote y drama el temita de los tests caseros con las criaturas! Y eso que estoy acostumbrada a que me monten el pollo cuando les tengo que cortar las uñas o echarles agua oxigenada en algún rasguño. Pero nada, todos negativos… Hasta que el jueves, después de una noche toledana con mucho dolor de cuerpo y escalofríos, me salieron las dos rayitas de la desgracia. No hizo falta ni esperar los 15 minutos que marcan las instrucciones, casi al instante quedó claro que estaba llenita de virus.
La primera reacción fue un poco de alivio estúpido, como de «ya sabía yo que esto iba a ser COVID», y luego ya empecé a asumir la realidad… que estaba mala y que tenía que aislarme. ¡Y avisar a todo el mundo! Primero en el trabajo, después en el médico, en el cole de los niños… Toda una tarea para estar grogui por la fiebre y el malestar general. Estaba teletrabajando sola en casa y no tomé conciencia de lo que suponía el aislamiento hasta que llegaron mis hijos del cole y no pude acercarme a ellos. Por mucho que lleve meses escuchando historias de amigos, familiares y conocidos que han pasado por cuarentenas, es difícil hacerte a la idea de lo que implica hasta que no te pasa. Qué distintas se ven las cosas cuando el afectado eres tú.

La realidad es que los positivos somos apestados en nuestras propias casas, o al menos es como me siento yo. Enclaustrada en una habitación como una monja en su celda, como si de repente dejases de tener derecho a deambular por el resto del piso. Moverte de una estancia a otra con la mascarilla puesta, mantener la distancia, procurando no cruzarte con nadie en el pasillo, notar cuando entras a donde está el resto de tu familia que se ponen alerta, ir abriendo las ventanas a tu paso como si fueras una mofeta pestilente. Comer sola, mientras escuchas la conversación de la comida de los demás en otro sitio de la casa. Es muy desagradable. No se puede negar.
No es la primera vez que me veo obligada a aislarme. En marzo de 2018, tras la primera sesión de quimio, tuvieron que ingresarme por una neutropenia febril. Es algo bastante frecuente durante los tratamientos contra el cáncer, pero no por ello menos grave. Los neutrófilos, que son los glóbulos blancos encargados de combatir las infecciones, me bajaron a niveles tan mínimos que cualquier bacteria me habría resultado letal. En este caso, el aislamiento fue inverso; es decir eran los demás quienes resultaban potencialmente peligrosos para mí. Mis hijos y mi pareja querían acercarse a mí, pero no podían. Estuve casi una semana en el hospital, y fue la primera vez que me puse una mascarilla. ¿Quién iba a pensar que las mascarillas llegarían a formar parte de nuestras vidas?
Por increíble que parezca, casi había olvidado este episodio. Supongo que porque solo fue uno más del serial que supone la lucha contra una enfermedad chunga. Si esta vez el asunto del aislamiento tiene más peso para mí es porque lo demás no lo tiene. La situación es menos grave. Y esto sí que es positivo. Así que solo me queda asimilarlo y sobrellevar lo que me queda de cuarentena en soledad. Eso sí, esta vez ya nadie podrá pedirme que sea positiva, como cuando estaba calva… porque tengo un test que atestigua que lo soy, aunque no se me note mucho…