
Me atuso el pelo, levanto el móvil, sonrío y clic. Todos lo hemos hecho millones de veces. Yo también. Pero esta vez la imagen que me devolvió la pantalla me dejó helada. Esa no era yo. No era mi cara. Volví a repetir la operación, sonriendo con más fuerza, pero fue peor aún. La mueca era más fantasmagórica todavía. De un lado, el izquierdo, mi sonrisa de siempre. Del otro, el derecho, un rictus extraño, el labio caído, el ojo titilante. Me agobié. Lo repetí cien veces como en un fotomatón diabólico. Ninguna de esas señoras deformes era yo. Rompí a llorar desesperada. Un rato después, más tranquila, pedí cita en el neurólogo. El diagnóstico confirmó mi parálisis facial.
Esto que os cuento parece ser bastante común. Hay que joderse. Ahora resulta que es normal (por habitual) que se te quede dormida la mitad de la cara. No doy crédito, y eso que yo en esto de entumecimientos tengo algo de experiencia. Me hicieron pruebas para descartar un tumor o algún derrame cerebral, pero por suerte no había nada de eso. Todo parece indicar que la parálisis ha sido fruto del estrés, como tantas otras cosas.

Han pasado ya un par de meses desde el episodio del selfie y la asimetría gestual sigue ahí. El estrés también. Además de mi ajetreo vital habitual, con el lanzamiento del libro se me incrementó la actividad… pero para colmo me pasó lo de la casa, que ya os conté por aquí, que me ha tenido en un estado de nervios cercano al síncope. No os voy a detallar lo mal que lo han hecho las herederas del piso en el que estábamos alquilados, sin darnos un plazo medianamente humano para encontrar otra casa, pero el desenlace ha sido una mudanza. Ahora os escribo desde otra casa, a la que aún estoy tratando de adaptarme e instalarme.
No sé si se me pasará la parálisis facial. Ya me veo saliendo en las fotos en plan Picasso, como una señorita de Avignon. En realidad, podría olvidarme de la imagen solo con mirarme menos en el espejo. Pero de lo que no puedo abstraerme es del tirón en el ojo cada vez que sonrío, ni de los espasmos en las mejillas. No puedo reírme con ganas sin que me tiemble el párpado y se me agarroten los músculos de la cara. Es muy molesto. Puede que sea por eso por lo que cada vez me cuesta más sonreír, porque me duele.

HUELLAS EN LA NIEVE
NI vas
a ninguna parte
ni puedes borrar el rastro,
te dicen ellas.
No estéis tan seguras de eso,
les dices tú.
Sigues andando.
Amanece.
Te diriges
hacia el sol.
KARMELO C. IRIBARREN
Y añado yo: hay huellas indelebles como tu sonrisa de niña, el resto las derretira el sol. Ya verás.
Bss
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¡Qué bonito, Pablo!
Gracias ❤️
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