
Estoy trabajando duro para empezar a discriminar entre placeres y obligaciones y conseguir centrarme en lo primero. Me cuesta. Me cuesta mucho. Quizá sea genético y haya nacido con un gen idiota que me impide disfrutar de algo que me gusta hacer sin haber completado mis tareas, sin hacerme cargo antes de mis deberes. Lo cual es una gran mierda.
Abrir los ojos por la mañana y que lo primero que cruce por tu cabeza sea: «tengo que…» aunque sea fin de semana o esté en mitad de las vacaciones es traumatizante. Me he informado al respecto y si hago caso de lo que se ve en internet, tendría que asumir que tengo un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Menos mal que no soy muy hipocondriaca, si no estaría ya tomando antidepresivos.
Es que veo el resumen de características y desde luego algunas son muy propias de mí: como lo de colocar los objetos de determinada manera o la necesidad de que las cosas estén ordenadas… pero luego veo otros síntomas y está claro que lo mío no es de orden patológico. Lo que sí es cierto es que, aunque me doy cuenta de lo negativo que es estar pendiente de los deberes y tan agobiada con la autoexigencia, me resulta muy difícil cambiar de hábito.
Siempre que me pillo en falta, haciéndome una lista de deberes en mis momentos de ocio, o me descubro recolocando las toallas para que queden rectas, alineando objetos en perfecta simetría me acuerdo de una escena de Mujeres Desesperadas, una serie que seguía hace años. Bree Van de Kamp (una de las protas, la pelirroja, perfecta ama de casa y obsesionada con la limpieza) está en mitad de un polvo, a punto de alcanzar un orgasmo y sin que el hombre se de cuenta se pone a limpiar una cosa que le molesta sucia. No es capaz de correrse hasta que está todo perfecto. Qué chungo sentirse identificada con un momento así, ¿no? Pues eso.
Lo peor, como en todas las obsesiones o adicciones absurdas, es que no generan placer real cuando las llevas a cabo, si no, a lo sumo, aplacan un poco la ansiedad o la angustia que tienes cuando está entre tus tareas pendientes.
Poco a poco voy consiguiendo avances. Antes, salir por la puerta de casa sin haber hecho la cama era, primero, algo impensable y después, en el improbable caso de que se produjera, una fuente de culpabilidad irradiadora de energía negativa. Ahora, me fuerzo a veces a hacer este tipo de cosas, y lo que siento es alivio.
Cómo te entiendo Isa, creo que no llego a tu extremo, pero me siento muy identificada con tu forma de ver las obligaciones …
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Jajajaja, me ha encantado la referencia a Bree Van de Kamp, genial prototipo de mujer obsesiva 😛
Me temo que, en los tiempos que vivimos, le ocurre a mucha gente. Tenemos sentimiento de culpabilidad perpetuo si no hacemos algo «productivo» todo el rato.
Tengo un amigo con un sentido de la autoexigencia disparado al infinito. Como parte de su terapia, su psicóloga le recetó pasar varias horas viendo telebasura, sin hacer nada más, para aprender a controlar su ansia de hacer cosas útiles.
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¡Ostras! La verdad es que no lo había pensado desde el prisma de la productividad y tienes razón. Hay una tendencia generalizada a ser productivo como obligación. Ayer mismo le dije a mi partenaire que dejase de ‘perder el tiempo’ porque estaba viendo basurrilla televisiva. Oh… ¡ahora me siento más culpable todavía!
Al final la culpa de todo la tiene el capitalismo… si ya lo decía la bruja Avería: Viva el mal, viva el capital.
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No te flageles demasiado… Pero sí, me temo que estamos demasiado alienadas por la lógica de la productividad. ¡Pero cómo no va a ser así, si desde pequeñas no cuentan el puñetero cuento de la cigarra y la hormiga!
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A ver… esto es como lo de que «Quien paga descansa». Si una va más relajada por la vida con la cama hecha, pues nada, se hace la cama. A mi también me pasa jajajja
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Gracias, Cris 🙂 la verdad es que también rizamos el rizo… si estamos pendientes de hacer la cama, malo por estarlo y si no, malo por no estarlo… la cosa es sentirse mal 😛
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Voy a tener que aplicarme el cuento porque soy igual. Me cuesta un mundo relajarme y olvidar las obligaciones. Ni hablar de ponerme a hacer algo que me apetezca si todavía me quedan cosas por hacer. El churri se desespera conmigo. Jajajaja. Besotes!!!
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Ay… Va a ser un mal bastante extendido. Me han recomendado la meditación, pero no me he puesto a ello. De momento, estoy tratando de superarlo a pelo.
Mi chico también se desespera con mi obsesión. Igual en los tíos es menos frecuente lo del gen idiota 😜
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