Siempre he pensado que la mayoría de la gente es buena, o que, en general, hay más acciones buenas que malas, solo que son estas últimas las que suelen acaparar el protagonismo.
Que nadie me malinterprete, soy consciente de que el mundo está lleno también cabronazos y de que la humanidad registra a diario aberraciones dignas del infierno. Solo creo que la mayoría buena pasa más desapercibida.
A lo largo de mi vida, he podido reafirmarme en mi creencia muchas veces, pero desde que estoy enferma las evidencias son constantes. El cáncer es algo tan extendido, tan democráticamente jodido, que a todos nos impone mucho. Está claro que no hay nada como pasar por una mala racha para descubrir de qué calaña son los que te rodean. Por supuesto que se da alguna decepción, personas a las que creías importarle y que a la hora de la verdad se esfuman, pero francamente son excepciones. Son muchísimas más las sorpresas agradables de gente a la que pensabas no importarle. Al menos, así ha sido en mi caso.
En estos largos meses de pesares y penurias, en los que el agotamiento y el dolor te empujan a la depresión con frecuencia, no he dejado de recibir señales de cariño, ánimo y consuelo que me han ayudado a mantenerme a flote. Está claro que soy una afortunada, que estoy rodeada de personas estupendas. No habría sido capaz de aguantar los envites de la enfermedad y del tratamiento a pelo o, mejor dicho, sin él 😉 Bueno, los habría aguantado, porque no queda otra, pero mal. Me conozco y no soy tan fuerte como muchos me decís que soy. Y aunque esto aún no ha terminado, aprovecho la coyuntura para daros las gracias.
Que la bondad sea algo generalizado, no resta mérito al que la posee y mucho menos le quita valor al acto o al gesto bueno. A veces, se da por hecho y se minimiza el esfuerzo del que por cercanía o familiaridad parece estar obligado a ser bueno contigo. Entonces, nos pesa más justo ese día que nos falta. Ahí es cuando te das cuenta de que habías confundido el favor con un derecho, y aprendes a valorarlo. Otras veces, estas acciones sobrepasan lo que una podía imaginar o provienen de quién no te esperas. El efecto es emocionante hasta las lágrimas. He llorado varias veces por este motivo desde el diagnóstico. Y también me he reído.
Una escapada a cuatro a una tienda de pelucas de la Elipa para raparme la cabeza, un vídeo de mis compañeros de trabajo haciéndome sentir añorada, una preciosa orquídea de una querida amiga que hacía tiempo que no veía, una cesta llena de delicias para recuperarme tras un bache, el zumo de naranja recién exprimido por mi hijo en el hospital, un amuleto para velar por mi salud traído desde el lejano oriente, una oferta de trabajo creativo cuando menos me creía capaz (para recuperar la confianza), la charla indispensable con quien te entiende y te dice lo que nadie más se atreve a decirte, un libro con lo que necesitaba leer, la capacidad de aguantar mis bajones, achaques, e improperios de mi familia, una llamada en ese preciso momento, una visita inesperada desde fuera de Madrid, una reunión en mi pueblito adoptivo con quien hacía mucho que quería ver, una sonrisa franca y una mirada sincera a los ojos, esas clases de Pilates para coger fuerzas cuando reunía la energía, las oraciones de quién cree en Dios y me quiere a pesar de que sea atea, un abrazo reconfortante, un cojín de corazón para el postoperatorio enviado con amor desde Bruselas, esos sujetadores molones…
Me dejo mil detalles rebosantes de bondad, pero los tengo todos dentro. Se han hecho fuertes en mi interior, arrinconando al tumor hasta expulsarlo.
Creo que lo que más hay es tibios. No en relación a las enfermedades graves, no. En ese terreno crecen los apoyos, el cariño se nota… Pero en cuanto al mobbing, el bullyng… tengo claro que si sucede, en parte, es por la indiferencia cómplice de bastantes.
Este verano ha reaparecido en mi vida una persona que se porto mal conmigo en un momento para mí muy difícil. O no estuvo a la altura de nuestra supuesta amistad. Porque de esta gente también hay. Entonces recordé el escaso apoyo prestado entonces… Claro, yo me encontraba mal en aquella época y sí, era una verdadera lata, supongo, aguantarme en situación tan delicada. Aguantar mi llanto o mi angustia, escuchar mis miedos. Supongo que llamarme era menos apetecible que muchas otras cosas, y menos verme. Así que se alejó y me ignoró. Tampoco hizo nada grave. Solo me dejó caer. Menos mal que no todos hicisteis igual.
Bueno, qué pereza recibir sus mensajes. No siento rencor, odio, no, por Dios. Una pereza total. Hastío. A los que no están en el trance de una enfermedad grave y otros trances dolorosos no se les echa en falta luego. Es sanador ver que de los momentos duros nacen lazos fuertes con otra gente o que el hilo que te une a cierta persona está ahí, aunque a veces te parezca invisible. Es una experiencia emocionante vivir eso. Un regalo.
Un beso fuerte.
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Sí, la tibieza es frecuente, pero a mí no me parece mal si no espero otra cosa, y lo cierto es que con la edad he aprendido a esperar poco. Es mejor, te llevas menos desengaños. Con las enfermedades graves pasa otra cosa que no es la tibieza. Es el susto, el miedo. A la gente le acojona tanto que prefieren alejarse, les incomoda la simple mención del cáncer, se bloquean, les angustia, porque tu presencia les recuerda lo vulnerables que son.
Es curioso, pero sé quién piensa en mí aunque no me escriba o me llame muchísimo. Lo sé.
Desde luego, si algo puedo agradecerle a esta mierda de situación es la emocionante respuesta de mi gente. De la nueva y de la de siempre. Como tú.
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Ay… ¡qué emocionante, copón! ❤
Yo también creo que hay más gente buena que mala. Como dice mi otra amiga Isa, "casi todo el mundo es majo". Pero por desgracia, los malos hacen mucho ruido y acaparan muchos titulares. Incluso es habitual menospreciar a las buenas personas, tratarlas de tontas, de lelas. Sinceramente, creo que a este mundo no hemos venido a tocar las narices al otro y prefiero que llamen tonta a cabrona (eso teniendo en cuenta que todo el mundo tenemos nuestro lado chungo y maligno, porque lo tenemos).
Por la parte que me toca, solo puedo decirte que es un placer compartir cualquier momento contigo 🙂 Gracias por estas palabras tan lindas, de verdad. Y paro de escribir antes de romper para siempre mi bien ganada reputación de norteña rancieta 😛
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¿Reputación de norteña rancieta? ¡Pero si todos los que te conocemos coincidimos en que eres un sol! Gracias a ti, por estar en mi vida y ser tan maja.
Tienes mucha razón en que hay una tendencia a menospreciar al bueno y a tomarle por tonto. Además, es mentira. Las personas más inteligentea que conozco, y son unas cuantas, son bondadosas. Es a los necios a los que les da por fastidiar.
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