El tiempo pasa a una velocidad vertiginosa, sobre todo a partir de cierta edad, y sobre todo cuando se tienen hijos. Los años que a ellos se les hacen eternos, llenos de días intensos e infinitos con laaaaarguísimas tardes en las que se pueden hacer múltiples planes, a nosotros (a mí) nos pasan en un suspiro. Y aunque suene tópico parece que fue ayer cuando era un bebé aún que daba sus primeros pasos… y hoy se ha ido de casa solo por primera vez.
Por mucho que una se repita racionalmente que los niños crecen, que tienen que ser autónomos, aprender a defenderse en la vida, a moverse solos… que nuestra labor es enseñarles a desenvolverse, y que el éxito es que vuelen libres por gusto, es difícil asumirlo, es complicado recuperarse de cada tajo en el cordón umbilical.
Tener un bebé es duro, como puede atestiguar Samantha Villar y cualquiera que haya sido madre -y no haya sufrido la amnesia total que hace que te olvides de lo sinsabores de la maternidad-. Es una etapa extenuante en la que se genera una dependencia total. Ese pequeño ser te necesita más que a nada, lo cuál estresa muchísimo pero también te da una satisfacción imposible de tener en otras circunstancias, te hace sentir indispensable. ¡Qué sensación!
Pero esa borrachera de responsabilidad, agobio y esencialidad se pasa. Y la resaca es brutal. Sentir que ya no resultas tan imprescindible te devuelve la libertad pero te deja un vacío dentro al que cuesta mucho acostumbrarse. Cuando se dedica tanta energía, tiempo y pensamiento a un proyecto y este llega a su fin, siempre da un poco de angustia. Si a esto le unes la constatación de que la vida va como un rayo, el vértigo está garantizado.
Me reconozco totalmente en esa sensación de desazón cuando van levantando alas, y cada vez suben y suben más, yo lo sigo pasando regular, la verdad…
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Es un nudo en la boca del estómago, una sensación de angustia, de impotencia por no poder retener el paso del tiempo brutal… Hay que intentar no comerse la cabeza, porque es inevitable.
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Desde mi posición de no-madre, me resulta graciosa y muy tierna la angustia de todas mis amigas mamás cuando vuestros peques se van al campamento por primera vez, o a pasar temporadas con los abuelos. Seguro que es una sensación rara, pero para ellos es genial… ¡Y vosotras podéis aprovechar para dormir y salir! Total, luego le tendrás en casa hasta los 35 por lo menos 😉
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Pues te digo que tiene que ver con el paso del tiempo. Verles crecer tan rápido intensifica la sensación de vértigo… en el fondo es la angustia ante el envejecimiento lo que me encoge la tripa 😉
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Yo no tengo hijos pero coincido en que la vida se pasa volando. Sin ir más lejos, sólo con darnos cuenta de que ya ha pasado más de medio año 2017, es para asombrarse. ¡Si ayer mismo estábamos tomándonos las uvas!
Besotes!!!
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Jajajaja ¡¡totalmente, querida!! no hace falta tener hijos para ver que la cosa va a toda leche 🙂
¡un besazo!
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¡Uy, aprovecha esa vacío existencial cuanto puedas!: en un pis-pas, sin que te des cuenta, te encuentras paseando a tus nietos: no es una tarea extenuante pero también tiene su puntito de exigencia…
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jajajaja ¡tienes razón! que la vida va muy deprisa 🙂
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M parece precioso mamá
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Muchas gracias, mami 🙂
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