Putas hormonas: Ahora la menopausia

MUJERES Y MENOPAUSIA

Las hormonas han condicionado mi vida adulta, desde antes de serlo. Todo empezó en la pubertad, un periodo horrible en el que mi cuerpo fue mutando despacio y para mal. No había tenido aún mi primera regla cuando noté los primeros cambios, primero en la cara, mi nariz ensanchó hasta ocuparme casi todo el rostro. Luego, el indeseable vello corporal, los granos, la voz… lo último que emergió fueron las tetas. Hay que joderse, justo lo único que estaba deseando que creciera.

Para cuando me vino la regla, con su dolorosa cadencia mensual, ya era una púber atormentada a la que le quedaban todavía tres largos y duros años de metamorfosis cuajada de complejos de mierda, que me hundieron en el fango cruel del deficit de autoestima. La regla merece un capítulo aparte en la historia del castigo divino a las mujeres por el maldito pecado original. El Creador cumple todos los requisitos para llevarse el título al machista heteropatriarcal con más hate del universo. Irritabilidad, acumulación de gases, hemorragia intensa, cansancio, dolor de abdomen y lumbalgia, pinchazos en los ovarios y el útero… todo eso cada mes y casi de por vida.

Cuando tus reglas han sido episodios gore en la serie de «Mi vida en el infierno», las incautas llegamos a desear que se acabe para siempre casi tanto como la gente de bien desea llegar a la jubilación cuanto antes… Pero, ay, queridas amigas, la cosa no podía ser tan fácil ni tan bonita. ¡Que somos mujeres, copón! ¡Que hemos venido a sufrir a este valle de lágrimas! Como he estado embarazada dos veces en mi vida, ya sabía por experiencia que las interrupciones del periodo menstrual no salen gratis, que suponen otras putadas. A mí las gestaciones no me motivan. Lo reconozco. Siempre lo he vivido como un secuestro hormonal en el que la criatura que llevas dentro te controla a su voluntad como en Alien, el octavo pasajero. El postparto también es una revolución hormonal que te convierte en enemiga de ti misma, con bajones que rozan la patología psiquiátrica y una postergación del bienestar personal que pone a las madres recientes al borde del abismo. Una juerga, vaya.

A pesar de todo, como lo malo se olvida o se atenúa en la memoria para engañarte y hacerte caer mil veces en los mismos errores, yo también creí que la menopausia sería buena cosa. Pero no. Claro que no. Es una putada tan gorda como la regla. Empecé con ella antes que las demás por culpa de la quimio (maldita sea, no me quejaré, que estoy viva gracias a ella) y llevo cinco años sufriendo sus estragos. Una vez más, nadie te cuenta bien qué coño pasa cuando entras en menopausia. Pues resulta que es como volver a la pubertad pero a la inversa. Ahora en lugar de pasar de niña a mujer pasas de mujer a vieja.

Tdo el mundo habla de los sofocos, como si fueran lo único. Es cierto que son desagradables. Para una persona como yo acostumbrada a lidiar bien con las altas temperaturas es como convertirte en otra persona, una que suda y se asfixia a causa de su propio fuego interno. Pero no todo son los sofocos. El descenso de estrógenos hace que engordes, que pierdas masa muscular y por tanto fuerza, estás más cansada, a veces con un agotamiento brutal, susceptible y depresiva, con la libido por los suelos, la piel se seca y se arruga a un ritmo estremecedor, todo huele más, tú hueles más, te despiertas en mitad de la noche o te quedas frita sin remisión, te salen pelos como alambres en los sitios menos oportunos… En fin, una gozada.

No os quiero desalentar, solo desahogarme y contar lo que hay. Para no dejaros con mal sabor de boca os diré que sé que hay fármacos que alivian los síntomas, que el ejercicio y la alimentación saludable pueden ayudar mucho y que el cóctel hormonal prescribe para devolverte como una mujer más sabia, centrada y capaz de lo que hayas sido nunca.


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