
Hoy que ha pasado una semana desde el Día de la Mujer, dos cuestiones feministas:
Hemos discutido tanto antes del 8 de marzo sobre manifestaciones, concentraciones, mujeres en pandemia, economía de cuidados, leyes que van y vienen del Ministerio de Igualdad a la presidenta Calvo, reivindicaciones femeninas… Yo sentía estas discusiones como incompletas por demasiado teóricas, pero quizá mi aislamiento físico, que dura ya un año, está afectando a mi estar en el mundo intelectual. Digo esto porque vi que lo que faltaba en el discurso feminista era la realidad y la visión de futuro. También, como parece faltarle a todo el mundo en la coyuntura de estos largos meses de catástrofe mundial, a las mujeres nos falta la ilusión, quizá por eso hay tanto regodearse en las formas, no en el fondo de los asuntos, que es precisamente donde está la realidad. Pero esto puede que sea otra historia…
En mi personal impasse me iluminaron de pronto dos mujeres, las dos periodistas, Rosa María Calaf y Josefina L. Martínez (además, historiadora). A la Calaf (así la llama toda la profesión), llevo siglos viéndola y escuchándola, de Martínez no había tenido el placer de conocer su fructífera existencia. Las palabras de ambas sacaron de mi interior dos convicciones que os juro que estaban allí, pero que yo no había sido capaz de extraer y mucho menos de verbalizar.
La semana pasada en una entrevista previa al Día de la Mujer, Rosa María Calaf afirmó algo que quien la entrevistó no llevó a titulares, pero que me parece una gran verdad, al hablar de las trampas que la sociedad tiende a las mujeres: «Una de las grandes trampas es la conciliación, a lo que hay que llegar es a la corresponsabilidad, no la conciliación, la conciliación termina perjudicando a las mujeres, como se ha demostrado en Alemania, países nórdicos y países avanzados, pues termina frenando las carreras femeninas”.
Seamos claras, la conciliación consiste en que las mujeres reduzcan sus horarios para cuidar de los hijos o los hagan coincidir con los de los colegios, eso puede ser muy útil en algunas profesiones, pero en todas las que requieren horarios largos o flexibles, incluso viajes, actúan como frenos para las mujeres y las impiden el ascenso. Hay que ir hacia la corresponsabilidad en la crianza de los niños, pero no solo entre padres y madres, sino entre toda la sociedad, debe haber mecanismos y servicios sociales públicos que asuman traslados a los colegios y cuidados varios de los menores, lo contrario condena a las madres a asumir un papel que en muchos casos es una doble jornada laboral y, encima, frustra su carrera profesional. Exijamos esto, no sigamos ampliando bajas maternales y paternales más allá de donde ya están. Hay que partir de la realidad de que las crías humanas son un bien de toda la especie, su garantía de futuro y supervivencia, por eso toda la sociedad debe implicarse en ello, física y económicamente.
Prácticamente el mismo día, por parte de Josefina L. Martínez me llegó algo que no me resulta desconocido, sino que forma parte de mi carácter y de mi forma de vivir, entre otras cosas es lo que me llevó a escribir novelas eróticas. Lo que sucede es que, torpe de mí, no lo había relacionado con el feminismo hasta que lo vi plasmado en artículo. No os impacientéis, lo explico: la autora se refería a lo mucho que se habla de libertad sexual y de consentimiento y aseguraba que “la deriva puritana, esencialista y censora policial de ciertos feminismos obtura los debates sobre la sexualidad de las mujeres y sobre el disfrute sexual en general”.
Puritanismo es la palabra clave. Conozco a muchas mujeres de mi edad, mayores y más jóvenes, que establecen una especie de sexualidad que consideran feminista y a mí me resulta simplemente aburrida e incluso castradora o paternalista. Parece que una mujer feminista no puede desear determinadas prácticas sexuales, acostarse con varios hombres o querer hacer cualquier cosa de las que estas feministas consideran anatema porque las interpretan como un rol de sometimiento al hombre, cuando solo son búsqueda del placer (y no estoy hablando de violencia ni sadismo). También aparece como tabú para algunas de estas mujeres, a las que yo considero integristas sexuales, la posibilidad de tener varias relaciones o de no amar a un compañero sexual, muchas predican algo tan antiguo como el mito del príncipe azul o el alma gemela, aunque no lo nombren.
La historiadora y periodista afirma que, para terminar con la opresión patriarcal, no habría que deslizarse hacia la negación de la lucha por la liberación sexual y la diversidad. “Aceptar esas premisas sería caer en la trampa del conservadurismo que se cubre con ropajes de resistencia, asumiendo como bandera lo que la sociedad capitalista y patriarcal ha impuesto desde siempre: un modelo tradicional de familia que implica, también, la muerte del deseo, o su repliegue a los rincones”, dice y añade: “A los que pretenden defender estas posiciones reaccionarias amparados en un supuesto izquierdismo, les recuerdo algo. Mucho antes de que la palabra poliamoroso sonara en las redes sociales, un pensador nada sospechoso de posmoderno escribió algunas críticas agudas sobre la familia patriarcal como espacio opresivo para las mujeres. También apuntó la posibilidad de superar las limitaciones de la familia, la monogamia, la propiedad privada y el Estado, en tanto logremos terminar con esta sociedad basada en la explotación. Se llamaba Federico Engels”. El final es aplastante, no tengo nada más que decir.
Cristina Buhigas: Tras fundar y asistir al cierre de numerosos medios de comunicación, del antiquísimo Pueblo al moderno Público; de trabajar en ellos miles de horas, como en los diarios económicos La Gaceta de los Negocios o La Economía 16 y en la agencia de noticias Europa Press, Cristina ha conseguido liberarse de libros de estilo y, lo que es más importante, de líneas editoriales, gracias a la jubilación. Es autora de varias novelas, la última de ellas ‘Donde reside el poder‘.
Totalmente de acuerdo con lo de conciliación y corresponsabilidad. Ahí está la madre del cordero y qué difícil es ponerle el foco.
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