
“Vivía el placer como un dolor futuro”, esta frase de Annie Ernaux, la reciente premio Nobel de Literatura en su magistral opúsculo (poco más de 1.700 líneas) Pura pasión, describe perfectamente como durante generaciones las mujeres hemos vivido lo que ahora se llama “enganche amoroso”. Siempre había, hay, algo oscuro en el amor sexual intenso, en el deseo sin frontera. Parece que el amour fou, definido como “un amor de una intensidad muy superior a lo normal, rayana en la insania y la desmesura” es un peligro de descontrol, algo a lo que una mujer no debe abandonarse y algo por lo que puede ser castigada, como una larga lista de protagonistas literarias, que no voy a nombrar, lo fueron.
¿Por qué la pasión debe tener límites? ¿Por qué debemos controlarla? ¿Por qué no podemos dejarnos llevar por ella? y muy especialmente, ¿por qué el goce tiene que anticipar la catástrofe? Me gustaría reivindicar la pasión femenina como algo positivo, incluso esencial como experiencia vital. Puede existir en un momento fugaz o puede prolongarse mucho tiempo. Sea como fuere hay un sabio refrán, “que me quiten lo bailao”. Porque la pasión es eso, una especie de baile en el que todos los movimientos están supeditados a disfrutar de y con esa persona que colma nuestro deseo, sin culpas ni objetivos.
La estructura social patriarcal es la que lleva siempre a las mujeres a sentirse culpables de ser felices y por eso vivir una gran pasión lleva aparejada la certeza de que el dolor vendrá en el futuro. Es lógico que si el amor se acaba, si el amante te abandona, sufras. Pero ese sufrimiento tendría que ser solo el de la pérdida, no ser compatible con el “lo tengo merecido por haber sido tan feliz”. Porque claro, sucede que las mujeres no nos merecemos la felicidad pura y simple y mucho menos el disfrute voluptuoso, las mujeres hemos venido al mundo a sufrir. Actualmente ninguna lo dice, todas protestaremos fuertemente ante esa afirmación; pero hay un sustrato muy profundo que nace de siglos de dominio masculino y sumisión femenina, que implica el castigo por salirse de los márgenes fijados para la “buena mujer” y en todas, hasta en la más empoderadas, queda un rastro de aquello. Hasta hay feministas que hacen llamamientos a no depender afectiva o sexualmente de los hombres, hablan de lo insano del amor y la pasión. Llegan a reproducir aquella frase de nuestras abuelas, “esa relación no va a ninguna parte”. Parecería que defienden la familia tradicional, el matrimonio o la pareja estable como único objetivo vital.
Yo quiero reivindicar el desenfreno pasional. No hay mayor disfrute que vivir preparando o soñando el encuentro para perdernos luego en el cuerpo del otro. Si tenemos la suerte de encontrarnos con alguien que nos despierte ese instinto, aprovechémoslo todo el tiempo que dure sin anticipar finales ni dolores, sin escuchar advertencias de otras mujeres presuntamente sabias ni de hombres que quieren vernos controladas. La pasión es un regalo de nuestra naturaleza femenina y, por lo tanto, es feminista, ¡defendámosla como un derecho!